Visto lo visto, y esto que cuento lo viví en el año 1987, no es de extrañar que la fiesta estuviera prohibida varios años por la autoridad religiosa, al margen de algún incidente puntual, porque lo que uno contempló del botarga el día de la fiesta del Santo Niño Perdido en el interior de la iglesia de Valdenuño Fernández, te deja a cuadros.
“¡Como que me ha tirao!”, dice Pili. “Me ha pegao dos estacazos con la castañuela, a esta le ha tirao agua y a mí, me ha agarrao de las piernas y me ha tirao al suelo” exclaman estas chicas de Valdenuño que, aunque conocen el guión, saben perfectamente el desarrollo de los actos en los que el botarga es dueño y señor. El que no tenía ni idea era un servidor con cara de poemario cada vez que el botarga se movía por el interior de la iglesia haciendo de las suyas en momentos claves de la misa. “Es que su misión es meterle mano a las chavalas”, me dicen.
Valdenuño perteneció a la casa de Uceda y la encontramos en un valle por el que discurren las aguas, cuando las lleva, del arroyo La Barquilla que divide al pueblo en dos barrios: el del Cantón y el de Abajo que se prolonga por la calle Mayor.
“Solo tiene 165 habitantes. Es un pueblo pequeño, ya lo ves”, dice Ángel, el alcalde, que ejercía de maestro en Leganés y que solo venía al pueblo los fines de semana. Un emigrante más. “Pues sí. Es que unas treinta o cuarenta familias jóvenes se han entroncado en Madrid y eso se nota porque, el pueblo, ha estado siempre rondando los trescientos habitantes”, comenta Ángel.
El frío de Valdenuño Fernandez es el frío traicionero del ocho de Enero que, como se lo permitas, se instala en tu cocina para guisarte un buen potaje. Y en medio de ese frío, en la carretera, los danzantes (José Antonio, José Manuel, Aurelio, Alejandro…), detenían vehículos y repartían disgustos al tiempo que el botarga te golpeaba en el brazo o en el hombro con una castañuela alargada pidiendo un donativo para sufragar los gastos de la fiesta del día: la del Santo Niño Perdido.
“Bueno, es una costumbre típica el que, por la mañana, antes de la misa, salgamos por todo el pueblo pidiendo el donativo, ejecutando el paloteo allí donde se pida, además de la típica invitación de la copa y las pastas”, dice Jesús, uno de los danzantes, al tiempo que recuerda los años en los que, la fiesta, estuvo prohibida recuperándola en el año 1970. “Fueron problemas en la iglesia, con el obispo y el cura de aquél momento. Se pensaba que era una fiesta demasiado pagana y la suprimieron. Se cargaron el acto fundamental de la fiesta que es el que tiene lugar en la iglesia”.
Los danzantes forman la Cofradía del Santo Niño Perdido de la que se tienen datos, en el archivo parroquial, desde el año 1700. José María toca el tambor y Aurelio es el botarga que obligatoriamente tiene que pasar casa por casa para recaudar cuanto más, mejor. “Ya llevo cinco años. Es la fiesta del pueblo y voy así. Llevo un garrote, campanillas, un pantalón, ¿lo ves?, hecho a base de trocitos de tela de muchos colores…normal, normal”, dice Aurelio que no se pone la careta por el calor, y al que noto un poco afectado por tanta invitación.
Los que corren como almas que lleva el diablo son los pequeñajos del pueblo “porque si no, nos da con el palo”, dice Enrique , o “porque le hacemos de rabiar. Le quitamos el palo”, explica entre risas, Pedro, mientras llegamos a casa de Antonia, la hija de Eduvigis, la telefonista, que invita a una ronda de vermut “sin cargar porque se ponen mal. Van un poco contentos ya, pero es normal”.
Juan, de 78 años, esperaba a la puerta de su casa. “He sido de los palos. Éramos cuatro y el tambor. Ahora parece mejor con ocho, parece más fiesta porque en el pueblo no hay nadie y, hoy, es eso, fiesta”. Fiesta de hombres solteros porque, las mujeres, tienen prohibido pertenecer a la Cofradía como nos recuerda Segunda, la mujer de Juan, que también habla de otros tiempos en los que iban “trajeados, guapos, con el pelo rizado. Tiempos en los que se disfrutaba más”, comenta.
LA MISA
La iglesia de atrio porticado cuya construcción debió hacerse en 1574, es el escenario principal de esta fiesta en la que el botarga no deja de dar candela asustando incluso a las cigüeñas de la torre del Callejón de las Ánimas.
El cura, Teódulo, le da la llave al botarga que se introduce en el interior de la iglesia por una puerta lateral. Es la única forma de que nadie pase por la puerta principal, sin pagar, al colocar su garrote formando una especie de molinete por el que vamos pasando de uno en uno.
Cerca del presbiterio se encuentra Juan Blas que fue el botarga hasta que se prohibió la fiesta. Estaba dando la vuelta al pueblo cuando le llegó un monaguillo diciéndole que fuera a ver al cura. “Vine, y me dice que la fiesta, como ha comenzado, pues que siga pero que de ninguna manera ni el botarga ni los danzantes entrarán en la iglesia”, explica Juan Blas, “aunque dejó entrar a los danzantes pero a mí no”.
Juan Blas recuerda esos tiempos de botarga: “me tiraba a los pies de las chicas jóvenes, me tiraba debajo de ellas, les levantaba las faldas, las sacaba de la cama (con permiso, claro de los padres), ¡uy!, había mucha armonía pero ahora es distinto”. Son los tiempos en los que, el cura, escondía la imagen del Santo Niño teniendo que buscarla el botarga que danzaba nada más encontrarla.
“Esto es una tradición y cultura. Y como la cultura y la tradición no tienen por qué oponerse, estamos conformes pero hay que salvar ciertas normas aunque el botarga, hoy, sea el que más mande”, asevera Teódulo, el cura de Valdenuño.
Los danzantes ocupan los dos primeros bancos mientras que, el botarga, inicia una danza ante la imagen del Santo Niño con movimientos que hacen sonar las campanillas. Es el momento culminante de la fiesta en el que, el botarga, con máscara ahora, es lo más parecido a un diablo. Nadie le quiere cerca. Se deja caer sobre un banco aprovechando que los files se han levantado, se tira sobre un reclinatorio, se ha colado por entre las piernas de Isabel…”está haciendo de todo, de todo”, me dicen. “Intenta meterle mano a las chavalas y lo hace todos los años”.
Audio de Juan Blas
Audio en el interior de la iglesia
Mientras los fieles cantan “gloria gloria aleluya”, el botarga está en su salsa. “Nos ha golpeado, nos ha tirado agua, a mí me ha cogido de las piernas y me ha tirado al suelo…”. El asombro se desborda cuando, de repente, el botarga sale corriendo golpeando con violencia el cestillo, lleno de dinero, que portaba uno de los danzantes quedando desparramadas las monedas por toda la iglesia. “Ha tirado el dinero. Lo tira aquí en la iglesia para volverlo a recoger pero, eso, lo tiene que hacer en donde no hay bancos”, me dicen.
En el momento de la comunión, el botarga golpea a unas chicas: “nos ha tirado agua, me ha mojao”, dice Pili. A Maria José le dio con la castañuela”. “¡Ay, por favor!, es horrible” exclama otra chica situada en el coro. Y es que, según Cándido, “se está pasando demasiao porque el botarga no tiene que moverse hasta que no termine la misa. Estar tiene que estar hasta que entran los fieles porque yo he sido de la fiesta y así se hacía. Cuando terminaba la misa, era cuando pasaba el botarga a bailar al santo.”
Cosas de la doctrina serán porque, asuntos de esos, o relacionados con lo mismo, los hemos sufrido en otros lugares impregnados de cierto olorcillo.