Hace algunos años, cuando tuvo noticia de que mi actividad periodística la estaba centrando casi de manera exclusiva en escribir sobre los pueblos de Guadalajara, uno por uno de los 434 que son, un grande de la Literatura Española del siglo XX, con quien tuve cierto contacto epistolar por aquellos años, don Miguel Delibes, agradeció mi trabajo al tiempo que me aconsejó que no dejase de hacerlo, porque llegaría el momento en el que a una buena parte de los pueblos de Castilla habrá que buscarlos sólo en los libros.
Y es verdad. Hace unos días, un lector amigo me hizo saber que el censo de población de mi pueblo natal, Olivares de Júcar en la provincia de Cuenca, había dado, en la última actualización de su censo municipal, la cifra escueta de 337 personas. Cuando yo era niño, pongamos que sesenta años atrás, el número de habitantes de mi pueblo andaba en torno a las 2.000, tal vez sin alcanzarlos, pero muy cerca de esa redonda cifra. Después he sabido, por propia experiencia, cómo muchos pueblos más de las provincias de Guadalajara y Cuenca, han disminuido en sus respectivos censos en una proporción bastante similar.
El medio rural castellano se nos está despoblando a pasos preocupantes. La gente de más edad, que es quien ahora los ocupa en su mayor parte, va desapareciendo por ley natural, en tanto que los nacimientos son prácticamente nulos. De seguir así, cosa que considero bastante probable, no se contarán por centenas o decenas -como ahora lo hacemos- los habitantes del medio rural castellano; pues como el personaje antes aludido -magnífico conocedor del campos de Castilla- me advirtió hace algunos años, puede llegar a producirse el despoblamiento total de muchos más de nuestros pueblos. Unos más y otros menos, pienso que todos tenemos algo de culpa.