Confiamos en que al final las aguas vuelvan a su cauce. El tiempo acaba por poner las cosas en su sitio. El relativismo como doctrina tiene un alcance universal que durante las últimas décadas está teniendo una presencia importante en ciertos sectores de la sociedad, sobre la que conviene estar atentos. No todo en la vida es relativo. Hay ideas y comportamientos que son buenos o son malos por su propia naturaleza. Sus consecuencias, beneficiosas o perjudiciales para el individuo y la sociedad, los califican y distinguen. La experiencia personal acredita en cualquier caso el valor de cada tipo de comportamiento.
No faltan quienes defienden esta doctrina cuyos tentáculos alcanzan a todos los aspectos de la vida sin distinción y a todos los niveles, de manera muy particular a la cultura por su especial condición, por estar directamente relacionada con el pensamiento, caldo de cultivo ideal para el desarrollo de las grandes ideas: las que han dado luz a lo largo de la historia, y las que han servido de confusión llevando al hombre a convivir con el error, tantas veces en calidad de esclavo.
Nuestro país está siendo víctima de un sinsentido que consiste en no oponer lo que es bueno frente a lo que es malo, en mezclarlo y confundirlo todo, camino que, como estamos viendo, conduce al caos. Sobre la marcha se me vienen ocurriendo algunos de esos pasos equivocados que estamos dando, aunque hay muchos más, y con los que nos vemos obligados a convivir, que atañen a la cultura de manera directa, y a los que tal vez convendría poner remedio de manera inmediata, al menos por salvar en lo que todavía sea posible nuestra imagen a los ojos de quienes nos ven desde fuera. Pues hay detalles reveladores de esta preocupante situación y de los que no se puede dudar, por mucho empeño que pongan en querernos convencer los modernos ideólogos. De ellos voy a señalar sólo unos cuantos, conocidos por todos.
A saber: no es bueno o malo la falta de exigencia en el trabajo a nuestros estudiantes en todos los niveles; es malo. No es bueno o malo el ataque pertinaz al idioma de todos los españoles en ciertas comunidades de nuestro país; es malo. No es bueno o malo que los mensajes que aparecen a pie de pantalla en las tertulias televisivas, faltas de ortografía escandalosas por doquier, sean una exhibición permanente de nuestra incultura patria; es malo. No es bueno o malo, en fin, que hasta nos permitamos el lujo de poner algo tan serio como la cultura nacional, en manos de una ministra que desconoce la personalidad del gobernador de la Ínsula Barataria, precisamente en el día de Cervantes. Es lo que tenemos, sí; pero se sienten escalofríos al pensarlo.
La globalización social en la que estamos inmersos y la apertura de fronteras, pese a ser un paso conveniente para el progreso de los pueblos, conlleva sus propios retos. En otros países estas cosas no ocurren, ven las cosas de distinta manera. Es con ellos con los que nos toca competir
Todo esto, y otros argumentos más que tú podrías añadir y en los que estás pensando, es objetivamente malo, amigo lector. Y así nos luce el pelo.