Vídeo. Banda de Cornetas y Tambores de la G. Civil de Cuenca. 1984
José Díaz-Alejo Martín- Blas, se cobija a la sombra del cuartel de la Guardia Civil de Cuenca en un piso lleno de recuerdos y condecoraciones de las que destacan las tres que, enmarcadas, representan las cruces de bronce, plata y oro al mérito militar. Hay espacio para una imagen de la Virgen del Pilar y, cómo no, para sus tres hijos que en su día eligieron la carrera del padre: la Guardia Civil.
José nace y se cría en Villafranca de los Caballeros (Toledo), el pueblo – me dice-, de las tres mentiras porque ni es villa, ni es franca ni tiene caballeros aunque, si miramos muy atrás, algo de cierto hay en el nombre del lugar porque sí estuvo libre de impuestos y, al ser sitio de reunión de caballeros (una vez al año por san Martín), pues de ahí le vino el apellido. Ese y el de sus lagunas Grande y Chica declaradas Reserva Natural que suponen uno de los humedales de mayor importancia ecológica de toda Castilla-La Mancha, refugio de fauna y declarado Reserva de la Biosfera.
Los primeros recuerdos que posee de aquéllos años cuarenta, coinciden en señalar la profundidad y duración de la depresión que sufrió la economía española durante ese periodo. Mi padre, dice, nos daba un trozo de pan, de esos panes de kilo redondos. Nos daba un trozo a cada uno y yo me lo escondía. Así, cuando terminaba con lo que nos habían puesto, me comía el pan, seco, como si nada. Estaba buenísimo. A mi hermano Honorio, como era mayor, le daban luego un trocito más pero, a nosotros, solo uno, comenta José recordando los años del hambre, del estraperlo, del racionamiento, del frío y los sabañones. Jugábamos a las chapas, a las canicas y con el trompo, la peonza. Poníamos una perra gorda, cogíamos el trompo con la mano y el que más avanzaba con la moneda, ese ganaba. También a la pídola saltando por encima de otros.
No había juguetes, añade José. Mi padre nos hacía una especie de carro con un trozo de madera y alambres. Eso cuando teníamos 5 años. Llegaban los Reyes Magos y nos echaban un plumier con lápices de madera que he conservado hasta los veinte años, no creas.
Solo pudo asistir a la escuela durante dos años porque, lo prioritario, era poder aportar algo de dinero a la economía familiar. Por eso tuvo que poner los pies en una trilla que se convirtió en su tío vivo durante cinco años. Venían cuadrillas de segadores, traían los haces a la era, hacían la parva y yo, con el par de mulas, a dar vueltas y vueltas hasta convertir todo en paja. Luego era divertido hacer el montón porque nos subíamos al tablón que recogía la parva y, de ahí, a aventar. Así, unos cinco veranos porque, entre medias, tenía que coger aceituna y vendimiar. ¡Ah!, y no te cuento de mis años en la construcción con catorce años, con un familiar. Se me daba tan bien que salí siendo oficial de primera con dieciocho años.
Vamos a trompicones porque los recuerdos de José hay que atraparlos como salen. Aprendió a tocar la bandurria y a participar en las rondas y, con dieciséis años, se metió en la banda de música de Villalfranca en donde tocó varios instrumentos. Me daban clases de música, la clave de sol con el método Eslava. Tocaba la trompa que no era como las de ahora, no era de llaves. Tenía tres pitones, como una trompeta. Estaban los instrumentos afinados en brillante y, ahora, no servirían. Luego, a los dos años me cambié al fiscorno, también en clave de sol, hasta que me fui a la mili. Y claro, como son instrumentos de boquilla, en el ejército me apunté a la corneta y fui corneta de primera. Ese fue mi oficio. No hice ni una garita, ni una guardia ni cogí el mosquetón. Así que, con esas, entré también en la banda militar, con la corneta.
Se licencia, sigue tocando en la banda de su pueblo, trabajando en la construcción y, a los veinticinco años, decide ingresar en la Guardia Civil porque en el pueblo no tenía seguridad social y, con esa edad, lo que primaba era mirar al futuro. Así que, como la escuela fue corta, por las noches recibía clases particulares del maestro. Iba a partir de las diez de la noche hasta las doce o la una porque tenía que aprender geografía, matemáticas, gramática…
El primer destino, tras su paso por la Academia de El Escorial, es Santa Pola (Alicante), luego Manzanares el Real en donde no había cuartel y vivían de alquiler. Por eso decidí hacer el curso de automovilismo. Me trasladan a Almodóvar del Pinar y mira por dónde que, tras dos meses allí, se produce en cuenca una vacante y aquí llego en el año 1971, en el mes de Enero, y en automovilismo.
La Banda de Cornetas y Tambores de la Guardia Civil
Esa misma semana, estando ya en el cuartel de Cuenca, el sargento de información, José Algaba, me dice: “José, aquí hay una Banda de Cornetas y Tambores y mañana hay ensayo”.
Yo hace tiempo que no toco, le digo.
“Yo tampoco, pero como soy el jefe, mañana te quiero ver allí”.
La Banda, como tal, se había creado en el año 1962 coincidiendo con la llegada del primer Jefe de la Comandancia, Rafael Conesa. Como recordaba mis toques, el sargento me dio un sobresaliente. Lo que me fallaba era la embocadura porque al cuarto de hora de tocar, ya no podía hacerla sonar. Ni más más ni más menos. Y así hasta que llegó la orden de la Dirección General diciendo que se anulaba. Que solo quedaban bandas así en donde hubiese banda de música así que, en 1985 desapareció con el consiguiente disgusto de todos. Yo he estado quince años desfilando en la Semana Santa. Éramos quince cornetas más la del cabo, quince tambores y siete gaitas, una de las cuales también toqué. Unos tocaban de oído y otros sabíamos música.
Ensayaban en el cuartel y luego en la Hípica. Eran ensayos musicales y, al mismo tiempo, servían para llevar el paso. Yo creo que daba gusto vernos. Lo que ensayábamos, salía a la perfección. Nunca perdíamos el paso. Ni en las curvas. Transmitíamos seriedad, sobriedad y profesionalidad. No veíamos la procesión, claro, porque íbamos abriéndola pero, ¿sabes?, entonces había más respeto que ahora. Federico Beltrán Martínez era el que nos enseñaba las melodías. El autor, prácticamente, de casi todas las marchas que tocábamos. Lo menos llevábamos ocho marchas de procesión aunque teníamos otras para desfiles como el del día de la patrona, la V. del Pilar. Pero entonces empezábamos en la Plaza del Cánovas e íbamos por Carretería hasta el cuartel. Luego, con los atentados y eso, pues se acortó el desfile y lo hacíamos en Teniente Benítez. En esta calle que va al cuartel. Igual que ahora.
Me cuenta José que “los de las cofradías” vinieron a reclamar pero que no hubo forma. Eran órdenes procedentes de muy arriba y había que acatarlas. Es que lo de la Banda era una cosa secundaria porque, en ella, había varios componentes que no estaban en el cuartel de Cuenca y se tenían que desplazar, desde sus lugares, hasta aquí para los ensayos y, luego, para los desfiles. Se venían una semana antes para ensayar y cada cual pertenecía a un área distinta. Yo estaba en automovilismo, otro en tráfico, otro en talleres…Cuando todo acabó, la corneta me la quedé yo porque la subastaron a un precio muy bajo y la tengo aquí, en mi casa. La corneta mía era de llaves. Las demás eran normales. Por eso nosotros íbamos retinteando, dando notas que las otras no podían dar. Y como la estrené, me la quedé y ya te digo, aún la tengo.
Durante algunos años, la Banda de Cornetas y Tambores actuó el Viernes de Dolores con motivo del pregón de la Semana Santa de Cuenca mientras, este, se pronunciaba en aquélla Casa de la Cultura que dirigía don Fidel Cardete. La cita falló el día en el que, José Luis Lucas Aledón, dio su pregón en san Miguel. Hubo algún que otro fallo a la cita como el del año 1980 en el que, la Dirección general de la G. Civil, deniega el permiso para que la Banda intervenga en los desfiles de ese año.
Ahí está la orografía de Cuenca por escenario. Sus calles y su pasión. Tras la Cruz Parroquial, el director de la banda (se sucedieron José Algaba, Isidro Martínez y Francisco Pino). Detrás tres columnas de cornetas y los siete gaiteros. Luego, el cabo de tambor y otras tres columnas de tambores que cerraban los atabales. Era la Banda de Cornetas y Tambores de la 103 Comandancia de la Guardia Civil de Cuenca que calló, no sabemos si para siempre, el año 1985 en el que desfiló por vez primera la Santa Cena y en el que enterramos a Marco Pérez en uno de los miradores de San Isidro.