Hace mucho tiempo -pudo ser por estas mismas fechas del setenta y nueve-, del año 1979 quiero decir; en mis ratos libres, que por razones de oficio solían coincidir con el sábado de cada semana, comencé en el periódico “Nueva Alcarria” una sección que no era otra cosa que una entrevista -yo diría de carácter amistoso-, con medio centenar de personas de lo más variado en la escala social guadalajareña. Los cincuenta reportajes se publicarían después en un libro que patrocinó la Caja de Ahorros de Zaragoza, Aragón y Rioja, al que puse el título de “Diálogos con la Provincia”, que muy pronto se debió de agotar como obsequio que fue para los impositores en el Día del Ahorro.
En aquel ajustado volumen aparecían como interlocutores personajes de lo más variado de la vida social de la provincia. Desde un Premio Nóbel (C.J. Cela) a un pastor trashumante de la Sierra Norte (Encarnación Herranz), desde un miembro de la Real Academia de la Lengua (Manuel Seco) a un enfermo de lepra del sanatorio de Trillo (Antonio Naranjo). La sección se acogió con interés por parte de los lectores, resultando hoy en su conjunto un valioso documento en el que aparece reflejado un momento clave de nuestra historia, el de la España de la Transición.
Uno de aquellos personajes fue un pintoresco individuo del medio rural, un anciano que alguien me insinuó tendría muchas cosas interesantes que contarme, como así fue. Pues sentados junto a la mesa camilla del salón de su casa, junto al brasero, en el apacible pueblecito de Arbancón, pasé algo así como una hora en su compañía. La lluvia de la tarde azotaba con fuerza los cristales de la ventana mientras que nuestro hombre, don Cruz Martínez Aberturas, me iba contando algunos de los aconteceres más reseñables de su vida. Me contó era viudo y se había vuelto a casar, que no había tenido hijos, que había vivido cinco años en Madrid, pero que aquello no iba con él, que su oficio había sido cazar, y que se había leído todas las poesías de Gabriel y Galán y algunas de Campoamor. También que escribía versos y que llevaba al día la contabilidad del agua de lluvia caída en su pueblo, desde que siendo joven tomó la decisión de ocuparse de tal menester.
El señor Cruz de Arbancón ya no vive. Hoy me he acordado de él porque en tiempos de sequía pertinaz como la que estamos padeciendo, nos podrían ilustrar como referente los registros de nuestro amigo, el ilustre poeta de Arbancón, por cuanto a la década de los años setenta, tomando cinco años distintos como tanteo. A saber: “En 1975 cayeron 602 litros de agua en su pueblo; en el 76 fueron 395 los litros recogidos; en el 77 la cifra casi se dobló, pues fueron 757 litros; en el 78 la lluvia total fue de 608 litros; y en el 79 -que todavía andábamos con él- iban registrados más de 800 litros.
Pese a haber atravesado la barrera de lo ochenta cuando yo lo conocí, se le echaban a nuestro buen señor una docena de años menos. Me dio la receta para cumplir años gozando de buena salud con una espinela que él procuró seguir como primer mandamiento. Os lo dejo aquí en su memoria, por si a alguien le pudiera servir:
“Vida honesta y ordenada,
usar de pocos remedios,
pero sí poner los medios
de no apurarse por nada.
La comida moderada,
ejercicio y distracción,
no tener mucha aprensión,
salir al campo algún rato,
poco encierro, mucho trato,
y continua ocupación.”