Hoy quería escribir de otra cosa.
No sé; probablemente de las reflexiones que expone un preclaro argumentista, – de los llamados ahora “blogger” (otrora , con un panfletista iban que chutaban) -, sobre oratoria, retórica, alambicamiento y mal gusto de un parlamentario que ostenta el insufrible cargo de corifeo gubernamental en el atril del congreso de los diputados. Tiene a bien llamarse el buen señor , portavocero él , Rafael Hernando, y es del PéPé.
Por una de esas, tuve a mal tragarme la alocución del susodicho en eso de la moción de censura (o algo así ) y, francamente, no me pareció nada mal. Al menos en comparación con otros peroraristas dispuestos en fila por los diferentes escaños y con distintos pareceres.
Pero no. No voy a escribir del tal preclaro argumentista , de diario fácil y cabeza gorgorista (no me gusta lo de gorgoriano, ea). Todos los de tal ralea, que intentan proclamar -sin conseguir, como es obvio- ‘estar por encima del bien y del mal’ y que tan solo se quedan en eso…en lo regular…en lo vacuo…en lo mediocre, no me merecen las teclas
En fin…
Si bien pretendía escribir sobre ese bergante, me he decidido a hacerlo sobre mi Biblioteca: La Biblioteca Pública de los Depósitos del Sol, en mi pueblo. Marzo con Oro y explanada; bonita, pero mejorable. A mi entender.
Ayer , sin ir más lejos, me acerqué a la misma con el ánimo de devolver unos libros y recoger los que Amparo (o José Luis) tenga a bien recomendarme, y me topo de morros con el ascensor cerrado a cal y canto, tres o cuatro sillas protegiendo su puerta y un cartel que dice- más o menos- “hasta que no arreglen el aire acondicionado no hay nada que rascar en esta biblioteca”. Así. Con un par.
En el momento más inoportuno saltan los plomos. Por lo visto. Esta haciendo en mi pueblo una canícula que ni los más viejos de “La Estudiantina” recuerdan por estas fechas (a las 06.24 entra hoy el solsticio de verano, que lo he visto yo desde mi balconada).
Bueno, pues no si será por el Murphy ese,- al que no tengo el disgusto ni me sé sus leyes pero…cenizo donde los haya – o por el puro azar – enemigo éste de todo científico que se valore aunque solo sea un poquito- pero la Biblioteca (‘mi’ Biblioteca) era una sauna con gente vestida y destilando efluvios provocados por la calorina.
Con toda razón me comenta Amparo – algo cabreada, la verdad sea dicha- que por qué no escribo sobre tal desmadre; que tuvieron que poner los propios compañeros funcionarios sus caseros ventiladores para hacer más llevadera una mañana de junio. Y es cierto, porque yo lo vi.
Le pregunto que qué ha pasado. Que se ha descuajaringado el motor ascendente de protones ingrávidos originarios de la derivada de equis más ce-hache elevada al cubo de la máxima potencia, me contesta (o eso, más o menos, entendí yo) y que, ¡claro! pues hacía un calor en el habitáculo que freía los huevos (sin perdón alguno). Y que , como era axiomático suponer, por nada en el orbe se iba a permitir tal desmán.
El caso es que, también me refirió, habían acudido presto unos operarios a desmantelar la tropelía. Pero que ni flores, oiga.
Que debido a una pieza única y exclusiva que debían de pedir a Alemania – o a otro país de por ahí cerca- y que, dados los cálculos que la experiencia propia les aconsejaba y profetizaba, podía estar en esos lares allá por septiembre, cuando el fresquito hace mella en la noches ferieras. O eso entendí yo, también.
Díjele yo, en mera contestación deferente a sus justas quejas, que si las autoridades competentes en esas lides habían puesto presto los consiguientes y oportunos remedios para las subsanaciones consiguientes, poco se podría hacer al respecto contra las tales autoridades competentísimas. Y así, sudando como un pollo en sauna turca, salí del establecimiento. Dejando a mis pobres semejantes al albur de una deshidratación inmerecidamente regalada.
Hasta que salí al aire de la mañana y me dí cuenta que ningún libro portaba.
Fue en tal momento cuando pensé- una vez más- que no es hacer todo bien eso de llamar a cualquier chapucero arreglador de motores ascendentes de protones ingrávidos originarios de la derivada de equis más ce-hache elevada al cubo de la máxima potencia, para que exponga la tediosa y repetitiva excusa de la ‘pieza que hay que pedir a Alemania para que el agua suba hasta el segundo y pueda así lograr que el refrescante aire emanante de las ventanillas con rejas, se esparza y pueda acariciar y deleitar a todos los presentes de la segunda planta’. Que no es eso todo.
Que buscar y contratar a los más preciados y expertísimos operarios de tales desastres, es tarea tan fundamental, o más, que el simple hecho de hacerse cargo del disgusto del personal perenne y del peregrino.
Así están ellos- los perennes digo, achicharradicos y sin libro que les consuele. Como un servidor de ustedes, que solo tiene la Tribuna y la Razón para echar una miradas. Y dos porque están de saldo.
¡Maldito Murphy y todos sus acólitos!
O lo arreglan ya, con personal preparado y experto, o mi Biblioteca entra en llamas el día menos pensado.
Que quede bien claro,: las ‘cosas’ públicas… que estén en buen estado de conservación y con alto grado de mantenimiento: personal y material, por favor…¡qué menos!.
¡Ahí queda! Mi Biblioteca en llamas como los alemanes no manden la pieza en un pis pás.
(Y yo que quería escribir del tal bergante…o de un aniversario que nunca más se celebrará. Vamos qué…)