En Navalón, los más ancianos del lugar nunca habían visto procesionar así a su Cristo de la Fe. Como mucho, lo de siempre. Sacar al Cristo del lugar en el que lo ubican por año y vez y colocarlo en unas andas amarillas en las que, la cruz, se atornilla por seguridad. Navalón es una pedanía de Fuentenava de Jábaga a la que se llega por una carretera, un tanto cuestionada, jalonada por campos de girasoles y cereal.
Antes, cuando el autobús pudo salir de la trampa callejera de Chillarón, a punto de dejar atrás el paso a nivel, la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios de Albacete había desfilado a los acordes de marchas militares e himno de la Legión a cargo de una banda de música compuesta por miembros de la Banda Municipal de Música de Cuenca. Era el preámbulo del acto central que tuvo lugar en la plaza el pueblo, con el homenaje a los caídos, en donde se depositó una corona de laurel al pie de la bandera no sin antes haber hecho las delicias de todos cuando, los gastadores, se exhibieron con el baile e intercambio de sus fusiles.
Luego la procesión del Cristo al más puro estilo malagueño. Sin andas, tres legionarios portaban la imagen: dos en ambas partes del crucero y, el otro, al pie del madero. Marchas procesionales semanasanteras y «La muerte no es el final» para dar rienda suelta a espectáculo y devoción sobre todo cuando, el que guiaba la marcha, golpeaba con su mano tres veces al madero para que, de pronto, fuera izada la imagen del Cristo muy por encima de sus cabezas.
Nunca había sucedido tal cosa en Navalón y nunca había salido su Cristo de semejante forma. Ni cuando tuvo 425 habitantes entrando en la década de los años treinta del pasado siglo, ni ahora en la que en los inviernos se juntan, como mucho, 27 personas para compartir el aire que respiran.