Yo, como usted seguramente, he podido ver una y otra vez las cordiales —cuando no complacientes— discusiones entre los dos supuestos protagonistas de una entrevista en el salón oval de la Casa Blanca entre Trump y Zelensky. Un verdadero epítome de diplomacia y educación entre ambos —como bien ha quedado patente y puede ser comprobado mediante la visualización de los videos—.

Al que ni conocía ni quiero volver a conocer es a un tal Vance, vicepresidente de los todopoderosos Estados Unidos de América. Cuya biografía y pedigree, resultan innecesarios consultar, ya que, bien es sabido que sólo un gesto, ya vale más que mil palabras.
Si el otro (Trump) nos dio amplias lecciones de finura y delicadeza, este Vance le superó con creces. Tomó buena nota de su intervención en Múnich, por lo visto.
Donde con palabras suaves, pausadas, sedosas y sutiles, puso a la Unión Europea a caer de un burro viejo desde el volcán “El Sajama” boliviano.
Y le dio, varias veces, varias palmadas de aprobación en el brazo derecho a su presidente Trump; quizá porque no tenía este los pantalones bajados para, en lugar de palmadas, darle largos lametones en salva sea la parte.
En el vasto escenario político de Estados Unidos, pocas figuras se han destacado tanto por su impecable comportamiento y aguda perspicacia como el actual vicepresidente, J.D. Vance; aunque, en mi opinión sea el compendio de lo que es ser el mayor macarra por antonomasia de todo aquello que pueda llamarse barriobajero.
Su reciente actuación durante la visita del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, a la Casa Blanca, es un testimonio elocuente de su capacidad para manejar situaciones diplomáticas con la sutileza que pueda tener un elegante elefante en una cristalería cualquiera, sin necesidad alguna de haber sido hecha en Murano o Bohemia.
Un genuino maestro de la diplomacia
Durante la mencionada reunión, Vance demostró su habilidad innata para transformar una oportunidad de fortalecimiento de alianzas en un espectáculo digno de un reality show. Mientras el mundo observaba con atención, no dudó en interrumpir al presidente Zelenski para recordarle, con la delicadeza de una buena hostia en un moflete, que debía mostrar más gratitud hacia Estados Unidos. Después de todo, ¿qué mejor momento para exigir agradecimientos que en medio de una negociación crítica?
Una trayectoria impecable
La carrera política de Vance ha sido un constante ascenso hacia la cumbre de la ejemplaridad.
Su participación en el debate vicepresidencial contra Tim Walz fue una clase magistral de cómo evitar responder preguntas directas y, en su lugar, ofrecer respuestas que harían enorgullecerse al más hábil de los políticos (con todo que sea hortera y bocazas por bandera)..
Los analistas aún intentan descifrar las profundas implicaciones de sus evasivas, posiblemente destinadas a mantenernos a todos en un estado de reflexión perpetua.
Fue como hacer una apología del «conócete a ti mismo» que Platón dijo que decía Sócrates ( porque, el pobre Sócrates, al igual que Jesucristo, no sabía ni leer, ni escribir)
Un modelo a seguir
En resumen, el vicepresidente J.D. Vance es, sin duda, el epítome de la compostura y la aptitud en la política contemporánea. Su habilidad para convertir situaciones diplomáticas en oportunidades para la confrontación, su destreza para evadir cuestiones incómodas y su talento para redefinir el concepto de liderazgo nos recuerdan que, en la política, siempre hay espacio para la sorpresa y la admiración.
O para la vergüenza ajena y la risa tonta y floja, como la del Joker.
Según se valore. ¡ Yo lo valoro más como lo último!
Pero, oiga, que ancha es Castilla. ¿Eh?
Firma invitada: Francisco R. Breijo-Márquez. Doctor en Medicina.