Por motivos políticos en los que prefiero no entrar, hubo un tiempo, el de mi niñez, en el que España estaba aislada de una buena parte de países del mundo. La relación con el resto de las naciones se limitaba a los enfrentamientos deportivos y poco más, mucha gente vivía en la pobreza. No existía la televisión y las noticias, pasadas por la censura, nos iban llegando a través de las distintas cadenas de radio conectadas obligatoriamente con Radio Nacional en el famoso “parte”. Esos mismos medios nos ponían al corriente del acontecer deportivo y nos daban a conocer la música del momento, predominando lo español, que dicho sea de paso, los intérpretes eran pocos, pero muy buenos. Las canciones permanecían en activo durante años y algunas todavía prevalecen.
De las canciones de los sesenta que pasaron al olvido, tuvo sus años de gloria entre otras una interpretada por Cristina y los Stop titulada “El turista 1.999.999”, canción festivalera referente a lo que por entonces pudiéramos considerar el arranque del turismo en nuestro país, con premio especial para el turista dos millones, del cual se le hacía entrega con todos los honores en el aeropuerto de Mallorca como culmen de la industria turística que empezaba a despuntar. Poca cosa, sí, pero con suficiente fundamento como para pensar que en el extranjero alguien pensaba en España, al reclamo de nuestro sol, de nuestras playas y de nuestra variada y excepcional gastronomía.
Días atrás dieron a conocer los últimos datos del turismo en nuestro país relativos al año pasado, en los que el número de visitantes extranjeros, y con ellos el aporte de divisas, sobrepasó la jamás soñada cantidad de ochenta millones de personas procedentes de un indeterminado número de países, principalmente europeos, lo que supone -eso ya va en serio- algo así como cerca del 14% del Producto Interior Bruto.
A la vista de estos datos hay que pensar en que España es un país que interesa, que su oferta en infinidad de aspectos, no es cosa baladí para aquellos que vienen desde más allá de nuestras fronteras. Una nueva concepción del turismo por añadidura, o por lo menos de una buena parte de él, es el Turismo Cultural; pues ya no son sólo las playas, el sol y nuestra cocina, lo único que buscan, sino también nuestras costumbres y, cómo no, nuestro arte y monumentos como poso de toda una historia de siglos en la que se refleja -pese a las consabidas sombras-, que el nuestro es un gran país, aunque seamos los propios españoles los que por sistema nos guste opinar lo contrario; a lo que yo añadiría también por ignorancia no culpable, pues que nadie o casi nadie, comenzando por los responsables en alta escala de nuestra formación -sálvese quien pueda- han hecho lo posible por instruirnos y educarnos en ese sentido. A pesar de todo, los extranjeros nos valoran, o mejor dicho, valoran las cosas que tenemos. Eso nos debe hacer pensar. Desde las autoridades, pasando por cada uno de nosotros, deberíamos aplicarnos el cuento según las posibilidades de cada uno. El llamado Turismo Cultural se ha puesto en uso, y eso nos coge de lleno. Aquí, precisamente aquí, en estas provincias castellanas en donde vivimos, hay mucho que ofrecer y mucho que recibir a cambio.