El camino está sembrado de hitos que, al paso de los años, se cuentan como historias de chimenea y velas. Y si no, que le pregunten a las gentes del barrio de Tiradores (https://www.liberaldecastilla.com/raices-de-el-liberal-50-anos-de-la-construccion-de-la-capilla-y-de-la-llegada-de-la-virgen-de-fatima-a-tiradores-altos/) en Cuenca.
En Chillarón, aunque el día señalado para la fiesta establecida hace ciento setenta y siete años, sea el de hoy, El Día de la Iglesia ya se celebró el pasado sábado porque, cuando el 21 no cae bien, se traslada al sábado anterior para que pueda venir la gente que emigró a Madrid o a Valencia.
Se trata de una fiesta, única en España, que tiene una historia bastante peculiar porque, anterior a los tiempos de María Cristina, algunos vecinos del pueblo construyen sus casas en un cerro encima del Pozuelo, que llamaron el Cerro Barrio, asentándose, los demás, en la parte baja en donde existía una ermita a punto de hundirse a causa de las aguas de un arroyo que hicieron resentir la cimentación por lo que se decidió construir una nueva ermita en lo que, hoy, es la sacristía de la actual iglesia. A partir de aquí, la gente empieza a construir sus viviendas en torno a esa ermita que, además de ruinosa, pronto se queda pequeña.
En 1831 viene otro cura, don Frutos Mingote, que comienza a pensar en la posibilidad de hacer una iglesia aunque económicamente las cosas no marchaban nada bien por lo que, en 1839, el alcalde, Fulgencio Ayllon, coincidiendo con las fiestas, convoca a los vecinos para tratar el tema de la nueva iglesia topándose con el principal problema, el dinero. Un vecino del pueblo, llamado Paulino González, se dirige a la multitud y propone que sean los vecinos los que hagan la iglesia aportando lo que puedan por lo que se crea una comisión formada por el alcalde, el cura y el obispo don Jacinto Rodríguez que pagará a los albañiles.
En enero de 1840 comienzan las obras y, el 21 de febrero de 1841, finaliza la obra colocándose un retablo de la antigua ermita, los altares y un órgano de buena traza que fueron destruidos en el año 1936.
Llevamos ya muchísimos años festejando El Día de la Iglesia, dice el alcalde de Chillarón, Vicente Reyes. Yo, como alcalde, llevo siete celebraciones y otras dieciséis como concejal. Todo porque, en 1841, el pueblo terminó la iglesia y con tal motivo se instituyó la fiesta que en aquéllos tiempos era muy pobre. Daban un puñado de cacahuetes y un vaso de vino. Yo, de eso, me acuerdo de cuando era chico. Era una carretá de alcahuetes y un vaso de vino, dice Vicente. No quita que la corporación municipal, el médico, el secretario y la gente pudiente del pueblo lo festejara de otra manera comiéndose un cordero. Pero con la llegada de la democracia, con el primer ayuntamiento democrático a finales de los setenta, esa costumbre se cambió por la actual para que el pueblo entero pudiera festejarlo. Es decir que los pudientes, como los no pudientes, pudieran disfrutar de la comida popular. Y así, tuvimos unos años en los que hacíamos una matanza pero, como pusieron tantas pegas y trabas desde Sanidad, optamos por hacer carne frita y unas judías con oreja, chorizo y manitas de cerdo que es lo que hacemos desde hace unos veinticinco años: veinte kilos de judías, la canal entera de un cerdo, cuatrocientos pasteles, cuatrocientas naranjas, cuatrocientos rollos de caridad, unos veinte litros de vino y refrescos para los críos. Lo hacemos el sábado anterior a la fiesta pero, hoy miércoles, día oficial, volvemos a reunirnos para dar cuenta de las costillas y los lomos adobados sigue diciendo Vicente entre la iglesia y el Silo o, lo que es lo mismo, al otro lado de una carretera, la N-320, que divide al pueblo por la mitad con el peligro que ello supone. Ya se solicitó una variante hace unos años pero, con la crisis, lo solución llegó en forma de semáforo y pasos de cebra que para nada evitan un accidente el día menos pensado.
Chillarón es el único pueblo de España que celebra esta fiesta. Yo creo que somos los únicos de España. Pregunté al párroco y el año pasado al señor obispo y, ellos, no tienen constancia de que algo así suceda en otra parte de España. Y encima que esta fiesta la pague el Ayuntamiento, desde siempre, además de los rollos de caridad. Un año intenté hacer baile pero fracasó. Nadie salió a bailar así que, a comer que eso sí tiene aceptación.
El Silo, le digo al Vicente Reyes, se está convirtiendo en un elemento fundamental para la vida de Chillarón. Es lo que estamos intentando hacer desde esta Corporación. Primero se consiguió que nos lo cediera la Junta de Comunidades porque estaba en desuso y, los planes, pasan por hacer de él un centro cultural que ya hemos conseguido y, a partir de ahí, varios proyectos de espeleología que serán muy importantes para el pueblo. Es que otros usos no se le puede dar porque, la Junta, nos lo cedió para fines culturales y deportivos.
El problema, o uno de los problemas de Chillarón, es que se ubica a unos diez minutos de Cuenca capital y se llega hasta él a través de una carretera bien trazada o por un pequeño tramo de autovía. Ese es el problema que estamos viendo los que somos del pueblo. Ha venido mucha gente, hemos crecido pero los que llegan no se involucran en las cosas y temas del pueblo. Esta fiesta la celebramos el sábado anterior porque viene la gente que está fuera en Madrid o en Valencia. Vienen a propósito y, sin embargo, muchos otros que duermen aquí no acuden a los actos. Es como una pequeña ciudad dormitorio en la que estamos luchando para que se integren, pero no. Se ha creado el AMPA del colegio, una gran alegría, por cierto, porque el colegio ha crecido. Teníamos siete niños y, ahora, tenemos unos treinta con posibilidades de que sean algunos más el próximo año. A ver si por mediación del colegio conseguimos atraer a los padres también porque, el colegio, es lo mejor que tenemos ahora mismo y, como alcalde, es en lo que más estoy incidiendo. En su importancia porque, con el cierre de colegios en muchos otros lugares, llegó la despoblación. Ahí duele, y mucho. Hace dos años casi nos cierran el colegio porque teníamos trece o catorce niños y por ahí, no paso.
Jugábamos a rebuscar patatas y cebollas.
A Julio Mora lo encuentro cerca de la báscula municipal provista de una caseta en la que, hace años, hicieron unas barbacoas de obra que han servido para cocinar las judías y freír la carne.
Julio tiene ochenta y dos años y un humor increíble. Recalca que nació en el año 1935 y sus recuerdos, que le asaltan de pronto, recalan en la época en la que estuvo de pastorcillo en una pedanía próxima a Chillarón llamada Arcos de la Cantera. Un lugar que toma su nombre por los canteros que hicieron allí sus casas una vez finalizada la catedral de Cuenca a finales del siglo doce. Estuve de pastorcillo hasta el año 1954. Luego estuve aquí, en Chillarón cinco años más y ya, a los diecinueve años me metí con los albañiles yendo y viniendo a Cuenca en bicicleta, me afinqué aquí, me casé y aquí estoy.
Rebobinamos la memoria para caminar por aquella España de los años cincuenta salpicada de abarcas y piales, de falta de pan blanco y de cabezas rapadas al cero. Había muchos niños. Más que ahora, dice. Jugábamos a rebuscar patatas y cebollas, judías en las eras, garbanzos… Era para poder comer porque no había otra cosa. Jugábamos al truquemé, al pillao ese por estas calles esperando que llegara el maestro y to eso. Al titillo ese que llevábamos, también. Había mucha gente en Chillarón. Estaban las casas llenas y celebrábamos esta Fiesta de la Iglesia de una manera humilde. Daban un puñao de alcahuetes y un vaso de vino, sí. Hasta de chavalillo te daban eso. Era el alguacil el que daba el puñao y el vaso de vino a los críos de siete años palante. Y luego ya, después, los del Ayuntamiento que mataban un corderete solo para ellos. Ahora es otra cosa. Ya es para todo el pueblo.
A finales de los años cincuenta venían músicos a Chillarón. Se había corrido la moda de las verbenas en calles y plazas y, las cuatro esquinas, era lugar apropiado para adornarlo un poco y echar un baile. Venían los músicos; el Canario, el Campillo, Realete…venía uno de El Herrumblar, Emiliano Caballero Cascabel, que tocaba el acordeón de botones y hacíamos una verbena que pa qué en las cuatro esquinas sin apenas ná. Había cerveza, sí, y gaseosas de papelillos en la calle que va a Navalón. Hacíamos baile cuando éramos novios pero, ahora, ahora ha cambiado mucho.
Museo Etnográfico
Este museo ha sido montado con objetos artesanos y sencillas máquinas manuales, utilizadas en el cultivo de las tierras y en las tareas del ganado, que son parte de la historia y señas de identidad de Chillarón. Una idea que nace para rendir un sincero homenaje a las generaciones que nos precedieron, contribuyendo al conocimiento de las formas de vida de los pueblos de nuestra tierra, con el objetivo de enseñar a generaciones más jóvenes, presentes o venideras, lo referente al trabajo que se hacía en el ámbito de la vida familiar en sus distintas vertientes: cotidiana, tradicional, festiva, popular y social.
La primera sala está dedicada a “Los trabajos y los días” incluyendo más de un centenar de piezas relacionadas con las labores agrícolas y el pastoreo. En la segunda, dedicada a “los rescoldos del llar”, encontramos objetos para la matanza del cerdo y en la tercera, denominada “el discurrir de los tiempos», encontramos vitrinas con útiles de la vida cotidiana y la vivienda tradicional de Chillaron y su comarca. Día a día, nuevas formas de construcción sustituyen a la vieja casa, con zaguán de pequeño tamaño, techumbre de madera vista, hueco para las animales con sus pesebres etc. En la cocina, alma de la casa, recinto de vida y confraternización de las gentes, se guardan y se tienen todos los útiles necesarios para preparar el alimento de la familia y ahí se reúnen todos en torno a la lumbre en invierno.