Por un momento me pareció estar viendo una de esas películas de capa y espada en la que, María Vicente, guapísima, enfundada en un traje del XVI, precioso, le robaba el papel a la protagonista cuando entró en la iglesia parroquial de La Asunción, de Huélamo, bajo el arco de honor formado por alabarderos y picas a lo largo del pasillo central. Entró como una reina ante las miradas de todos los asistentes y, tras algunas palabras del presentador, recibió el nombramiento de Comendadora al tiempo que ponían, sobre sus hombros, la blanca capa en la que destacaba, en rojo, el emblema de la Orden de Santiago. Un momento, roto por los aplausos, que quedará en la memoria del pueblo como el día en el que, María Vicente, secó el acuífero emocional de Huélamo: desde que nací, me siento huelamera. Mi madre me trajo al pueblo con apenas un año y, desde entonces, he disfrutado todos los momentos vividos aquí, dijo al principio de su alocución. Gracias por esta acogida. Que en un pueblo tan pequeño haya gente tan grande, es especial. Gracias. ¡Viva Huélamo!.