(Al excelentísimo Sr. Ernest Lluch, “in memoriam”)
Si mi traidora memoria todavía no ha tenido a bien fallarme, debió ser allá por el mil novecientos ochenta y tres, durante un verano especialmente caluroso y atosigante de los que suelen devorar las noches a la vera del puerto de nuestra amada Barcelona cuando tuve el inmenso honor de conocerle. ¡Qué molada!
Tal honor se quintuplicó al haber sido usted quien solicitó mi presencia en calidad de asesoramiento, – pequeño, pero consejo e ideas al fin y al cabo-, y uno andaba por esas tierras con unos cuantos años menos.
Quiero y deseo recordar sin temor a equívoco que fue en la barra de la cafetería del «W Barcelona» , con poca gente y mucha escolta – que , al final, de nada le valió -. rodeado por cuatro de los mejores y más prestigiosos maestros mundiales en el tema que usted ya legislaba durante más de un año como ministro de Sanidad y Consumo (así se denominaba por esos entonces) en el primer gobierno socialista del señor Felipe González.
A pesar ser economista, y de los buenos, los primeros apuntes de esa pequeña reunión barcelonesa iban dirigidos a cómo debería modificarse – cuando no destruir en su totalidad – la malamente denominada “Atención sanitaria primaria”; o lo que es lo mismo, la medicina rural y extra-hospitalaria. La de los pueblos, para ser más llanos y certeros, vaya.
Sí, fue en la barra de ese bar de cinco estrellas donde se acodaron los primeros hilos de lo que, una vez ya tejidos en valiente y bragado lienzo se esbozó sucintamente aquello que en mil novecientos ochenta y seis vino a plasmarse como “Ley General de Sanidad” (14/1986, de 25 de abril).
¡Todo un hito! No solo en el suelo patrio, sino merecedora de plausible solemnidad y envidiables celos a todo país occidental que denominase del ‘primer mundo’.
Nada menos que , en cortas palabras, pública, gratuita y universal.
Ni más ni menos. ¡Todo un acontecimiento irreconocible por su singularidad!
En sólo tres palabras. Las consecuencias de su mal-interpretación se intentará explicar más renglones abajo, de ser posible en alrededor de mil palabras. De ser posible…
¡Ay! Ahí es dónde ya son necesarias las verdades del barquero.
Fueren éstas tres, cuatro o las que de menester sean indispensables escribir, conciso y lo más claro posible. Las del barquero de Talaván o el de los cerros Ebdetenses.
Ni escribir tiene que , el que suscribe, se siente capacitado para escribir tales verdades en tanto en cuanto las conoce en su propio pellejo y no es su costumbre agrandar o empequeñecer todo aquello que siendo objetivo no ha adorno alguno en dependencia de sus intereses. No sería tolerable y el escribiente no las toleraría aun siendo permitidas. Que tienden a gozar de tal permisividad, todo sea escrito.
Entre las muchas ideas que se expusieron aquel bendito día de verano barcelonés, que uno recuerde, fue la “universalidad” el asunto más trajinado y matizado.
Téngase en cuenta que, por aquellos entonces, las áreas, zonas, centros y etcéteras de salud ni siquiera estaban pensadas. Eran “médicos de pueblo”, con residencia permanente en los mismos, en algunos casos con ‘casa del médico’ gracias a los aportes de los ayuntamientos -que no de las administraciones – y a los que , por una buena voluntad inconmensurable por regalo de las mismas, se les concedía hacer guardias de fin de semana, si se juntaban tres o cuatro médicos, a fin de cubrir toda la población de los tres o cuatro pueblos en los que se ejercía. A fin de descansar un poco, los sábados y domingos. Agradecidos todos, pues. Téngase en cuenta también, que una proporción nada despreciable de la población autóctona, carecía de «cartilla de la SS» (qué mal suena) por falta de guita; por tanto, para ser bien atendido por el médico del pueblo – hubiese sido atendido en cualquier forma, yo creo – pagaban una especie de cuotas mensuales que se llamaban “igualas”, cuya cantidad total era recogida por alguien del pueblo mensualmente para entregarlo al médico. Es decir, existía una desigualdad, no había Universalidad. Así nació el término y no como ahora se comenta, se dice y se afirma taxativamente que, lo que significa viene a ser que todo ser viviente del país que fuera tiene derecho a la sanidad española; excepto – eso sí – el llamado “turismo sanitario”.
Por tanto, primera verdad del barquero es que, de ser como se dice que es en estos últimos renglones, ni es ni debe ser Universal. Otra cosa muy distinta sería que , de precisar servicios médicos un extranjero, no se le atienda en su proceso, máxime si es “ad vitam”. Quien piense lo contrario, sencillamente está equivocado desde los primeros albores.
En el último debate sobre las elecciones de mañana (hoy es sábado) alguien sin corbata dejó una pregunta al actual presidente en funciones, que ni funciona ni preside, ¿sabe usted los gastos que ocasiona la atención sanitaria a las personas extranjeras y sin papeles reglados y legales? El silencio fue la respuesta.
Un servidor da fe de lo que puede costar a las arcas españolas, pero, para colmo, si el personal en tales circunstancias, no solo solicita ayuda sanitaria, sino que la exige, de maneras que dejan bastante de respeto y consideración decidiendo por si mismo lo que más le conviene…la cosa se hace inaceptable.
En un pequeño y nada riguroso – de momento, claro está – estudio estadístico que este servidor ha hecho, más del 6.4 % de todas las consultas diarias en un centro de salud pertenecen a extranjeros, de los que más de 47% ni disponen de papeles reglados (o están en baja laboral en cuanto consiguen un trabajo por más temporal que sea, bien en los ayuntamientos, bien en faenas temporeras) ,ni acuden a la cita solicitada y, lo peor, ni se dignan ni se les pasa por el coco anularla a fin de que otro reclamante, más que posiblemente español y buen contribuyente, pueda acceder a la hora que este extranjero ha solicitado y no ha acudido como una norma general y consentido. ¿Listas de espera? ¡Por favor…!
Me temo que cumplo las mil palabras y solo he podido esbozar una verdad del barquero muy sucintamente – incluso se podría pensar que soy xenófobo, o racista o…yo qué sé- y nada más lejos. Salvo que ser todo eso sea si exiges formalidad y buen hacer, que entonces va a ser que si. Asumiendo todos los riesgos que de hecho suceden. Llámese amenazas, agresiones, ambas o más si es que te niegas a sus azarosos e intolerables caprichos. Créanme…los hay a porrillo.
P.S.– Primera verdad del barquero: ¿Universal es para todo el mundo como quiera y cuando quiera? Sencillamente un no… totalmente rotundo.
Seguiré escribiendo sobre otras verdades del barquero, si se me permite, claro. ¿Gratuita?
Jamás pensé que, con esa sola pregunta al señor presidente en funciones (hizo, sorprendentemente, muchas más, con silencios correspondientes) iba a decidir su voto una persona naturalmente escéptica.
Así pues…¡continuará!
Firma invitada: Francisco R. Breijo-Márquez. Doctor en Medicina.
Solo una apreciación, espero que tenga segunda parte.
Me ha gustado esto, refiriéndose a las zonas rurales: «pagaban una especie de cuotas mensuales que se llamaban “igualas”, cuya cantidad total era recogida por alguien del pueblo mensualmente para entregarlo al médico. Es decir, existía una desigualdad, no había Universalidad. Así nació el término y no como ahora se comenta, se dice y se afirma taxativamente que, lo que significa viene a ser que todo ser viviente del país que fuera tiene derecho a la sanidad española; excepto – eso sí – el llamado “turismo sanitario”. «: Por lo demás seria un tema delicado para tratarlo con pocas palabras.
En respuesta al Sr. López Flu: Por supuesto que tendrá segunda parte; y tercera…y las que de menester fueren precisas (así lo escribo en el artículo). La gratuidad no iba a dejarla al margen. El paupérrimo y podrido sistema actual de salud…mucho menos. Igual hasta se da por enterado algún que otro supuesto gerifalte.
En respuesta a Luz Danae: Gracias por la lectura. Recuerdo que el señor que recogía las igualas – cuando Lola era médico de pueblo en Tiriez, y hacía guardias con Barrax , Lezuza y La Gineta – era manco, y una gran persona. Lamento no recordar su nombre. No era educado ni conveniente renunciar a esas «igualas», pues el pueblo se hubiese sentido ofendido con el rechazo de su ofrenda. ¡Igualito que ahora, vaya!