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Inicio Opinión

Valores democráticos

Por Liberal de Castilla
jueves, 18 de diciembre de 2025
en Opinión
Tiempo de lectura: 2 minutos
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Yolanda Martínez Urbina
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Hay días en los que la palabra democracia suena cansada, como si arrastrara el peso del desencanto. Nos enseñaron que era la forma más alta de convivencia, el acuerdo entre iguales, la promesa de justicia y libertad. Pero hoy, en medio del ruido, parece que la voz serena de esos valores se ha vuelto casi un susurro, ahogada por los ecos de la confrontación, la propaganda y la manipulación.

Cuando un gobierno —cualquiera— deja de escuchar, la democracia se encoge. Cuando el poder se confunde con impunidad y el diálogo con espectáculo, la confianza ciudadana se resquebraja. Y esa grieta no termina en el Palacio o en el Congreso: se filtra por todas partes, alcanza las organizaciones, los partidos, los movimientos sociales. Como un espejo roto que multiplica la distorsión, la crisis del modelo político termina reflejándose dentro de las propias estructuras que lo sostienen.

Yolanda Martínez Urbina

Sentimos el malestar, pero pocas veces somos conscientes del daño que se está causando. No solo al sistema, sino a nosotros mismos. La pérdida de respeto, la normalización del insulto, la desconfianza convertida en hábito van erosionando, día a día, la base moral de nuestra convivencia. Sin darnos cuenta, sembramos indiferencia donde antes había compromiso, cinismo donde había esperanza.

Las organizaciones políticas, nacidas para representar la voluntad del pueblo, se contagian de ese clima. Donde antes había convicción, hoy asoma cálculo; donde había militancia, hay marketing; donde hubo ideales, quedan consignas vacías. Es el reflejo más doloroso: el deterioro del espíritu democrático no ocurre solo “arriba”, sino que nos atraviesa a todos.

Y sin embargo, en medio de esa niebla, la democracia sigue siendo el lenguaje de la esperanza. No la que se declama, sino la que se construye cada día, con ética, con diálogo, con respeto. Reivindicar los valores democráticos hoy no significa repetir discursos gastados, sino cumplir con los cauces legales, asumir la responsabilidad de restaurar el vínculo entre la política y la verdad, entre el poder y el servicio, entre la ciudadanía y su dignidad.

Porque si la democracia está herida, no se cura con manipulaciones, amenazas o con miedo. No se cura con imposiciones. Se cura con el arte de respetar la norma común con decencia.

Y esa lección vale tanto en los grandes palacios como en los pequeños municipios. Cuando en un pueblo se falta al respeto a su alcalde desde la oposición, o cuando dentro de los partidos se silencia la voz de quienes piden democracia interna, se está vulnerando el mismo principio que sostiene nuestra convivencia nacional. Lo que ocurre en San Clemente o en Cuenca no es un caso aislado: es el reflejo local de una enfermedad general. La pérdida de los valores democráticos no conoce fronteras; empieza en los despachos, pero llega a los hogares, a las plazas, a cada ciudadano que observa con incredulidad cómo se degrada el sentido de la política.

Por eso, hoy más que nunca, defender la democracia significa defender la verdad, la decencia y el respeto. Todo lo demás —los cargos, las lealtades, los intereses— debería ser secundario frente a ese principio fundamental: servir a la ciudadanía con honor.

 

Opinión de Yolanda Martínez Urbina

Tags: Opinión Cuenca
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