Ayer, sobre las doce a.m. llegué a las puertas de mi inestimable biblioteca de los Depósitos del Sol a devolver un libro que tomé prestado hace unos días de un tal Stephen King – que debe ser un vendedor impresionante de novelas por lo que tengo entendido- de cuyo título ni me acuerdo ni me apetece acordarme. De quinientas páginas no menguaba. Eso se lo aseguro. Con el respeto que puedan merecer sus incondicionales, el supuesto literato no me gustó un pelo. Demasiada recreación en crímenes seriados , harto conocidos, y el pintoresco inspector de policía a punto del retiro, con tendencias a empinar el codo, atuendo sucio y desarrapado y una inteligencia innata, sustentada por una no menor intuición, que no hay quién le rechiste por muy borracho y réprobo que nos pueda resultar.
Bien es cierto también que era la primera vez que leía un ejemplar de los tantos y tan afamados que el susodicho autor ha escrito. Quede bien claro.
A las doce a.m. pizca más o menos fue. Toqué el botón del ascensor y me acomodé en la segunda. Cerrando, eso sí, la puerta de la biblioteca para no alterar la temperatura acomodada en las dependencias. Pues hubiese faltado más.
Veo a Amparo, le significo el ejemplar que voy a devolver y me pido otro libro de un tal Víctor del Árbol, porque me gustó el primero que leí del autor. Francamente me gustó. Leeré toda su obra por si no me decepciona.
Lo he escrito en varias ocasiones.
Para un servidor, el arte -en todas sus facetas- es bueno o malo, asequible o reprobable en virtud de quien lo valore. No de críticos ni más pamplineros, no. De uno mismo, que es al fin y al cabo a quien le impresiona en uno u otro canto el presunto arte.
Siempre lo he dicho y seguiré diciéndolo. No me colaré por la boca de embudo alguno por el mero hecho de que el pintoresco ‘cultureta’ de medio pelo (o de melena refinada) intente meterme en las mientes una beldad o bazofia inapelable, so pena de caer bajo el más despectivo gesto de su semblante. No.
Un servidor tiene sus libros de “culto”. Me resulta litúrgicos. Solemnes. De inevitable y contumaz lectura al menos una vez al año (El King ese no forma parte de ellos, conste). Y tengo varios, de veras.
Por no alargar mucho, ni rallar al lector (o lectora), en estas lidias, expondré tres de ellos . Mejor…cuatro.
“Nada y así sea”. Oriana Fallaci. 1973. Rústico. 323 páginas.
“El nombre de la Rosa”. Umberto Eco. 1980. Rústico. 534 páginas sin apostillas.
“Ensayo sobre la ceguera”. José Saramago. 1995.Rústico. No recuerdo el número de páginas. Con apostillas.
“Sin noticias de Gurb”. Eduardo Mendoza. 1991. Rústico. 144 páginas. Múltiples apostillas de parte de un autor que, a mi buen parecer, merece algo más que un premio Cervantes.
El primero me llegó a desear ir sin más contemplaciones a salvar vietcongs a mansalva. Laos, Camboya, y…Vietnam del Norte, evidentemente.
El segundo me dejó impresionado en todos sus aspectos. Y así continúo. Todo lo escrito ‘a posteriori’, me parece pura paja inservible e inleíble – a más de plagio-. Meros intentos de meliflua reconstrucción de tramas, tiempos y lugares.
El tercero, me dejó patidifuso varios meses. Creo que aún lo estoy. Sigo siendo y pareciendo un otro ciego que, viendo, no veo.
Y el cuarto...¡ay el cuarto! El alborozo pleno. La risa interminable. ¡Ay el cuarto…!
Bien. Pues ayer, me dice Amparo que hacen una representación -o algo parecido- en la propia biblioteca sobre “Sin noticias de Gurb”.
Me acomodo sin rechistar, como es natural. Amparo me pone en antecedentes:
«Mira que es un “cuenta cuentos”. Mira que no te va a gustar. Y mira que no se cuánto más».
No obstante, opto por sentarme y ver el espectáculo de unas adolescentes que, por muy por la labor de agradar al personal expectante con una gracia y salero que no se la salta un gitano del ‘Gypsy King’ (¿otra vez el King?) ese – o como se llame- y, estoy seguro, a la espera de plácidos aplausos al terminar su representación, muy todo eso y mucho más por parte de las dos chicas actuantes…¡hicieron fosfatina al pobre jefe de Gurb (pura y dura inteligencia) y al propio Gurb!
Brindo por las actuantes. Deploro la ayuda que puedan tener desde las autoridades competentes en tales menesteres.
Y, cómo no, mi brindis más solemne para Amparo y todos los componentes de la biblioteca de los depósitos del Sol. Féminas la mayoría. Que tanto me miman y a quienes tanto quiero yo. (Juan Carlos, también, ni decir tiene).
No digo yo que no vayan a la representación, todo lo contrario. Pero, aquellos que sean realmente amantes infinitos del Jefe de Gurb y del propio Gurb, por favor no sean displicentes con las muchachas. ¡Bastante hicieron con lo que disponían! Queramos o no, hacen cultura a pesar de sus superiores.
Además, ya escribí también que me encontré de casual al Gurb ese -que me cae fatal- vestido de putifindra vieja buscando vil negocio por el Gabanna, y le reproché todas las malandrinadas que le hizo al pobre Jefe. ¡Eso no se puede hacer, hombre! Con lo genialmente divertido que es el Jefe del Gurb ese. Y, con la exquisitez puesta en carcajada permanente de don Eduardo Mendoza.
Mas, no dejen de leer “Sin noticias de Gurb”. Aunque no tengan la menor gana de tener noticias de tan vil cochino.
Un servidor lo vuelve a leer cada primeros de Junio. Una liturgia.
Lo leí y lo volví a leer durante años con mis alumnos. La pena es que ya no saben quién es Lola Flores,de la Pantoja no pasan. Quizá sea irreverente por mi parte, pero don Eduardo podía mutar los personajes en algunos más recientes, aunque ahora haya más personajillos que personajes, como diría nuestro elocuente presidente.
El nombre de la rosa, para mí es obra de culto. Este año aún no la he leído, pero todo se andará.