Cuenca vivió anoche una de esas veladas que quedarán grabadas en la memoria colectiva de todos los presentes. El estadio de la Fuensanta fue testigo de un concierto inolvidable, donde Robe, con su gira «Ni Santos ni Inocentes», llevó al público por un viaje sonoro y emocional que capturó la esencia de su trayectoria artística, desde los años gloriosos de Extremoduro hasta su consolidación en solitario.
Desde el momento en que el escenario se llenó de colores brillantes y vibrantes, la atmósfera comenzó a transformarse. A las 21:37, Robe apareció en escena y, sin más preámbulos, rompió el silencio con «Destrozares», una pieza de su segundo álbum en solitario que resonó con una fuerza inquebrantable. «Buenas noches a todo el mundo», saludó con su inconfundible voz, y así dio comienzo a una noche donde lo festivo y lo reflexivo se entrelazaron de manera magistral.
El concierto se desarrolló durante tres horas de pura energía, alternando entre momentos de intensa potencia y otros de una intimidad casi palpable. El público, cautivado, siguió cada nota, cada acorde, como si fueran parte de un ritual compartido. Cuando Robe interpretó «Adiós, cielo azul», la primera canción de su último disco, «Se nos lleva el aire», una sensación de melancolía y esperanza se apoderó del ambiente.
El repertorio fue un recorrido por las distintas etapas de la carrera de Robe, con paradas obligadas en su primer disco en solitario, «Lo que aletea en nuestras cabezas», con la canción «Contra todos», y con temas de su más reciente trabajo como «Puntos suspensivos». La conexión con el público fue palpable, especialmente en momentos como cuando inició un solo de piano sublime que dio paso a la canción «La canción más triste» uno de los temas más tristes de su discografía.
Pero la noche no fue solo un viaje por su trabajo en solitario. Los seguidores de Extremoduro tuvieron su dosis de nostalgia cuando sonó «Stand by», del álbum «Yo, minoría absoluta», y luego «Si te vas», del álbum «Material defectuoso». Estas piezas, que arrancaron un coro masivo del público, culminaron con un brillante solo de saxo que dejó a todos con la piel de gallina.
Uno de los momentos más visuales de la noche llegó cuando Robe, enfundado en su papel de «pájaro negro con pico anaranjado», interpretó «El hombre pájaro» de su último disco. Aquí, los músicos que lo acompañan volvieron a destacar, con el violín y el clarinete creando una atmósfera mágica para «El poder del arte», otra joya de «Se nos lleva el aire».
Después de un breve descanso, Robe regresó con fuerza, comenzando el segundo acto del concierto con «Que tiemble el suelo», seguida de un tributo a los días de «Agila» con «Sucede», un tema que provocó una explosión de energía en el público. El clímax llegó con una selección de piezas de «Mayéutica» de 2021, combinando el segundo y cuarto movimiento con la coda feliz, antes de volver al presente con «Esto no está pasando», donde el público participó activamente, marcando el ritmo con palmas.
La despedida fue tan emotiva como el resto del concierto. «Hasta siempre, siempre, siempre», dijo Robe antes de cerrar con «Nada que perder», y como broche final, no podía faltar «Ama, ama y ensancha el alma», una declaración de principios que dejó a los asistentes con el corazón lleno y una sonrisa en el rostro.
El escenario, que durante toda la noche estuvo iluminado con colores brillantes que parecían danzar al ritmo de la música, fue el perfecto reflejo de la dualidad del concierto: destellos de luz que simbolizan tanto la euforia como la reflexión, ambos presentes en cada nota, en cada palabra.
Robe volvió a demostrar que su música no solo es un espectáculo sonoro, sino una experiencia que trasciende, uniendo a generaciones que encuentran en sus letras y melodías un espacio común. Cuenca, una ciudad que ha sido testigo de su evolución, desde aquellos días con Extremoduro hasta su actual etapa en solitario, lo recibió una vez más con los brazos abiertos, conscientes de que cada visita es un regalo para el alma.
Y así, como destellos que brillan y se desvanecen, el concierto se fue, pero la huella que dejó permanecerá, resonando en la memoria de quienes tuvieron la suerte de estar allí.