A pesar de no considerarme un “escribiente de viajes” ni medio regular- ya tenemos a Javier Reverte para esos menesteres- me he decidido a hacerlo. Como ya hice con Praga, ni me acuerdo cuándo.
No recuerdo- en más de ochocientos artículos publicados (según un compañero de estas lides, tal cantidad es lo suficientemente importante como para que ‘compren sus libros’…¡pobre diablillo!) – si alguna vez escribí algo sobre mi ausencia ,de presencia y de ánimo, en los paises del Este europeo durante muchos, muchos años. O sea, en los que estaban más a oriente del funesto ‘Telón de acero’. Lo que si recuerdo, como si de ahora mismo se tratase, es que en el 85 fui invitado a dar una serie de conferencias por algunos paises del antiguo ‘Pacto de Varsovia’. La primera iba a ser en Kiev.
Ni más, ni menos que Kiev.
¡Zaca!… el accidente nuclear de Chernobil…y me quede con la miel en los morros, escupiéndola por si me subía el azúcar,; tan solo tragándome toda la arrogancia -cuando no petulancia – que un muchachuelo de esas edades podía tener al ser invitado por toda una premio nobel en su campo.
Hice cruz, raya y juramentos al paño. Borré tales paises de mi mapa.
Hasta hace unos pocos años, en que me propuse conocerlos todos.
Si no todos, todos, si unos cuantos. Esta vez decidí Bulgaria. Más concretamente su capital: Serdika (o Sofia -sin tilde en la ‘i’-).
Salí de la T4 en Adolfo Suárez-Barajas con un frío de abrigo y bufanda. Como natural es en mi, pité al pasar por la portezuela esa, tan desagradable.
Me dije: ¡Madre de dios a la vuelta! Y así fue.
Llegué al aeropuerto de Serdika (Sofia) y salí pitando, puesto que- ¡oh dioses!- la primera maleta que vi en la corredera permanente de goma fue la mía. Me asome a la calle de refilón y , de súbito, me acurruque en las bondades caloríficas del hall.
Eso era frío y no lo de Madrid (me estuve acordando del ‘argentino en Toronto’ toda mi estancia). De abrigo, bufanda, guantes hasta los codos, camisetas de felpa dobles, pololos de pana, y verdugo azul marino. Nevaba. Y siguió nevando, y nevando hasta que despegué de vuelta a occidente.
Y eso que todos los días preguntaba a mi ‘asistente movilero’ el tiempo actual en Serdika. Siete u ocho grados decía el muy malandrín. ¡Bastante sabe él de fríos y calenturas! Si lo sabré yo ahora.
Escarmentado ya con lo aprendido en otras capitales europeo-orientales, decido por unanimidad no salir a las calles con mi típica “Guía” ni mis insoslayables “Planos” de los que nunca entiendo ni papa. Para no dar apariencia de guiri, más que nada.
Como antes de partir, mi compañero Pla – casado con una búlgara – me había puesto al corriente de algunas cosas típicas de esos lares, pues me dispongo a advertir a la colectividad que tenga a bien esta lectura y tenga en mente visitar Serdika (Sofia).
Primero, aprendí que en una ciudad que ronda el millón de habitantes, más de tres días se hace pesado (exceptuando Florencia, como es natural). Vaya que sí.
Siempre va uno a los mismos sitios. Entre otras cosas porque se hace de noche a las cuatro pe-eme. Y la cosa no está allí como para patear las inmensas calles solitarias y carentes de luces que protejan el pateo.
Serdika me asombró – entre otras cosas – por sus inmensos y solitarios bulevares. Pero no sé decir cómo se llaman porque, no obstante mi insigne habilidad para los idiomas, búlgaro no sé en absoluto. Eslavo tampoco, la verdad. Y otros muchos múltiples otros, tampoco.
También puede ser porque, un paso si y otro también, te topas con cientos de estatuas de vaya usted a saber quien. Deben adorar a sus héroes con inusitado entusiasmo. Por lo visto, y muy poco a su arquitectura nacional.
La ciudad de Serdika es agradable. Pero muy poco mimada. Ves edificios preciosos descascarillados, y , en cambio, cuidados sublimes a los pocos monumentos que pude ver.
El alcantarillado brilla tremendamente por su ausencia. Los hoteles, por lo general, son agasajados con una cantidad de estrellas que, ni le corresponden ni sueñan en ello.
Si usted- por poner un ejemplo- sufre de ‘micción imperiosa’ por el motivo que fuere…,el frío a no más largar, la lleva clara. O se mea encima la pata abajo o explota; ningún aseo publico pude ver por tan espaciosas calles y bulevares. Aunque cobrasen por el servicio, válgaseme la redundancia, como en Praga, en que puedes arruinarte meando.
Los Monumentos son guapos, les digo la verdad . Pero jóvenes. Muy jóvenes. El de más solera – según los estudiosos – es la “Catedral de Santa Sofia”. Del siglo XV. Enladrillada. Podría confundirse en estos lares con un edificio viejo de cualquier Polígono industrial. El resto, si bien bellos, con poca solera etaria. Siglo XIX como mucho.
La famosa estatua de “Santa Sofia”, emblema de la ciudad- dicen; antes era la estatua de Lenin en su cenit- , es casi inaccesible. Está en el barrio viejo, junto a una Mezquita (de la que apenas se oye el cántico del almuacín de turno, al contrario que en Estambul, que te pone la cabeza cual bombo manolero) , el Mercado Central y un edificio del que sale agua caliente (Sofia Public Mineral Baths ).
Lo que llama realmente la atención es lo exquisitamente “barata” que es Serdika. Oiga, que por cinco ‘levas’ ( un euro son dos levas) llenas la maleta de regalos y otros menesteres (el tabaco está a menos de la mitad que en España). Los Taxis son ya la repera -si sabes qué compañías has de tomar, porque en otro caso, la clavada puede ser infame. Viajar en taxi (‘Yellow’ u ‘OK’ sin puntitos) una distancia de diez o quince kilómetros puede costar diez levas. O sea cinco euros. O sea, lo mismo que me cobran aquí por ir de casa a la estación. Pizca mas o menos.
¡Uy!, pero si estoy agotando el numero de palabras.
Bueno algunos apuntes y consejos más sobre Serdika (Sofia):
Es muy barata – un finde de compras, sería genial-. No suele tener wifi por las calles ( en hoteles tampoco). No dispone de váteres públicos (en el McDonald y con clave de compra). Monumentalmente es demasiado ‘joven’. Prepárese bien para el frío polar ( o mayor). El inglés es medio aceptable. Prepare una lecciones de cirílico, si eso. Bien urbanizada y mal tratada. Asegúrese muy bien en las iglesias (Alexander Nevski; Hagia Sofia; Banya Bashi; Iglesia Rusa de San Nicolás; Iglesia de Sveti Georgi y otras ortodoxas más) de que puede hacer fotos dentro. Las consecuencias pueden ser sangrientas si están prohibidas… ¡Menudo se las gastan los curas autocéfalos! Un servidor casi traga hostias sin previa confesión. Como se lo estoy escribiendo.
¡Ah! Y ni se les ocurra perderse la “Ópera” – feo edificio, pero magnificas representaciones y mejores precios (15 euros en el mejor sitio). Yo vi “La Traviatta”...me encantó…hasta Verdi me gustó.
¡Ah! Otra cosita…ni se les ocurra montarse en el tranvía 22…¡que sustazo, madre!
En fin… ¡Retornando al Este!
Ya me quedan menos a conocer y poder escribir : « I was here ».
Amigo, pero dónde te metes. Ya llega el momento de las sopitas y los calcetines gorditos, y no te digo nada de una buena mesa camilla, una música de acompañamiento tipo sonata de Mozart y el periódico local, que es mejor que cualquier Times
Da un gustazo leérte!!! Tengo la sensación de que yo también he viajado hasta allí, pero sin pasar tanto frío. Casi he podido escuchar La Traviatta…… Siempre un placer poder leer tus experiencias tan bien contadas. Espero que un día comentes unos de ésos viajes a Florencia, creo que tu ciudad favorita. Francisco, un placer seguirte, leerte y contar con tu amistad.
Un abrazo, y prodígate más, porfaplis
Qué pasa con el 22?
En mi tierra no hace ese frío, no. En realidad no hace frío 🙂 hace «pelete». ¡Precioso paseo mi ángel! ¡Gracias por llevarme a esas avenidas! Un abrazo enorme :-*
¡Jope, viajas más que el baúl de la Piquer! Valeee! ¿qué está muy oído el dicho? Lo sé…