Rebeca Fuentes Arcos. Aquí, en Las Majadas, he conocido el significado de la palabra vecino, de la palabra amigo, del verbo ayudar
Cristian Sánchez Moreno, alcalde de Las Majadas, aparecía en el balcón terraza del Ayuntamiento que, en los años 50 del pasado siglo, era la fachada de un horno al que acudían las mujeres del pueblo para cocer bollos, rolletes de aguardiente y magdalenas porque, la fiesta, así lo exigía. Justamente, de ahí, de una pequeña cuadra ubicada a dos metros, salían los novillos que dejaban en mal lugar a los mozos que osaban ponerse delante, en aquélla plaza hecha con troncos de pinos en los que los hombres estaban arriba y, las mujeres, debajo acomodadas en sillas de enea.
“Ha pasado la pandemia, sí, nos han vacunado y creíamos que esto estaba acabado, que volvíamos a la normalidad pero, en realidad, hemos entrado en una etapa de anormalidad” comenzaba diciendo el alcalde Cristian. “Estamos en una guerra cruel que nos afecta de lleno, una guerra impensable en el siglo 21 que nos toca directamente. Un año, este, en el que la España rural ha ardido en sus cuatro puntos cardinales dejando ruina y un paisaje desolador que tardará años y años en recuperarse”, decía el alcalde al tiempo que recordaba, entre alegría y pena que, al menos, gracias al trabajo de todos, de bomberos rurales, de nuestras gentes y de nuestros ganaderos, “no hemos tenido que padecer incendio alguno, aunque no olvidamos la desgracia del que sufrimos en el 2009”.
Desde ese balcón de madera, orgullo de los carpinteros del pueblo al que habían adornado con una larga guirnalda de buje (boj) del que salían rosas blancas y rojas, pidió “dejar a un lado disputas y rencores familiares, políticos y demás. Sintámonos orgullosos de nuestro pueblo, de nuestra familia, de nuestra gente, (como nuestra pregonera de hoy por ejemplo), en lugar de lucir y dar a conocer nuestras vergüenzas, arrimemos nuestro hombro para que no se vean y se solucionen”. Se refirió, cómo no, a las fiestas adobadas por todo el equipo municipal y anunció a la pregonera, a Rebeca Fuentes Arcos, a la que agradeció haber aceptado ese encuentro con los suyos en una plaza que se hizo silencio cuando tomó la palabra.
“Cada año, al anochecer del 7 de septiembre, se produce en nuestro pueblo un milagro. Un milagro que ensancha el alma, alimenta la alegría y nos ayuda a hacer memoria. A hacer memoria en dos sentidos. Por un lado, a tener aún más presentes en el corazón y el recuerdo a los que estuvieron en estas calles y esta plaza otros días y hoy ya descansan en paz. Y, por otro, a ser hoy conscientes de lo que algún día seremos para otros, para las generaciones futuras, para los que ahora son niños, con el ánimo esperanzado de ser algo más que olvido, más que un nombre que un día holló estas tierras y cuyos huesos reposarán en el apacible espacio que queda entre la puesta de sol y la vereda”.
Se refería al camposanto, al cementerio tan presente en alguno de los relatos de su hermana Susana y al revivir de la jornada con los ecos de la Salve, el alegre repicar de las campanas y la afectuosa sonrisa compartida con familiares y amigos, hermanados, como cada 7 de septiembre, honrando las fiestas del pueblo, de esa comunidad llamada Las Majadas y a la que “tan hondamente amo, de la que tanto he aprendido y aprendo y que tanto me acompaña en cada paso de la vida”, decía, porque vida, celebración y tradición van de la mano. “Hay mucho que celebrar. Para empezar, la propia tradición de reunirnos en torno al 8 de septiembre, día de nuestra patrona, porque esta tradición tiene más valor que el hecho de serlo en sí misma y repetirse cada año: tiene un sentido de unión, de trascender a los tiempos.
Por algo, el 8 por la mañana, uno se siente aún más cerca de los que ya no están, más cerca de nuestro yo de joven, cuando estos días eran pura diversión y poco sueño; incluso de nuestro yo de niño, con las manos regordetas envueltas en los deliciosos y pegajosos azúcares que vendía el turronero. También, en este día, uno se siente más cerca del que será mañana, pues en ese instante en el que las campanas nos llaman con alegría y en la casa hay un festivo revuelo, sabemos que, por muchos años que pasen, el 8 de septiembre nunca será un día cualquiera”.
Rebeca marcó acento cuando dijo que las nostalgias no nos hagan detenernos en el pasado, sino que nos sirvan de empuje para crecer en el presente con actos como el que vivimos en la plaza. El estar aquí, con la gente, con su familia, citó al cura Toribio y generalizó con maestros que, algunos vestidos de luces y otros con tiza en la mano, “modularon mi forma de mirar- y también estamos aquí para apostar por el futuro. Porque tenemos un futuro por el que pelear juntos, como pueblo, por el que trabajar con nuestros brazos porque nuestro pueblo se sostiene desde hace siglos en nuestros brazos. Brazos que levantaron nuestra iglesia, robusta y hermosa, construyeron los caminos que transitamos, lucharon en la defensa del territorio enarbolando el arma del amor y la libertad… Brazos de madre que acompañan en el primer día de escuela, poderosos y protectores brazos del padre… ¿Qué decir de los brazos del padre y qué no daría yo por volver a ellos?”
La vida de la pregonera vuela sobre la rutina de la vida rural en un pueblo que añora tiempos pasados en los que, los brazos, y los abrazos, eran garantes de hermanamientos. “Brazos que llenan leñeras, que limpian el monte, que apagan incendios, que cuidan a los animales, que pastorean… Brazos inocentes que ofrecen unos pichones el día de Las Candelas, brazos que voltean las campanas cada domingo de Resurrección, que hacen el castillo cada primavera, brazos que sujetan guitarras para acudir raudos cada día 2 de mayo a honrar lo que somos y lo que fuimos. Brazos que trabajan, que aman, que consuelan, que entregan flores a la Virgen, que abrazan a un amigo, que te levantan cuando caes al suelo”.
Quedaba un casi final de agradecimientos. A los que la precedieron en eso del pregón, a los que enseñaron que las preocupaciones siempre se han de mezclar con placeres, a los que mantienen al pueblo en pie, a los que encienden chimeneas en febrero y a los que siembran huertos en primavera porque gracias a ellos, a todos, dijo en su pregón,
“sé que la libertad es mirar al horizonte y no hallar final, sino un cielo rojizo y un inmenso atardecer que me indica que más allá, al otro lado, algún día estaré con los que más quiero bajo el manto protector de la madre. Gracias porque aquí he aprendido a mirar la vida de poder a poder, sin que el miedo me atenace. A valorar los árboles, las piedras, el agua y las flores. Aquí he conocido el significado de la palabra vecino, de la palabra amigo, del verbo ayudar. Aquí nombré por primera vez lo que más quiero: padre y madre. Y aquí descansaré eternamente con ellos, y en su amorosa compañía, jamás volveré a sentir temor”.
Rebeca Fuentes tuvo guiños para todos. Para su madre, Jesusa, también “porque aquí he aprendido que la vida pierde sentido cuando dejas de tener fe, que el beso de mi madre me devuelve, cada mañana, la esperanza y las ganas de seguir. Aquí he admirado el vuelo de los pájaros y he agradecido a Dios que nos haya puesto el paraíso a la vuelta de la esquina, ¡mi bello rincón de pinos, piedras y fuentes! Y de Arcos, claro”.
Estamos en la España desaprovechada, vaciada como dicen por ahí por culpa de tantas cosas que, de tanto saberlas, las olvidamos. Por eso las fiestas tienen mucho de reencuentro y, por eso, Rebeca, recordó que se comparte un destino común y que, estos días, sirven para reunirnos y recordar a los muertos, para celebrar que estamos vivos en la certeza de que estamos aquí por el bien de nuestros semejantes y, por eso, dijo, por eso “cada día debería ser 8 de septiembre, cada día deberíamos despertarnos agradecidos y renovados.
El pregón finalizó con unos versos en los que, en cada escalón, había abrazos, recuerdos de petardos, de banderillas, de toreros, de juventud, de campanario y de su Virgen del Sagrario con aplausos que hicieron añicos al silencio del pregón pronunciado por Rebeca Fuentes Arcos, tan metida en profundidades filosóficas y Pensamiento Árabe Clásico en la Universidad Complutense de Madrid. Una pregonera que tiene Fuentes inagotables para regar millones de Arcos en el lugar que se proponga.
Tocaba después la ofrenda floral protagonizada por los más pequeños vestidos, para la ocasión, con el tradicional traje serrano en una iglesia llena de fieles como en las grandes ocasiones. Tan llena que, hasta el propio párroco, don Toribio, llegó a decir que no cabía en sí de contento tras el canto de una Salve en la que las mujeres llevaban la voz cantante.