El embalse de Bujeda, de donde roba las aguas el trasvase, se divisaba a lo lejos en esa Alcarria baja en la que reinan los torrentes, cuando llueve, que como goma de borrar hacen desaparecer lo que encuentran a su paso convirtiendo el paisaje en lo que llaman bad lands: cuestas empinadas de tierra suelta y arcilla que impiden viajar cómodamente por él y, a veces salpicado, muchas veces, por manchas verdes de quercus.
De Almonacid de Zorita-, en donde el Tajo ya es Tajo-, a Pastrana, la orografía, las curvas de nivel nos llevan hasta los 800 metros de altitud sobre el nivel del mar.
El “Tantum ergo”, la última parte del “Pange Lingua”, escrito por santo Tomás de Aquino, inunda el convento de El Carmen del que escapa, como puede, el olor a incienso arañando el que fuera realmente de los padres Franciscanos convertido en instituto Antonio Buero Vallejo.
Ha terminado la misa y, con el “Bendito sea Dios”, las mujeres cargan en sus hombros una imagen de Santa Teresa mientras, una de ellas, recién operada de la garganta, me dice que tiene sesenta y siete años, que la imagen no pesa y que toda ella, es devoción a la Santa.
Es un poquito antigua, me dice, porque le hubiera gustado vivir en la misma época que la Fundora. Tiene una hija, casada.
Siempre llevan a Santa Teresa las mujeres, sí, me dice una de ellas. Desde que me acuerdo. Además ha habido esta tarde una pequeña anécdota en la iglesia porque un señor que es de aquí, pero vive en Madrid, jubilado ya, ha ido a buscar hombres y le he dicho yo, mira Juan Julián, que a la Santa la llevamos las mujeres. Esto viene de atrás.
Otra, acaba de besar la reliquia de la Santa que se encuentra en la custodia. Es la fé que tenemos a nuestra Santa, me dice. No sé qué es lo que hay en la custodia, la reliquia, no sé. Mi vista no da para eso pero, hay algo de Ella.
Yo acabo de besar a Santa Teresa, me dice otra. No sé qué hay de reliquia.
El padre Víctor acude a nuestra llamada para aclarar que, besar, besar, no se sabe a qué parte del cuerpo de Santa Teresa se besa, pero es una reliquia que se conserva en ese portapaz que tenemos en el museo pero no hay documento alguno que acredite qué es lo que se guarda.
Detrás del convento hay una pequeña huerta regada por un arroyo que nace en la montaña a cuya falda estamos ahora. Lo que hay en él, es ya el típico producto de invierno y toronjina, una lavándula que utilizan en algunos pueblos el día del Corpus para aromatizar tanto a la iglesia como a los altares en plena calle.
Hay una capilla, fundada por la Santa, que está presidida por gran un lienzo que trajo Santa Teresa. Cerca de aquí hay otra capilla en la que se ha hecho famosa una zarzamora que consideran milagrosa. Hemos tocao to la zarza y ni una espina. La hemos tentao entera y ná. Se las llevó Santa Teresa. Todo porque, según cuentan, Santa Teresa tenía pecados, se tiró a la zarza y así se llevó todas las espinas, me cuentan.
La capilla está como colgada encima de unos bancales del río Arles y, como los edificios del barrio de San Martín de Cuenca, tiene dos plantas por debajo. Otras dos capillas que visito acompañado del padre Víctor siendo curiosamente, la de la Vida, un osario al estar toda ella, paredes y techo, adornada con restos óseos de los carmelitas difuntos: calaveras, tibias, fémures. Tétrico y macabro. Santa Teresa, quiso evitar estas cosas y, por eso, se trajo a san Juan de la Cruz pero, por lo que se ve, no lograron hacer nada y degeneró en esto macabro y degenerativo, dice el padre Víctor.
Callejear es el verbo que mejor se conjuga en este Conjunto Histórico Artístico porque, aunque quieras, no te perderás en sus callejuelas al tener de referencia la Fuente de los Cuatro Caños (1588) y, sobre todo, su plaza del reloj en donde se encuentra el Palacio Ducal de finales del dieciséis tan unido a la princesa de Éboli, doña Ana de Mendoza de la Cerda.
El toque de campana de la Colegiata, más allá de la calle Mayor, nos transporta con su portada gótica al siglo catorce y nos introduce en un patio en el que abundan las trepadoras guardianas de una cruz de piedra en la que se lee “Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar”.
En Pastrana se celebra todos los años lo que llamamos Alforja para la Poesía en el que se dan cita muchos e importantes poetas. Y aquí, Antonio Ochaíta, recitando una noche, en esta placetuela, diciendo estas palabras “tengo La Alcarria entre mis manos”, se inclinó hacia adelante y quedó muerto, añade don Licinio García, párroco de Pastrana.
La Colegiata primitiva del catorce se aprecia muy bien aunque esté unida a la renacentista del retablo y el altar. Es de tres naves y, debajo, se encuentra el Panteón de Duques con los restos de la princesa de Éboli, fray Pedro González de Mendoza, la momia del fraile carmelita y, sorpresa, los restos del marqués de Santillana: que no debería estar aquí. Pero cuando en la revolución francesa fueron profanados los restos en el panteón de Guadalajara, al quedar los restos como son Mendoza, recogieron los restos y los trajeron aquí. Están aquí por casualidad, nos dice don Licinio.
Arriba, en lo que sería una gran sacristía, se encuentra el museo parroquial e n donde, además de joyas de orfebrería se encuentran los famosos tapices: aquí hay un conjunto de tapices, principalmente estos seis, que son unas batallas que dio Alfonso V, rey de Portugal, en el norte de África. Todos son batallas de este rey en África. Hay tres batallas, “La conquista de Tánger” que es uno de los tapices que faltan, “La conquista de Alcázar Seguer” que es de los más estropeados, y “La conquista de Arcila”. La de Tánger es un solo tapìz y la de Arcila son tres tapices (aproximación, cerco y entrada a Arcila). Hay otros tres más secundarios que son buenos, pero que no son de la categoría de estos. Son de una grandeza extraordinaria porque casi llegan a los cincuenta metros cuadrados cada uno de ellos. Fíjate cómo serán que, cada metro cuadrado de uno de ellos, se consideraba como el trabajo que, un hombre, llevara a cabo en un año. Son tapices del año 1474 extraordinarios en los que, los personajes principales, son auténticos retratos. Por eso podemos decir, sin ningún rubor, que ésta es una de las mejores colecciones no ya de toda España, si no del mundo entero, concluye don Licinio al que le pregunto si duerme tranquilo con todo lo que vemos por aquí, y que ahora callamos por precaución: esta misma pregunta me la hizo, hace años, el ministro López Bravo. Pasó por aquí y me dijo lo mismo, sí. Uno se acostumbra a todo pero se pasas ciertos apuros. Tenemos todos los medios de alarmas y, sí, está protegido. Estamos con el susto, la incertidumbre de que si funciona o no y siempre nos queda la duda. Es una amenaza constante, responde entre risas el párroco.
El museo abre sus puertas de 10 a 14 y de 16 a 18 horas excepto los festivos que cambia de 13 a 14:30 y de 16 a 18:30 horas. Los mayores pagan la entrada a cien pesetas aunque, si van en grupos, baja a las cincuenta pesetas y, los niños, no pagan. Eso sí, como en casa del herrero hay cuchillo de palo, la gente de Pastrana ni pisa el museo a no ser que venga alguien de fuera.
A juzgar por los tres bancos y las dos cajas de ahorro, podría pensarse que, aquí, hay dinero. Eso es lo que dicen. Hay trabajo, sí, pero hasta cierto punto. Aquí hay cuatro o cinco agricultores y, el resto, somos obreros. Y mire, cuando acabe lo de Trill,o a emigrar. Yo soy de la construcción y le digo que, aquí, no sobra nada, me dice un constructor cerca de la Fuente de los Cuatro Caños. Hombre, también es verdad que la gente se está modernizando y, con ello, muchos están haciendo arreglos en sus casas. No tenían cuartos de baño ,y ahora, los están haciendo, me dice.
La temporada agrícola viene mala, me dice un agricultor. Si no llueve mala cosa. Sembramos en la tierra alta cereal, avena, cebada y girasol. En la parte baja, patata, maíz y hortalizas.
Las Terrazas del Arlés son de regadío. Las “Poyatas!” tiene agua. Un nacimiento y, por eso, se cultivaba mucho. Había en los bordes unas parras de uva de colgar que eran muy buenas. Y luego tenemos un microclima que no sabemos o no podemos aprovecharlo porque no hiela en la Fresneda. Los frutales, por ejemplo, están abandonados y los olivos, que había muchos olivos, los abandonaron cuando la emigración. Este pueblo ha llegado a producir 13 millones de kilos de olivas.¿Ah!, y un camión sale todas las semanas cargado con verduras al mercado de Guadalajara, me comenta uno de los pocos agricultores que quedan.
Hablamos, claro, del antes y el después. Antes de que se mecanizara el campo en el que abundaba el abono orgánico, que se ha perdido, y en el actual que es mejor en otros sentidos, me dice. Me quedo con el tractor. Antes se mantenían los pastos y la calidad de las cosas, de los productos era muy superior. A mí que no me den cosas de esas que, yo, me apunto a mi buena tortilla de patatas con huevos de mis gallinas y a los chorizo de mi matazón, a los rábanos, tomates de mi huerto y aceite de oliva. A eso me apunto, termina diciéndome entre risas.
Francisco Javier terminó octavo y, ahora, ahora no hago nada. Iba a hacer unos cursillos pero ahora na. Dentro de unos meses a ver si sale algo. Es que esto está muerto. En invierno no hay nada. Hay un pub, una discoteca y nada más. Cerraron un cine y nosotros nos aburrimos. Los que se pueden ir a otros sitios se van. En verano se pasa bien porque hay gente pero, en invierno, de catorce años, no hay ni para hacer un partido de futbol. No hay gente.
El problema viene del gran vacío dejado en el siglo diecinueve y, sobre todo, en la huida a la ciudad. En la despoblación migratoria a mediados de los años cincuenta del pasado siglo, que dejó en porretas a la España rural de la posguerra. Eso, y lo que vendría después con el cierre de las escuelas.
Hace treinta y dos años, el casco urbano le venía grande a los 1.442 habitantes de Pastrana. La sensación era de vacío. De cierre por derribo o ruina. Quizás, como muchos pueblos de nuestra región. Son pueblos envejecidos por el gran éxodo debido a que la agricultura se ha ido reconvirtiendo y, hoy, más del cincuenta por ciento de la población está por encima de los cincuenta años, dice Antonio, el alcalde.
El futuro creo que es esperanzador. Pastrana tuvo un gran descenso en su número de habitantes en los últimos veinte años pero, poco a poco, se está recuperando y en los últimos años hemos recuperado un ocho por ciento, me dice. Treinta y dos años después, faltan 527 habitantes.
Pastrana se vistió de gala al llegar la noche encendiendo farolas que iluminaran un presente lleno de ilusiones mientras dejaba a la sombra algún atisbo de fracaso. De carambolas en la mesa de billar y de una cerveza porque, al fútbol, jugar sí pero no hacen equipo por falta de gente. Aun así, cuando abandoné Pastrana en medio de la noche, me acordé de Brigadoon, el pueblo mágico. La «instantánea del tiempo pasado» en palabras de Cela.
Audio de don Licinio sobre Ochaíta
Audio del padre Víctor
Audio en la procesión. La zarza milagrosa