En la Venida de la Virgen, en el Día de Rus, o el día en el que el cuerpo haga sombra, te quedas anonadado cuando llegas a la Plaza Mayor de San Clemente en donde ejerce de eje la iglesia parroquial de Santiago Apóstol. A partir de ahí, tendrás que despegar los pies del suelo porque si no, corres el riesgo de quedar convertido en estatua ante tanta belleza calificada hace muchos años en Conjunto Histórico Artístico. Y no solo por su Ayuntamiento del XVI, si no por sus conventos, casas solariegas, Torre Vieja, el Pósito…
Hace treinta años, Francisco Sevillano, que llevaba 20 de profesor en San Clemente y ejercía de alcalde en esas fechas, nos decía que la población era de 6.500 habitantes: es el único pueblo que ha tenido crecimiento real y en el que se cuida el patrimonio porque, los que se marcharon, están regresando y cuidan de que sus casas estén en buen estado.
Cerca de 1.000 niños hay en edad escolar. Se completa el ciclo inicial en las escuelas y, el medio, en el Instituto Técnico de Enseñanza Media en donde se imparten materias técnico profesionales unidas a las estrictamente educativas, explica Francisco.
En San Clemente, la agricultura es el pan nuestro de cada día aunque las tierras, están en manos de unas cuantas familias que, por cierto, proporcionan jornales y bienestar al pueblo. Hay industria. No mucha pero sí, añade Francisco. Tenemos fábricas pequeñas pero que tienen doscientos y pico empleados: Uteco, la Alcoholera, la Cooperativa etc que seguro que abrirán puertas a otras.
San Clemente es Conjunto Histórico Artístico, lo hemos dejado claro pero, hace treinta años, el convento de San Francisco corría peligro de hundirse: estamos haciendo una recuperación de todo el patrimonio. El centro del pueblo, que es uno de los puntos de gran interés, tiene edificios del XVI y XVII y lo estamos intentando recuperar. Pero esto cuesta muchísimo dinero. Más que crear una ciudad nueva. Requiere dedicación pero estamos en ello, sí, dice Sevillano para añadir que estoy de acuerdo en que hace mucho tiempo no se respetaron normas y se construyó mal. Hubo atropellos y por eso estamos trabajando en recuperar y también en orientar para que vaya todo acorde con el Conjunto Histórico Artístico.
La Venida de la Virgen
La noche del Sábado fue lo que fue, si es que fue, porque entre preparar la cuerva, la discoteca y la calle, permitió que la asaltara un reloj a las seis y media de la mañana cuando todavía no habían puesto la calle Boteros y, la gente, empezaba a pisar tierra camino de la misa del sueño. Buenos días. Yo si me he acostado. Que me fui a la discoteca, dormí una hora y ya me he venido, dice María Luisa.
Las fajas, con temas religiosos bordados por las mujeres, destacan en la no sé si llamarle uniformidad de la cuadrilla en la que se aprecia, además, un pañuelo de seda atado al cuello que se deja caer sobre el hombro izquierdo cuando está a punto de salir, de la iglesia, la Virgen de los Remedios en una operación dirigida por Aurelio, que es el que pagó el dinero. Es el jefe de la cuadrilla: uno tiene que ser el jefe de los 24 que somos. Las obligaciones son las de ayudar, tener cuidado de las andas, llevar y traer a la Virgen… De todo, nos aclara.
¡Viva la Virgen de los Remedioooss!, dice Aurelio. ¡Vivaaa!, responde la gente.
La salida de la Virgen de los Remedios desata pasiones, vivas y bailes de los que la llevan al compás del Himno Nacional. Lo hacen flexionando un poco las rodillas al tiempo que lanzan el brazo libre al aire hasta que termina la música porque, si no, el banzo se clava: bah, algo pero poco, dice Urbano Molero mientras Luis Moreno dice que le gusta más ir delante porque se ofrece más. Se aprecia más bailándola porque la gente te ve mejor. Lo del pañuelo es una tradición de toda la vida y llevamos a la Virgen, así, hasta que acabe la música, dice. Carmen, que va junto a don Abel, el cura, aclara que son chicos los que llevan a la Virgen: son chicos sí. Las mujeres es que no pueden porque pesa mucho. Lo he intentado y no he podido. Esto es muy emocionante. Tienes que ser de aquí, si no, no puedes llevarla, aclara.
La calle Boteros, que nada tiene que ver con el topónimo, es un embudo en el que algunas chicas tienen ciertas dificultades para transportar una garrafa de cuerva que, como dice Azucena, aún no saben por qué la llevan: me han cargao aquí los de la pandilla y ha sido el Mantecas y Coco y, claro, así vamos. Y encima, han metido trozos de naranja enteros para que sepa mejor la cuerva.
En el coro del convento de las Franciscas, uno de los tres que en San Clemente hay de clausura, se aprecian las siluetas de las monjas que cantan un motete a la Virgen mientras, sor Encarnación del Santo Rostro de Jesús, no puede disimular su alegría: es que es una cosa muy nuestra. De tradición y nos alegramos mucho cuando llega este día. Es un gozo para nosotras, dice, y también para las Carmelitas que será la siguiente parada en un edificio del XVI mimado por Manuela la Mandadera que, sin remedio, nos lleva al Santo en donde Urbano Molero, además de llevar a la Virgen, carga también con su hijo, Urbano, de siete años: es mi hijo y me gusta llevarlo. Me llamo Urbano Molero Jiménez, dice el niño y voy muy bien añade entre aplausos, pasodoble y vivas. Esto es precioso. Nos cansamos un poco pero, como se lleva con tanta alegría, nos da igual.
A las ocho y veinte de la mañana, ya en el Santo, los nervios se notan en la Cuadrilla porque la procesión va con algo de retraso. Todo porque, según la tradición, la Virgen debe salir a las nueve menos veinte pero, mujeres como Angelita, tienen que poner antes lilas y alelises de mi madre, dice. Ella no puede estar aquí porque le dio una trombosis y por eso vengo yo sola. Todos los años se lo pone y también cuando viene la de Rus.
Ya en el Santo, la Cuadrilla deja a la Virgen mirando hacia el pueblo al tiempo que le ponen un armazón y una lona verde que la resguarde del polvo del camino porque, la lluvia, no vendrá en este día de Abril en el que estamos corriendo ya los primeros metros hacia la carrasca. Los de la Cruz van por delante, corriendo, dando una imagen decimonónica por estos campos verdes de La Mancha. Para allá y para acá. Voy muy bien, dice Encarna. Corre por ofrecimiento. Mi padre es que se cayó de un balcón y se rompió diez costillas y la paletilla y, si quedaba bien, pues ofrecí venir. Por eso se lo ofrecí a las dos.
El descanso en la Carrasca duró lo que magdalena en boca y, de nuevo, la marcha unió carreras y ciertos reproches a los que hacían la ruta subidos a la caja de un tractor, ideada para el descanso de la Cuadrilla que, por fin, llega a Rus. Jodidos. Llegamos jodidos. Llevamos los pies hechos añicos. ¡Madre mía!, dicen los de la Cuadrilla mientras otras, entre risas, afirman que venimos muy bien. Cansadas pero bien, en ese tramo final en el que las mujeres pueden llevar a la Virgen entre vivas y gritos de “ya es nuestra”: pues mire usted, es que eso nos sale de dentro. Es de toda la vida. Llevo nueve días yendo y viniendo a la ermita por ofrecimiento. Y lo he hecho en tres horas, afirma Maria Rivas, añadiendo que lo ha hecho porque he tenido a un hijo a las puertas de la muerte y la Virgen lo ha salvado.
¡Viva la Virgen de los Remedios!,¡Viva nuestra Madre!, ¡Viva nuestra patrona!, ¡Viva la Virgen!, ¡Viva nuestra Pastora, !¡Viva la Morena!, ¡Viva la Virgen de Rus! exclama una y otra vez Luisa Carrascosa mirando fijamente a la Virgen, con los brazos en cruz, para finalizar con un Guapa, Guapa y Guapa. Precioso, dice. Esto es maravilloso. Como esto no hay ná. Como la Virgen y como el pueblo de San Clemente no hay ná, añade Luisa. Es la fiesta de San Clemente y de la Virgen a la que le tengo mucho que agradecer porque me cortaron un pecho y estoy muy bien. Por eso vengo y le voy a poner mil pesetas en el lado izquierdo. Porque me curó y se lo debo a ella.
Luisa Carrascosa es un torbellino que arrastra emociones y dichos en el interior de esta ermita de Rus en donde, don Mariano, se dispone a oficiar la Santa Misa al tiempo que, María José, deja de vender recuerdos de la Virgen.
La gente descansa y repone fuerzas a base de tortilla y cuerva mientras la charanga va de un sitio a otro sin dejar de tocar. Hay movimiento de personal cuando se acercan las doce del mediodía y, los más alejados, cruzan el río Rus para llegar hasta esta Virgen de Rus que lleva al Niño sobre su brazo izquierdo, vistiendo ambos túnica y manto de color blanco. La Virgen lleva billetes prendidos con alfileres de mil, cinco mil y dos mil pesetas como las que acaba de poner Purificación que, aunque vive en Madrid, no falta a la cita.
Se encadenan los vivas y, en medio de un desorden programado, salimos hacia el puente mientras, Francisca, intenta tocar el manto por los huecos que quedan: es un tesoro que tenemos. Soy de San Clemente pero llevo muchos años fuera y vengo a pedirle ayuda.
La charanga se ha situado en la curva para que siga la cuadrilla con esa especie de baile que, como dice Adrián Cólliga, es un baile y una romería. Lo pasamos pipa, dice Azucena. Esto es la romería. La mejor del mundo. No encontrará otra. Es un baile para la Virgen. Un baile para ella y para nosotros, concluye Adrián.
Es una romería en la que los exvotos son las promesas. Ofrecimientos que se hicieron en su día porque apareció un bulto, alguien se cayó, por fin llegó el chicos después de tres chicas y, otra, se salvó de una muerte certera. Nada. Esto no cansa nada. Lo que se lleva a gusto no cansa, exclama Ventura mientras lanza al aire exclamaciones militares para llevar el paso.
No, correr no me gusta pero lo hago por la Virgen. Le he pedido muchas cosas y, entre ellas, aprobar el curso y lo aprobé. Antonio Martínez, su padre, la acompaña. El día que falte esto, no habrá pueblo, dice.
Hablando con la gente, y corriendo, hemos dejado atrás la carrasca y llegado al Santo anunciado con un pestilente olor procedente de la Alcoholera y es que, los olores, no se pueden evitar cuando sopla el aire del este. Ya hemos llegao. Por fin. Pero si hiciera falta lo haríamos otra vez, dice alguien mientras quitan la lona blanca que cubre por completo a la Virgen y se van acercando para ofrecer obsequios que luego serán subastados. Una tortica traigo. Que la ha hecho mi mujer. Porque tengo a mi hijo muy malo y lo ha salvao, dice Carmen Rubio.
Luisa Carrascosa, desde el Santo hasta la calle del Carmen, no deja de lanzar vivas a la Virgen, a la Morena, a la Patrona, a nuestra Madre…mientras los de la Cuadrilla marcan el ritmo al compás de la música : lo suyo es flexionar las rodillas y lanzar el brazo así, al estilo legionario porque, así, ayuda a llevar el paso y a seguir el ritmo, dice Manolo Esteso quien, por cierto, se ha pasado el viaje a bordo del tractor con su amigo Pedro.
A las tres menos cuarto de la tarde se disponen a entrar en el convento de Carmelitas, a la carrera, cosa que hacen quedando la Virgen en su interior a la espera de que se lleven los alfileres porque, como dicen, dan suerte. Sobre todo los de cabeza blanca. Alfileres y la subasta de las tortas dirigida por Eloy. Tortas por las que se pagan cinco mil pesetas: el dinero es pa la Virgen, para cuidados del santuario. Mil pesetas a la una, mil, mil cien!, grita Eloy a través de la megafonía.
Tras la subasta y un Ave María, la gente se fue a los bares, a sus casas o a las aldeas. La Cuadrilla a la calle Boteros para templar ánimos y no pensar en los 125 kilos que soportará cada uno en la procesión nocturna. Luego una merienda y, por fin, a por la Virgen de Rus que la han vestido de azul y oro.
En la calle, por delante, la Cruz iluminada. Tras ella, la Virgen sobre andas que rondan los 500 kilos y, para moverse, pasodobles de quince segundos que toca la banda de música: cuando voy ayudando no puedo hablar. Si hablo se va la fuerza. Es que, cada uno de nosotros soporta unos 130 kilos de peso y por eso, no hablamos. Es como si se te cayera un techo encima.
Ahí quedó la Virgen de Rus camino de la iglesia parroquial, a donde llegará pasadas las doce de la medianoche tras haber bailado por todo el recorrido. La música suena poco. Quince segundos porque, si no, no pueden con la Virgen. Pero las gargantas no paran de gritar: ¡Viva la Virgen de Rus!.
Audio de Urbano Molero
Audio de Luisa Carrascosa
Audio Luis Moreno