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Pilar Ruipérez desnuda el alma conquense en un Pregón profundo, ejemplo de fe y sentimiento nazareno

Por Liberal de Castilla
viernes, 23 de marzo de 2018
en Portada
Tiempo de lectura: 37 minutos
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Pilar Ruipérez desnuda el alma conquense en un Pregón profundo, ejemplo de fe y sentimiento nazareno

• La Pregonera reivindicó la dignidad de ser cristiano, la figura de los nazarenos que trabajaron por recuperar la Semana Santa y defendió nuestras señas de identidad.

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Un Pregón sencillo, como una parábola, como una oración. Un Pregón profundo, ejemplo de fe y de sentimiento nazareno. Un Pregón lleno de vida que pone el foco en lo fundamental: la Semana Santa como manifestación de fe, como hito religioso central en la vida del católico conquense. Así ha sido el Pregón que la periodista Pilar Ruipérez, jefa de Nacional de Noticias Antena 3, ha ofrecido en la noche de este Viernes de Dolores en la antigua iglesia de San Miguel, como preámbulo a la Semana de Pasión de la capital.

Pilar Ruipérez desnuda el alma conquense en un Pregón profundo, ejemplo de fe y sentimiento nazareno
• La Pregonera reivindicó la dignidad de ser cristiano, la figura de los nazarenos que trabajaron por recuperar la Semana Santa y defendió nuestras señas de identidad.

El antiguo templo, con el Santísimo Ecce-Homo de San Miguel en el lugar presidencial, se presentó ante la Pregonera lleno a rebosar. Las intervenciones previas de Pilar habían despertado mucha expectación, y la periodista no defraudó. El acto, conducido con tino y buen gusto por la periodista de Castilla-La Mancha Media Carmen Acedo, contó con una primera parte musical en la que actuaron, de forma impecable como acostumbran, el Coro del Conservatorio, dirigido por Pedro Pablo Morante, y la Banda Municipal de Música de Cuenca, dirigida por Juan Carlos Aguilar. Al Pregón asistieron, acompañando al presidente de la JdC, Jorge Sánchez Albendea, a la Comisión Ejecutiva y a la Junta de Diputación de la institución nazarena, el alcalde de Cuenca, Ángel Mariscal; el presidente de la Diputación Provincial, Benjamín Prieto; el delegado de la Junta en Cuenca, Ángel Tomás Godoy; el obispo de la Diócesis, monseñor José María Yanguas; la subdelegada del Gobierno en Cuenca, Lidón Lozano; y el subdelegado de Defensa, Ángel Cantera; entre otras autoridades.

“Tengo la inmensa alegría de presentarme aquí esta noche como pregonera de la Semana Santa de Cuenca. No tengo suficientes palabras de agradecimiento a las Hermandades que han querido concederme este privilegio. Gracias a la Esperanza y al Ecce Homo de San Gil por hacerlo posible, y al cariño con el que he sido acogida por la Junta de Cofradías” arrancaba una visiblemente emocionada Pilar, quien aseguraba en los primeros compases de su Pregón que “me habéis distinguido con el mayor de los honores al que puede aspirar todo conquense amante de su semana nazarena”.

Pilar, que tuvo un cariñoso recuerdo para todos los pregoneros, y sobre todo, pregoneras anteriores – con especial mención a Paloma Gómez Borrero por haber sido compañeras de profesión y de Pregón – hilvanó su Pregón en forma de descripción del alma conquense, que no es otra cosa que un alma nazarena que vive por y para su Semana Santa todo el año. Y lo hizo, como buena profesional y como católica que es, de manera brillante, sencilla y breve: con las palabras justas. Sin adornos ni alharacas. Apelando únicamente a la autenticidad de un sentimiento que no por repetido cada año pierde vigencia ni validez.

De la infancia

Los niños, el alma infantil, tuvieron especial protagonismo en un Pregón que nos devuelve a la senda de la honestidad y que demostró que no es necesario el exceso ni lo rimbombante para cantar la Semana Santa. “La Semana Santa de Cuenca se explica también así, desde el impulso que nace del corazón de un niño – afirmaba Pilar – Aquí nacemos, crecemos y envejecemos con la Semana Santa. Estamos fuertemente ligados a ella con un hilo invisible trenzado por la fe y las tradiciones”. Ese hilo nazareno fue tejiendo también de sentimientos, vivencias, reflexiones y recuerdos el Pregón de Pilar. Mostrando, en fin, el alma de la ciudad: “Se dice que un pueblo tiene un alma que le da vida y, desde luego, si alguien quiere conocer el alma de Cuenca tendrá que venir en Semana Santa. No se termina de conocer esta ciudad y a sus gentes si no se conoce su Semana Santa” afirmó.

“Aquí desde muy pequeños aprendemos que el Señor entró en Jerusalén montado en una borriquilla. Todos conocemos a San Juan Evangelista y sabemos quién era la Verónica, aquella mujer valiente que limpió con un velo el rostro de Jesús y cómo Jesús se lo agradeció dejándole el recuerdo de su Santa Faz” desgranó Pilar, pintando con sus palabras el lienzo del verdadero significado de la Semana Santa. “También sabemos que un Cireneo ayudó a llevar la cruz a Jesús. Incluso, nos resulta familiar la expresión Ecce-Homo, aunque sea latín. Sabemos guardar silencio el Viernes Santo porque es el día en que murió el Señor en la cruz; queremos consolar a su Madre y por eso vamos a la ermita de la Virgen de las Angustias”, relató, llenando San Miguel de Semana Santa, de una Semana Santa “que nunca dejará de sorprendernos, de emocionarnos, de conmovernos, por muchos años que la hayamos vivido”.

Y es que en Cuenca “nos llenamos con los mismos sonidos: el redoble de tambor que marca el inicio del cortejo, el golpe seco de las horquillas y el estruendo de la madrugada del Viernes Santo; nos empapamos de sensaciones: el olor a cera y a flores, el brillo de las tulipas que serpentean por las calles en cuesta del casco antiguo, el frío de principios de primavera” evocó Pilar, para recordar que “en Cuenca los Misterios de la Pasión salen de sus iglesias”, propiciando que “la ciudad misma se convierta en un templo, una catequesis en plena calle que empieza el domingo de Ramos con la procesión del Hosanna y termina el Domingo de Resurrección con la del Encuentro”.

Diez reflexiones para la Pasión

“Deseo tener la fe de los niños para acompañar a Jesús a lo largo de la Semana Santa. Quiero tener esa alegría inocente” pedía Pilar en su evocación del Domingo de Ramos, ese día de palmas y Hosanna en Cuenca en que el Señor se manifiesta por primera vez a la ciudad. “Me gusta unirme a la muchedumbre que acompaña al Señor que recorre la ciudad aclamado como verdadero rey, pero sin la arrogancia de los poderosos, sino como es Jesús, que une en sí la grandeza de un Dios y la humildad de un siervo” reflexionaba Pilar, ante un público emocionado con su Pregón en forma de oración nazarena.

Con la fuerza de la Palabra representó Pilar el Lunes Santo, el día en que “la luz de los hachones ilumina a Cristo que pasa por nuestras calles, se para a las puertas de nuestros templos y nos regala, a ti y a mí, palabras de Amor y Perdón”. La Pregonera eligió la sobriedad que le es propia a la Semana Santa de Cuenca para hablar del Martes Santo, así como la cooperación que debe ser bandera del trabajo de todas las hermandades: “Cuando veo salir al Jesús de Medinaceli de San Felipe entiendo lo que significa la expresión ‘arrimar el hombro’. Los que contemplamos la escena nos mantenemos en vilo por el esfuerzo que hacen los banceros al acarrear el paso por una escalera tan estrecha y empinada. Cuando terminan, me dan ganas de aplaudir… pero me contengo. En Cuenca el silencio es el mayor de los reconocimientos” apuntaba una certera Pilar.

La dignidad de sabernos hijos de Dios, encarnada en el Ecce-Homo de San Miguel, centró las palabras que Pilar dedicó en su Pregón al Miércoles Santo. “Dios hecho hombre. La corona de espinas y una caña por cetro que le hace rey de burlas. Los soldados han desatado su ira contra el rey de los judíos al que han azotado hasta dejar su cuerpo llagado desde la cabeza hasta los pies” evocaba, con el Santísimo Ecce-Homo a su espalda. “Dios hecho hombre, semejante a millones de hombres y mujeres de hoy que son víctimas de la traición de Judas, de la dispersión cobarde de otros discípulos, de la negación de Pedro. Víctimas de la indiferencia, a veces en forma elegante  y presuntuosa de Pilato, otras al modo grosero de los soldados que se juegan sus vestiduras” relataba. “Y, a pesar de todo, cuando miramos el rostro desfigurado de Jesús reconocemos en Él la gloria de Dios. El Ecce-Homo nos devuelve la dignidad de hijos de Dios”.

Unidad, fraternidad, comunión y comunidad evocaron las palabras de Pilar al describir el conquense Jueves Santo de Paz y Caridad, el día del Amor Fraterno que en Cuenca encarna en madera. Para la Pregonera “esa manera única de llevar los pasos solo puede explicarse por el espíritu de sacrificio o de penitencia de los banceros. El madero se clava, y de qué manera, hasta lo más profundo. Pero el valor de la solidaridad se sobrepone a todo, porque hay que aguantar con dignidad todos juntos hasta el final”. Y es que “si solo suenan dos horquillas es que el paso avanza como es debido. Un golpe al unísono alternándose a cada paso. Entonces se siente el suave vaivén de las imágenes. Todos metiendo el hombro y con un sexto sentido para adecuar el paso a las marchas procesionales. Es una bella coreografía”. Una coreografía que muestra, sin embargo, un sentido mucho más profundo: “Llevar una imagen sobre las andas con tanta solemnidad es un reto que sólo se consigue en equipo. Las motivaciones son muy diversas: tradición familiar, amistad, una promesa. Pero hay algo en lo que todos coinciden: los banceros están unidos en el cariño y la veneración por su imagen. Es una cuestión de fe, personal y colectiva”.

Con San Miguel entregado a sus palabras, a su emoción, a su voz, Pilar inició el Camino hacia el Calvario. “El Viernes Santo es el poder del silencio roto por el sonido de Las Turbas. Un día rico en emociones. Cuando los pasos del jueves se encierran a la luz de una luna inmensa, la noche en vela prepara un amanecer entre el retumbar de tambores y alaridos de clarines. El instante en el que el Jesús de la Mañana surge bajo el dintel de la puerta de El Salvador es indescriptible” afirmó. Y pareció que el templo se llenaba de clariná y redoble. “Toda la violencia, toda la injusticia humana recae sobre los hombros llagados del Jesús, todo el desprecio de los hombres tienen eco en los tambores y los clarines.  Se entiende el peso de la Cruz en cada paso del Jesús.  Ajenos al qué dirán, el Cireneo y la Verónica nos devuelven la dignidad. Nos recuerdan que hay otros cristos que nos esperan en el camino, que también necesitan de nuestra ayuda” reflexionó Pilar en su Pregón hecho parábola.

“Los Cristos nos hablan del perdón, del que nosotros los cristianos nos podemos prescindir” recordó Pilar. Y se volvió San Miguel mediodía y Calvario para contemplar la primera conversión de la historia del cristianismo, la de Longinos, apuntada por Pilar. Al igual que en el Viernes Santo conquense, las palabras de Pilar hicieron caer la tarde en San Miguel, para el paso del Yacente: “El Yacente pasa flanqueado por los miembros de la Guardia Civil, con el tricornio a la espalda en señal de duelo; le acompañan los caballeros del Santo Sepulcro y las damas de luto y mantilla. Nuestra Señora de la Soledad y de la Cruz nos muestra la hora más siniestra. Es la culminación de la Pasión. El silencio se oye más que nunca”.

Sin embargo, en San Miguel la Palabra floreció en los labios de Pilar, en los compases finales de la Pasión y Muerte del Señor. “Como pregonera de este año he tenido la gran suerte de poder anunciar la recuperación de la procesión del Sábado Santo. Mi enhorabuena a la Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores y las Santas Marías” recitaba Pilar, para asegurar que “es todo un acierto que su recorrido concluya en la Vigilia Pascual de la Catedral. Las mujeres van al sepulcro donde Jesús estaba enterrado y ven que su Cuerpo no está. Un Ángel les dice que ha resucitado. Van corriendo donde está la Virgen con los Apóstoles y les dan la gran noticia: ¡Ha resucitado!”

Y es que la Resurrección que da sentido a todo lo otorgó también al Pregón de Pilar, pues en la Resurreción llegó en fin la culminación y ese terminar de desnudar su alma nazarena: el alma nazarena de toda una ciudad. “Antes de concluir, permitidme una última reflexión. Pienso en mis padres que, como hicieron con ellos sus padres, me han enseñado con su ejemplo ese sentido de la vida que se expresa en cada Domingo de Resurrección. Reconozco aquí que si me echo a la calle cada Semana Santa es para disfrutar con las procesiones, pero lo hago también para reivindicar quien soy, de donde vengo y donde quiero llegar. Cuando parece que se impone lo relativo, las medias verdades o la pura mentira, la resignación por un mundo que siempre va a peor, yo quiero reafirmarme en mis creencias y en mis tradiciones, que me indican todo lo contrario. Creo que Jesús nos sale al encuentro en nuestra maravillosa Semana Santa y, por eso, me pondré mi túnica, mi capuz y volveré a poner mi pequeña contribución con la luz de mi tulipa”.

El público congregado en San Miguel, emocionado, rompió en aplausos con las palabras finales de Pilar Ruipérez, siendo consciente de haber vivido uno de los pregones más hermosos, reflexivos y edificantes de la Semana Santa de Cuenca.

Dos hermandades, una misma fe, un mismo amor

Especialmente emotivas fueron las palabras que Pilar dedicó a sus dos hermandades: la de María Santísima de la Esperanza y la del Santísimo Cristo de Ecce Homo de San Gil. “Yo tengo que reconocer que soy hermana de la Esperanza gracias a mi hija María. Ella también quiso salir en este paso antes que yo. Como ven, en mi familia se produce este fenómeno curioso por el que las tradiciones pasan de hijos a padres. Yo se lo agradeceré siempre, porque gracias a mi hija desde hace años acompaño a Nuestra Señora y me emociono con esos momentos especiales como cuando la banda de cornetas y tambores le rinde honores bajo los Arcos de la Plaza Mayor” dijo sobre la Esperanza del Martes Santo.

“El Jueves Santo, que según me enseñaron en casa es el día de Amor Fraterno, es para mí el día en el que el alma está colmada de Semana Santa. Es uno de esos tres días en los que, si brilla el sol como dice el refrán, Cuenca tiene una luz especial. San Antón bulle a las cuatro de la tarde cuando sale la procesión de Paz y Caridad.  Dejo de ser nazarena de acera para vestir la túnica morada del Ecce Homo de San Gil. Vivo la procesión desde dentro, con ojos de capuz” se sinceraba Pilar Ruipérez. “Me espera un largo recorrido y pienso que la procesión es como la vida misma, con sus altibajos, con momentos dulces cuando la música acompaña y otros más desalentadores cuando el frío helador atenaza pies y manos, cuando el camino se complica. Pero resulta reconfortante comprobar que cuanto más empinada es la cuesta o más pronunciada la curva, mayor es el afán de superación del nazareno conquense”.

Pilar, que se describía como nazarena “al lado del Ecce Homo, un busto, un paso pequeño” aseguraba que “me basta con su mirada. Ojos suplicantes que miran al cielo cuando parece que todo está perdido. Me pregunto si somos nosotros los que acompañamos a Jesús o es Él el que se pone a nuestra altura. Dios mismo ha querido sufrir para levantarnos”. El alma nazarena conquense vibraba con las reflexiones de Pilar Ruipérez.

Y es que, el alma nazarena de la Pregonera, ese alma nazarena conquense que ha desnudado este Viernes de Dolores en San Miguel, se resume en una frase: “Cuando me preguntan adónde me voy de vacaciones yo siempre espondo lo mismo: “A Cuenca”. Y además lo explico. A mis amigos, a mis compañeros, les digo que no me busquen en ninguna playa, en ningún país, en ninguna otra ciudad que no sea Cuenca. Porque yo no me voy de vacaciones de Semana Santa. Yo vivo la Semana Santa. Yo necesito estar en Cuenca en Semana Santa”.

Un Pregón, dos reivindicaciones

El Pregón de Pilar Ruipérez fue esencialmente católico y comprometido con el cariz religioso de la Semana Santa y con la fe, pero también encontró momento para la reivindicación y defensa de lo nuestro. Lo hizo principalmente en dos puntos: el agradecimiento a todos aquellos nazarenos que propiciaron, con su trabajo, la recuperación de la Semana Santa tras la Guerra Civil, y con la defensa de las señas de identidad que le son propias a la Semana Santa de Cuenca.

“Es la fe la que nos lleva a una costumbre encomiable y también singular: El reconocimiento a los nazarenos que ya visten la túnica celestial, cuando el paso que ha marcado sus vidas se vuelve hacia los balcones donde sus familiares agradecen el gesto sin palabras, por aquellos que tanto lucharon por nuestra Semana Santa. El brillo de nuestras procesiones de hoy ha costado mucho esfuerzo. En estos años muchas Hermandades celebran el 75 aniversario de la hechura de sus sagradas imágenes. Tenemos una deuda impagable con nuestros padres y nuestros abuelos. Ellos levantaron la Semana Santa de la nada. Supieron recuperar lo esencial entre otras cosas porque carecían de recursos para todo lo accesorio” recordaba Pilar, para añadir que “Nuestra obligación hoy es la estar atentos a los detalles porque, ahora sí, lo esencial parece asegurado. Aunque nunca hay que bajar a guardia. Muchas veces depende, sobre todo, de la actitud individual de cada nazareno. Si ponemos lo mejor de nosotros mismos el éxito está asegurado” porque, como bien apuntó Pilar “tenemos además el mejor escenario de los posibles: una ciudad Patrimonio de la Humanidad”.

 

EL ALMA CONQUENSE

Excelentísimo y Reverendísimo señor obispo, excelentísimo señor alcalde, dignísimas autoridades, señor presidente de la Junta de Cofradías, representantes de las Hermandades, señoras y señores, queridos amigos.

Tengo la inmensa alegría de presentarme aquí esta noche como pregonera de la Semana Santa de Cuenca. No tengo suficientes palabras de agradecimiento a las Hermandades que han querido concederme este privilegio. Gracias a la Esperanza y al Ecce Homo de San Gil por hacerlo posible, y al cariño con el que he sido acogida por la Junta de Cofradías.

Me habéis distinguido con el mayor de los honores al que puede aspirar todo conquense amante de su semana nazarena. Mi corazón os da las gracias, mi cabeza lleva tiempo inquieta preguntándose cómo superar este reto porque al ver la lista de los que han pasado por aquí crece mi admiración y también el peso de la responsabilidad.

Soy consciente, además, de que han sido muy pocas las mujeres que han pregonado la Semana Santa. Acacia Uceta, en 1971, Julia Sarro, veinte años después, y Paloma Gómez Borrero hace apenas tres años.

Tuve la inmensa suerte de compartir algunos momentos de mi profesión con Paloma. Ella siempre explicaba que San Juan Pablo II sabía como se llamaba por la Paloma del Espíritu Santo. Es una de las muchas anécdotas que le gustaba contar. Yo hoy quiero rendirle aquí mi pequeño homenaje.

Como les decía, llevaba tiempo dándole vueltas a la cabeza sobre cómo sería este preciso instante. Me preguntaba qué podría decir que ustedes no supieran ya sobre nuestra Semana Santa, o cómo podría

expresar lo que ya habían expresado otros de manera magistral. La pregunta era, en resumidas cuentas, cómo empezar este pregón.

La solución vino charlando con mi hermano Juan Ángel. Me contó que una tarde se encontró a su hijo pequeño desfilando por casa, dando vueltas, jugando a las procesiones; Lucas, así se llama mi sobrino, había cogido un palo, una caña del campo para ser más precisos, y le había pegado en un extremo una estampa del Jesús de Medinaceli con un dibujo de la procesión hecho con unos garabatos de colores muy bonitos de un niño de seis años. Lucas, además, le dijo a su padre: “Papá, voy a salir contigo en la procesión del Jesús de Medinaceli“. Si se le mete algo en la cabeza a Lucas, no hay nada que hacer.

Así que el resultado es que este año la Real e Ilustre Esclavitud de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Medinaceli cuenta con dos hermanos más en las filas de nazarenos.

No deja de ser una anécdota pero creo que muy significativa. Y es que la Semana Santa de Cuenca se explica también así, desde el impulso que nace del corazón de un niño. Aquí nacemos, crecemos y envejecemos con la Semana Santa. Estamos fuertemente ligados a ella con un hilo invisible trenzado por la fe y las tradiciones.

Se dice que un pueblo tiene un alma que le da vida y, desde luego, si alguien quiere conocer el alma de Cuenca tendrá que venir en Semana Santa. No se termina de conocer esta ciudad y a sus gentes si no se conoce su Semana Santa.

Apenas se apaga el último eco de las fiestas Navideñas, Cuenca empieza a pensar en su semana de Pasión. No hay familia que no

pertenezca a una o varias Hermandades, en cada casa hay un rincón del armario del que de año en año sacamos unas cuantas túnicas,

capuces, tulipas que van pasando de generación en generación. Muchos de los que estáis aquí guardáis elementos con muchísimo valor sentimental y también histórico.

Aquí desde muy pequeños aprendemos que el Señor entró en Jerusalén montado en una borriquilla. Todos conocemos a San Juan Evangelista y sabemos quien era la Verónica, aquella mujer valiente que limpió con un velo el rostro de Jesús y como Jesús se lo agradeció dejándole el recuerdo de su Santa Faz. También sabemos que un Cireneo ayudó a llevar la cruz a Jesús. Incluso, nos resulta familiar la expresión Ecce Homo, aunque sea latín. Sabemos guardar silencio el Viernes Santo porque es el día en que murió el Señor en la cruz; queremos consolar a su Madre y por eso vamos a la ermita de la Virgen de las Angustias.

Un año más nos disponemos a participar con el mismo fervor en la Semana Santa, esa que nunca dejará de sorprendernos, de emocionarnos, de conmovernos, por muchos años que la hayamos vivido.

Nos llenamos con los mismos sonidos: el redoble de tambor que marca el inicio del cortejo, el golpe seco de las horquillas y el estruendo de la madrugada del Viernes Santo; nos empapamos de sensaciones: el olor a cera y a flores, el brillo de las tulipas que serpentean por las calles en cuesta del casco antiguo, el frío de principios de primavera.

En Cuenca los Misterios de la Pasión salen de sus iglesias. La ciudad misma se convierte en un templo, una catequesis en plena calle que empieza el domingo de Ramos con la procesión del Hosanna y termina el Domingo de Resurrección con la del Encuentro.

Domingo de Ramos.

El comienzo de la Semana Santa nos sitúa acompañando a Jesús en su entrada triunfal en esta Jerusalén de empinadas calles. Siempre me ha gustado esta procesión de La Borriquilla. Me lleva a mi más tierna infancia. Me veo con el uniforme del colegio de la Milagrosa frente a la fachada de los Oblatos. Todos estábamos pendientes de la bendición

del señor obispo, era la señal para empezar a agitar las palmas con todas nuestras fuerzas.

Me gusta unirme a la muchedumbre que acompaña al Señor que recorre la ciudad aclamado como verdadero rey, pero sin la arrogancia de los poderosos, sino como es Jesús que une en sí la grandeza de un Dios y la humildad de un siervo.

El Domingo del Ramos los niños tienen un especial protagonismo. Es la procesión de aquellos a los que Jesús permitía que se acercasen a Él. Más aún, hacerse como ellos es la condición para entrar con Él en su Reino.

Deseo tener la fe de los niños para acompañar a Jesús a lo largo de la Semana Santa. Quiero tener esa alegría inocente.

Lunes Santo

El Lunes Santo es la fuerza de la Palabra, representada en la procesión de la Vera Cruz. La luz de los hachones iluminan a Cristo que pasa por nuestras calles, se para a las puertas de nuestros templos y nos regala a ti y a mí palabras de Amor y Perdón.

Yo me quedo con esta reflexión del Papa Francisco: “La Cruz nos indica una forma distinta de medir el éxito. Si alguna vez nos pareciera que nuestros esfuerzos y trabajos se desmoronan y no dan fruto, tenemos que recordar que nosotros seguimos a Jesucristo, cuya vida,

humanamente hablando, acabó en un fracaso: en el fracaso de la cruz”. 

 

Martes Santo.

El Martes Santo nos metemos de lleno en la sobriedad de nuestras procesiones, sin adornos superfluos, en justa correspondencia con nuestra forma de entender la vida. Las trompetas anuncian a Juan el Bautista, el precursor, el que nos enseña el camino. María Magdalena nos acompañará hasta los pies de la cruz.

Cuando veo salir al Jesús de Medinaceli de San Felipe entiendo lo que significa la expresión “arrimar el hombro”. Los que contemplamos la escena nos mantenemos en vilo por el esfuerzo que hacen los banceros al acarrear el paso por una escalera tan estrecha y empinada. Cuando terminan me dan ganas de aplaudir pero me contengo. En Cuenca el silencio es el mayor de los reconocimientos.

Igual que las lágrimas, esas que se nos escapan cuando vemos pasar a nuestras Dolorosas. Yo tengo que reconocer que soy hermana de la Esperanza gracias a mi hija María. Ella también quiso salir en este paso antes que yo. Como ven, en mi familia se produce este fenómeno curioso por el que las tradiciones pasan de hijos a padres. Yo se lo agradeceré siempre, porque gracias a mi hija desde hace años acompaño a Nuestra Señora y me emociono con esos momentos especiales como cuando la banda de cornetas y tambores le rinde honores bajo Los Arcos de la Plaza Mayor.

Descubrí hace poco que los primeros cristianos pintaban la esperanza como un ancla, un ancla fija en la ribera del más allá, y que por eso les una de las joyas que la Virgen la lleva prendida en su vestido.

Miércoles Santo.

El Miércoles Santo Cuenca rebosa de gente. Muchos de los que vivimos fuera queremos estar aquí como sea. Como podemos sorteamos los compromisos para salir un poco antes del trabajo y poder llegar a la procesión del Huerto, el Judas, el San Pedro.

Cuando me preguntan adónde me voy de vacaciones yo siempre espondo lo mismo: “a Cuenca”, y además lo explico. A mis amigos, a mis compañeros les digo que no me busquen en ninguna playa, en ningún país, en ninguna otra ciudad que no sea Cuenca, porque yo no me voy de vacaciones de Semana Santa. Yo vivo la Semana Santa. Yo necesito estar en Cuenca en Semana Santa.

Quiero estar en Cuenca y dejarme llevar por las melodías de las marchas nazarenas que hacen que los olivos bailen a hombros de los banceros.

Quiero estar en la Catedral cuando sale la Santa Cena, y esperar sobrecogida a que baje el San Pedro de su iglesia. Despacio. Los banceros, tienen que luchar contra las leyes de la física pero nunca pierden esa compostura majestuosa que les confiere la capa.

Pedro con la espada en alto y esas palabras de Jesús que nos sirven de advertencia ante cualquier manifestación de violencia, de ira, de resentimiento. “El que a hierro mata a hierro muere”. (Mt 25, 51-52)

Permitidme que me detenga a contemplar ahora a este maravilloso Ecce Homo de San Miguel. Leí en algún sitio que la gubia trabaja en las manos del escultor pero que es la inspiración divina la que hace que las imágenes lleguen al corazón. Coullaut-Valera debió de experimentar esa inspiración divina con esta talla que nos ha tocado el alma.

Dios hecho hombre. La corona de espinas y una caña por cetro que le hace rey de burlas. Los soldados han desatado su ira contra el rey de los judíos al que han azotado hasta dejar su cuerpo llagado desde la cabeza hasta los pies.

Dios hecho hombre, semejante a millones de hombres y mujeres de hoy que son víctimas de la traición de Judas, de la dispersión cobarde de otros discípulos, de la negación de Pedro, víctimas de la indiferencia, a

veces en forma elegante presuntuosa de Pilato, otras al modo grosero de los soldados que se juegan sus vestiduras.

Y, a pesar de todo, cuando miramos el rostro desfigurado de Jesús reconocemos en Él la gloria de Dios. El Ecce Homo nos devuelve la dignidad de hijos de Dios.

Jueves Santo

Llegados a este punto les tengo que hacer una confesión. El Jueves Santo, que según me enseñaron en casa es el día de Amor Fraterno, es para mí el día en el que el alma está colmada de Semana Santa. Es uno de esos tres días en los que, si brilla el sol como dice el refrán, Cuenca tiene una luz especial. San Antón bulle a las cuatro de la tarde cuando sale la procesión de Paz y Caridad. Dejo de ser nazarena de acera para vestir la túnica morada del Ecce Homo de San Gil. Vivo la procesión desde dentro, con ojos de capuz.

Me espera un largo recorrido y pienso que la procesión es como la vida misma, con sus altibajos, con momentos dulces cuando la música acompaña y otros más desalentadores cuando el frío helador atenaza pies y manos, cuando el camino se complica . Pero resulta reconfortante comprobar que cuanto más empinada es la cuesta o más pronunciada la curva, mayor es el afán de superación del nazareno conquense.

Voy al lado del Ecce Homo, es un busto, un paso pequeño, pero me basta con su mirada. Ojos suplicantes que miran al cielo cuando parece que todo está perdido. Me pregunto si somos nosotros los que acompañamos a Jesús o es Él el que se pone a nuestra altura. Dios mismo ha querido sufrir para levantarnos.

Me fijo en los niños que van detrás del guión con sus cruces de madera, y en las samaritanas que arrastran sus mantos. Algunos son muy pequeños, pero ya reflejan en sus caritas y en sus gestos esa fortaleza

tan natural en las gentes de Cuenca. Están en la procesión porque también están sus padres, sus hermanos, sus amigos. Y más de uno tiene ya el deseo de ser mayor para poder sacar su paso.

Así es, bajo las andas van pasando generaciones. Con el hombro pegado al banzo se van acumulando emociones. Si pregunto aquí cuantos de ustedes guarda un recuerdo especial, todos levantarían la mano. Son momentos que forman parte de la vida de cada uno. Historias personales.

Unos destacan la alegría del reencuentro con los hermanos cofrades, otros, el recuerdo de los que ya no están. Entre los nazarenos se nota el nerviosismo y la ilusión de la espera justo antes de salir en procesión.

Y esa manera única de llevar los pasos, que sólo puede explicarse por el espíritu de sacrificio o de penitencia de los banceros. El madero se clava, y de qué manera, hasta lo más profundo. Pero el valor de la solidaridad se sobrepone a todo, porque hay que aguantar con dignidad todos juntos hasta el final.

Si sólo suenan dos horquillas es que el paso avanza como es debido. Un golpe al unísono alternándose a cada paso. Entonces se siente el suave vaivén de las imágenes. Todos metiendo el hombro y con un sexto sentido para adecuar el paso a las marchas procesionales. Es una bella coreografía.

Es imprescindible la experiencia del capataz de banceros para guiar el paso en los puntos intrincados. La entrada y la salida del templo, la calle del Peso, los desniveles en las curvas del Escardillo.

Llevar una imagen sobre las andas con tanta solemnidad es un reto que sólo se consigue en equipo. Las motivaciones son muy diversas: tradición familiar, amistad, una promesa. Pero hay algo en lo que todos coinciden: los banceros están unidos en el cariño y la veneración por su imagen. Es una cuestión de fe, personal y colectiva.

Es esa fe la que nos lleva a una costumbre encomiable y también singular. El reconocimiento a los nazarenos que ya visten la túnica celestial, cuando el paso que ha marcado sus vidas se vuelve hacia los balcones donde sus familiares agradecen el gesto sin palabras, por aquellos que tanto lucharon por nuestra Semana Santa.

El brillo de nuestras procesiones de hoy ha costado mucho esfuerzo.

En estos años muchas Hermandades celebran el 75 aniversario de la hechura de sus sagradas imágenes. Tenemos una deuda impagable con nuestros padres y nuestros abuelos. Ellos levantaron la Semana Santa de la nada. Supieron recuperar lo esencial entre otras cosas porque carecían de recursos para todo lo accesorio.

Nuestra obligación hoy es la estar atentos a los detalles porque, ahora sí, lo esencial parece asegurado. Aunque nunca hay que bajar a guardia.

Muchas veces depende, sobre todo, de la actitud individual de cada nazareno. Si ponemos lo mejor de nosotros mismos el éxito está asegurado. Tenemos además el mejor escenario de los posibles, una ciudad Patrimonio de la Humanidad.

Las procesiones y la ciudad se funden en una manifestación artística y cultural incomparable que nos invita a reflexionar sobre los Misterios de la Pasión.

Ha llegado la hora. Jesús suda sangre antes de aceptar el cáliz que le muestra el Ángel en el Huerto de San Antón. El látigo que golpea al “Amarrao”, el paso de la Caña y el Ecce Homo, nos muestran a Jesús ante el juicio de Pilato. El Señor ha aclarado que su reino no se impone con el poder y la fuerza sino con la Verdad.

El inocente condenado a muerte carga con su cruz del Puente y la Soledad sigue de cerca al Hijo. Siempre detrás del Jesús, con su corazón traspasado y su ojos misericordiosos. He oído decir que las lágrimas son la zona visible, transparente, viva de nuestros deseos;

fluyen desde dentro y muestran nuestro lado más humano, nos acercan a los demás.

Para cualquier nazareno, como es mi caso, en la procesión se vive el día más esperado de todo el año. Que los pasos abandonen temporalmente sus altares y salgan a la calle es todo un éxito. Para las Hermandades es la recompensa a todo el trabajo cuidadoso, callado de todo el año. Se preparan con exquisita delicadeza los enseres que participan en el desfile. Entran en la escena las manos expertas de las camareras que han aprendido el oficio a la antigua usanza, fijándose en cómo lo hacían sus maestras.

Cada paso con su ritual. Descubro que, por ejemplo, los hermanos del Huerto de San Antón se desplazan desde hace años a la Alcarria para recoger las ramas de olivo que adornan el tronco del paso.

En la antigua fragua de la “Cuesta de los Herreros” ensayan el motete que se la canta al paso a la Soledad de San Agustín. Cuando llegue el momento sonarán el martillo y el yunque “para dar calor a la Madre, y no pase frío”.

A veces las Hermandades convierten en un acto nazareno solemne una necesidad como el traslado de su imagen. Este Ecce Homo de San Miguel se convierte en la primera talla de la Pasión que procesiona por las calles de Cuenca para presidir el pregón. Un sencillo pero emocionante cortejo que cada año es seguido por más hermanos y espectadores.

El Cristo de marfil, la talla más antigua, es llevada en sus andas desde el Museo de la Semana Santa donde se exhibe todo el año hasta la iglesia de El Salvador. Un acto premeditadamente íntimo que contrasta con la multitud que asiste todos los años al traslado de la Virgen de las Angustias de San Antón al convento de la Puerta de Valencia donde esperará hasta su salida el Viernes Santo.

Viernes Santo

El Viernes Santo es el poder del silencio roto por el sonido de Las Turbas. Un día rico en emociones. Cuando los pasos del jueves se encierran a la luz de una luna inmensa, la noche en vela prepara un amanecer entre el retumbar de tambores y alaridos de clarines.

El instante en el que el Jesús de la Mañana surge bajo el dintel de la puerta de El Salvador es indescriptible.

Acacia Uceta nos lo anunciaba en su pregón: “Yo sé que los que vengáis a Cuenca por primera vez os vais a estremecer en el amanecer de este Viernes Santo cuando veáis a las Turbas mofarse de Cristo con sus tambores destemplados y sus horrísonos clarines “.

Realmente no hay nada comparable. De su origen se ha hablado muchísimo y no me voy a extender, pero es de justicia citar aquí a los Planchas, Patacos y Pantaleones, aquellos primeros turbos que retomaron una tradición antigua y peculiar.

Las Turbas delante del Jesús de la mañana sobrepasan los límites de lo folklórico para hacer presente el grito de la multitud que pide a Pilato la condena: ¡Crucifícale! Lo contaba un veterano: “Nosotros teníamos que hacerle burla…, pero con respeto”.

Es admirable el esfuerzo de tantos turbos con alma nazarena para que no se pierda ni la esencia ni el sentido de la procesión tan arraigado en nuestro pueblo y tan llamativo para los que nos visitan.

Toda la violencia, toda la injusticia humana recae sobre los hombros llagados del Jesús, todo el desprecio de los hombres tienen eco en los tambores y los clarines. Se entiende el peso de la Cruz en cada paso del Jesús. Ajenos al qué dirán, el Cireneo y la Verónica nos devuelven la dignidad. Nos recuerdan que hay otros cristos que nos esperan en el camino, que también necesitan de nuestra ayuda.

Un escalofrío recorre la espina dorsal de la parte alta de Cuenca cuando el canto penitencial del “Miserere” silencia el estruendo. “Misericordia, Dios mío, por tu bondad

por tu inmensa compasión…”

San Juan, “El Guapo”, avanza como flotando en el azul del cielo conquense, “paso a paso, tras la divina pisada”, según rezan los versos del conocido poema de Federico Muelas “San Juan por la serranía”. “Qué lo bailen”, escuchan los banceros, que elevan más todavía al “Hijo del Trueno”, “el discípulo a quien amaba Jesús”, el único que estuvo al pie de la Cruz cuando Nuestro Señor nos entregó a su Madre. “Mujer, he ahí a tu hijo”.(Jn 19 26-27)

La Soledad de San Agustín, bajo palio, va en silencio por la calle del Peso como describen los versos de Lucas Aledón, considerado por muchos el más nazareno de nuestros poetas:

Por calle tan estrecha,

lucero triste de la mañana,

Reina de la madrugada

con el dolor de callado llanto.

Hacia el mediodía, Jesús, clavado en el madero, está en las calles de Cuenca. El Santísimo Cristo del Perdón, El Cristo de la Agonía, El Cristo de la Luz , El Cristo de la Salud.

Me detengo ante El Cristo de los Espejos, que recupera la estética del que fue destruido en la Guerra Civil, con la tradición conquense de vestir las figuras.

Siempre me ha impresionado la historia que cuenta La Lanzada. El centurión Longinos traspasa con su lanza el costado de Jesús y protagoniza la primera conversión a la fe cristiana: “Verdaderamente, este era Hijo de Dios”. (Mc 15 39-43)

Espectacular es también la salida de San Esteban de la Exaltación, a hombros de 48 banceros y de la Muy Antigua Hermandad del Descendimiento, en la que descubrimos a otros dos héroes dan la cara por Jesús cuando todos los demás han huido: José de Arimatea y Nicodemo.

Los Cristos nos hablan del perdón, del que nosotros los cristianos nos podemos prescindir. No lo digo yo, lo dice el Papa Francisco: “es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para obtener la serenidad del corazón y la paz. Esa paz que se teje cada día con paciencia, con pequeños gestos de respeto, de escucha, de diálogo, de silencio, de afecto, de acogida, de integración, dentro de la familia, en nuestros lugares de trabajo, en nuestras ciudades y en relación con la naturaleza”.

Es Viernes Santo y queremos acompañar a la Madre de Dios. Los conquenses vamos al santuario de las Angustias a presentarle nuestros respetos. Rezamos ante el Cristo yacente que ha sido arrancado de los brazos de su Madre. Exponemos ante la Virgen nuestros deseos, nuestras peticiones más íntimas y nuestros ruegos por los nuestros. Todos en actitud de agradecimiento a nuestra Señora.

La noche avanza y con ella la procesión de El Santo Entierro. Solemnidad y recogimiento son sensaciones acentuadas por el recorrido del cortejo fúnebre por la calle de los Tintes. Cuenca llora al Cristo yacente de una manera distinta a la de otras ciudades españolas.

Es emocionante el tributo que rinden los estandartes y guiones de todas las Hermandades delante de la Cruz desnuda. Un paso sencillo que resalta el valor de un símbolo universal.

El yacente pasa flanqueado por los miembros de la Guardia Civil ,con el tricornio a la espalda en señal de duelo; le acompañan los caballeros del Santo Sepulcro y las damas de luto y mantilla. Nuestra Señora de la Soledad y de la Cruz nos muestra la hora más siniestra. Es la culminación de la Pasión. El silencio se oye más que nunca.

Sábado Santo

Como pregonera de este año he tenido la gran suerte de poder anunciar la recuperación de la procesión del Sábado Santo. Mi enhorabuena a la Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores y las Santas Marías.

Inspirada en la Dolorosa de Mena, con esa suavidad y expresión de dulzura, la Virgen sale acompañada de dos figuras femeninas. María Magdalena y María Salomé. Allí estaremos todos, en San Esteban, para ver como se hace historia en esta Semana Santa de 2018. Estoy segura de que ya sentimos esta procesión como las de toda la vida.

Es todo un acierto que su recorrido concluye en la vigilia pascual de la Catedral. Las mujeres van al sepulcro donde Jesús estaba enterrado y ven que su Cuerpo no está. Un Ángel les dice que ha resucitado. Van corriendo donde está la Virgen con los Apóstoles y les dan la gran noticia: ¡Ha resucitado!

Domingo de Resurrección

Para los cristianos, todo tiene sentido. Cuenca se destapa de capuces el Domingo de Resurrección. Los nazarenos dejan de ser penitentes para acompañar al Señor Resucitado y a la Virgen del Amparo.

El Encuentro la plaza de Cánovas hace que Cuenca, ahora sí, estalle en aplausos. A la Virgen se le retira el manto de luto y vuelan las palomas. Madre e Hijo se abrazan en un baile precioso, que hace que a los de lágrima fácil nos vuelvan a brillar los ojos.

Antes de concluir, permitidme una última reflexión. Pienso en mis padres que, como hicieron con ellos sus padres, me han enseñado con su ejemplo ese sentido de la vida que se expresa en cada Domingo de Resurrección.

Reconozco aquí que si me echo a la calle cada Semana Santa es para disfrutar con las procesiones, pero lo hago también para reivindicar quien soy, de donde vengo y donde quiero llegar.

Cuando parece que se impone lo relativo, las medias verdades o la pura mentira, la resignación por un mundo que siempre va a peor, yo quiero reafirmarme en mis creencias y en mis tradiciones que me indican todo lo contrario.

Creo que Jesús nos sale al encuentro en nuestra maravillosa Semana Santa, y por eso me pondré mi túnica, mi capuz y volveré a poner mi pequeña contribución con la luz de mi tulipa.

Os deseo a todos que tengáis unos días provechosos y en paz.

¡Nos vemos en las procesiones!

Muchísimas gracias.

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