
Uno de los pueblos de la provincia de Guadalajara, Bujalaro, colocó en lugar bien visible un monumento en bronce como homenaje de reconocimiento al emigrante español de los años cincuenta, momento aquel de nuestro pasado en el que, por apremiantes circunstancias económicas y falta de trabajo, miles de españoles tuvieron que dejar sus ambientes y sus familias y lanzarse a la ventura a extrañas tierras en busca de los medios básicos para hacer frente a la vida. En no pocos casos fueron familias enteras las que se vieron obligadas a tomar esa drástica determinación para poder subsistir. El idioma, la distancia, la disparidad de costumbres, formaron entre otros el rosario de inconvenientes que se vieron obligados a salvar a golpe de sacrificio.
Era la época de transformación en una España con escasos recursos, empeñada en no perder el tren de los nuevos tiempos después de una guerra civil; cuando el campo comenzó a enflaquecer y las ciudades, abiertas a la industria como visión futuro, a crecer de manera antinatural, al tiempo que la economía nacional hacía aguas por todas partes. A la vista de la situación, muchos compatriotas nuestros no encontraron otro recurso que el de atravesar fronteras y abrirse camino en países extranjeros con el único equipaje de una maleta de cartón, el traje del domingo, y la cabeza y el corazón repleto de ilusiones.
Fueron los emigrantes españoles de posguerra en busca de trabajo, gentes necesitadas, honrados trabajadores procedentes del medio rural en su inmensa mayoría, dispuestos a luchar contra aquella precaria situación con las escasas armas que poseían: la honradez personal, la mejor disposición posible para el trabajo, y nada más.
Por razones no fáciles de explicar, pero que todos conocemos, han sido gentes de otros países, más o menos próximos a nuestro entorno, los que de unos años a esta parte se han visto en la necesidad imperiosa de buscarse la vida lejos de su tierra. España ha sido uno de los lugares elegidos por ese movimiento migratorio que invade Europa, como tierra de acogida.
Nadie debe dudar que la labor de los inmigrantes centroeuropeos, marroquíes, hispanoamericanos y de otros países que viven con nosotros, es una labor eficiente, y hasta necesaria para nuestro desenvolvimiento y desarrollo; pues con frecuencia podemos comprobar cómo muchos de los trabajos que llevan a cabo, el español medio tal vez no estaría dispuesto a realizarlos, salvo en casos extremos que sospecho podrían llegar algún día. Ahora bien, un algo en contra nubla entre la población española la idea impecable que de los emigrantes se debería tener y que un elevado porcentaje de ellos merecen, y ese algo es que a la sombra de sus compatriotas, que se abren paso a la vida con lealtad, venciendo todo tipo de dificultades, con el dolor de sus brazos y el sudor de su frente por enseña, hay gentes de sus mismos países que se dedican a menesteres menos honestos, como así lo han dado a conocer las estadísticas de delincuencia. Los emigrantes españoles en el extranjero se comportaron de manera distinta. Esa al menos es la idea que tenemos.