A uno, qué le vamos a hacer, le encanta la «Noche de lluvia en Georgia» de Brook Benton. Una noche lluviosa como si estuviera así, en todo el mundo, a punto de coger un tren casi a ninguna parte en una noche cálida, aunque húmeda, con el recuerdo del saxo tenor que invita a Ray Charles a entonar «En el calor de la noche» nada mas iniciar su ronda el poli de la peli.
Claro que ha habido muchas más canciones que se refieren a la lluvia y a la tormenta. La de los Doors, por ejemplo, «Jinetes en la tormenta». Me acordé de ella sobre la mísera tumba de Jim Morrison en el cementerio de Père-Lachaise, en París. Pero es que, además, a la lluvia la han cantado los Beatles («Rain»), se han duchando con ella no sé cuantos por culpa de Armando Manzanero («Esta tarde vi llover»), han bailado con ella («Cantando bajo la lluvia») y, por seguir, les aseguro que me faltaría papel.
A la lluvia la vemos de forma dispar dependiendo del momento y de la estación del año. La adoramos o la odiamos sobre todo en esta época en la que, por hache o por zeta, hace la puñeta a los agricultores, destroza los huertos familiares, troncha árboles centenarios y se cuela por donde no debe porque no cerraron con llave. Claro que, de esto último, mucha culpa la tenemos los humanos por construir barrios enteros en zonas que siempre fueron de arroyada y, madredelamorhermoso, haciendo vaguadas impensables como la que protagoniza, bajo las vías del tren, la que comunica en Cuenca el barrio de San Fernando con el Paseo de San Antonio y la barriada Obispo Laplana.
Pero volvamos al inicio. A la noche de lluvia tan socorrida en películas y a frases que casi quedan para la historia como la de Rex Harrison a Audrey Hepburn en My fair lady: «la lluvia en Sevilla es pura maravilla» o, ¿era en Cuenca?. Porque otra manera de mirar una tormenta, aunque te cales hasta los huesos, es esta. La del Liberal de Castilla. La pena es que, la cámara, ve mal por la noche.