Un viaje de Leyendas de Difuntos, Jornadas de Naturaleza en Huélamo y Jalogüin con Bicicrítica en Cuenca
La noche del 1 al 2 se cuentan relatos fantásticos y sobrecogedores en relación con las almas de los difuntos que, esa noche, se manifiestas de alguna manera, dicen.
Algún rito tiene, o tenía lugar a partir de esa tarde noche: toque de campanas, colocar lamparillas, rezar el rosario o, más antiguamente, los responsos. Una noche tabú en la que las almas de los difuntos pululan por las casas y bajan a la tierra.
Toda una serie de bromas y sustos están patentes en esa noche tenebrosa. Aparecen niños portando calabazas huecas a las que han hecho ojos y bocas y en las que introducen velas encendidas para dar ambiente. Otra costumbre, prácticamente perdida, era la de tapar con puches el ojo de las cerraduras de las puertas para evitar, así, que entraran las almas de los difuntos. Claro que, esas cosas, las hacían en las casas de ciertos vecinos no muy sociables.
Huélamo. El hombre de la capa
El río Júcar, cuando pasa por Huélamo, en Cuenca, ya casi es un río en el que, hace cien años, lavaban las mujeres la lana de colchones llenos de historias. Llegamos aquí tras sortear una carretera que bordea, en espiral, una especie de colmillo que se remata con lo que llaman El Castillo en el que identifican la tumba de Viriato y en el que han encontrado restos antiquísimos además de murallas.
Más abajo, en la plaza, en el bar de Zaballos, cerca de la estufa que quema leña en mitad del salón, hace ya tiempo que encontré a Emiliano Chico Jiménez jugando una partida de tute. Fue a mediados de los ochenta del pasado siglo.
Emiliano vivió siempre aquí, en Huélamo, excepto los años de la guerra y otros catorce que estuvo trabajando en El Sitio de Villalba, con Carretero. Toda la vida en el campo, con la labor como él dice.
A través de la ventana del bar, al otro lado, se ve un bancal ocupado por un huerto y con buena pinta aún: ¡bah!, poca cosa. Cuatro judías verdes, tres tomates…lo que nos han dejao, dice. Lo único que podemos laborear.
Emiliano me dijo que lo había pillado de chiripa porque, los inviernos, los pasa en Valencia pero que, este año, 1986, se irá para el veinte.
En Huélamo existe una leyenda que, entre otras cosas, hizo famosa María Luisa Vallejo. La representan, tal día como hoy, en la capital de la provincia, Cuenca, junto a la cruz de piedra que hay frente al santuario de Las Angustias: sí. A mí me contaban los mayores, me decían que, en la plaza, dicen que había un señor, un mozo viejo, que se paraba ahí y hasta que no se acostaban todos los mozos, él no se acostaba. Él le daba la vuelta al pueblo. Se llamaba Juan Merchante. Y estando ahí, vio calle abajo un fantasma con una capa mu rara que le dijo “buen mozo ¿me quieres enseñar el camino de Tragacete”. Si señor, contestó.
Arrearon pa bajo yendo él por delante pero, cuando se volvía, veía como que echaba fuego la capa y que, por pies, le pareció que enseñaba una especie de pezuñas así que, cuando llegaron a La Serna, le dijo al desconocido, “¿me da tiempo a hacer mis menesteres?” Sí, pero a las tres palmadas tendrás que estar aquí.
Echó a correr y, a la que llego a su casa, nada más cerrar la puerta, escuchó como un bufido que decía: “no te has librao de una y mala, Juan Merchante”, al tiempo que, el fantasma, golpeaba la puerta dejando así, en la madera, una mano estampada a fuego con los cinco dedos. Vivía ahí mismo, debajo de la fuente, en el callejón. Yo, mire usté, la puerta no la llegué a ver pero los más viejos sí.
Las Jornadas de Naturaleza
También en Huélamo, este fin de semana organizan las Jornadas de Naturaleza que van a girar en torno a la micología porque el viernes, a las nueve y media de la mañana, para abrir boca, han programado una salida al campo con el fin de recolectar setas comestibles que, irán al plato en la comida de las dos y media. Luego habrá una jornada formativa, la proyección de un cortometraje con charla coloquio, la noche terrorífica a partir de ls onde de la noche y una queimada con conjuro para decir adiós.
El sábado, a las nueve de la mañana, hay un desayuno y preparativos para una mejor elaboración de los platos que llegará alrededor de las dos y media de la tarde para continuar con jornadas técnicas, mesa redonda y un concierto de acordeones a partir de las ocho de la tarde. Queda, para el domingo, la chocolatada y la despedida.
Cañamares. Las moravias
Cañamares, a la que besa el Escabas, un río cristalino que nace más arriba del El Hosquillo, nos espera apretado entre campos de mimbres pintados para la ocasión. Es un día cualquiera de la segunda mitad de los ochenta en el que, un par de mulas, uncidas, transportan un tronco a algún lugar que ni sé porque, en el bar, según llegas al pueblo desde Cuenca, me espera Florencio Guijarro, un hombre que, según me cuentan, se mete en todos los fregaos. Tal como esta noche, los mozos, hay costumbre de dar vueltas por el pueblo. Hacen gachas, las untan en las puertas, echan pelillos de cuando esquilaban a las mulas y se hace sí. Gachas de los puches. Una costumbre que no nos han explicado nunca. Se les pone a las más guapillas, a las viudas…para que frieguen por las mañanas y así las vemos.
La noche de los finaos es mala para salir o para rondar, me dice Florencio. Cuentan y no paran. Leyendas que se refieren a corderos que se convierten en diablos o de bellísimas damas cuyos pies terminan en pezuñas envueltas en olor a azufre. Aquí, en Cañamares, hay otra vieja historia relacionada con esta noche: Iban los mozos de ronda y, entre ellos, había uno muy flamencote. Y como era así, pues le dijeron “¿a que no te e atreves a ir al cementerio y clavar este clavo en la pared?”. Esto está hecho, dijo el mozo. Pero como llevaba puesta la capa, al poner el clavo, clavó la capa a la pared quedando así atado a la misma, sin poderse escapar, hasta que por fin, de tanto estirar, pudo soltarse. Salió corriendo y casi le cuesta la vida.
Cuando Florencio estuvo en el servicio militar, contó por allí otra historia protagonizada por Jorge y Cayo: ya están muertos. Se ahorcó un tío y en aquellos tiempos, en La Dehesa, lo depositaban encima de una mesa. Tenían que estar con dos testigos para guardarlo y eran tiempos de las viñas.
Jorge le dice a Cayo, “vete a por unas uvas”. No vete tú, Jorge. Yo me quedo.
Mientras Jorge se fue a por las uvas, Cayo puso al muerto en la silla ocupando, él, su lugar encima de la mesa. Vamos, que se cambió por el muerto.
Cuando regresó Jorge, dirigiéndose al de la silla, le dijo “toma que son moravias”. Pero al no responderle, insistió otra vez: “toma que son moravias”.
En medio del silencio, se oyó una voz que salía de la mesa: “si no las quiere ese, dámelas a mí”. Y es que se habían cambiao, me dice Florencio. El vivo se puso a la mesa y el muerto en la silla. Corrió al pueblo y luego quería matarlo. Es lo que dicen.
Noviembre. Mes de los muertos sin fiesta alguna porque, para notarla, tenemos que fijarnos en los domingos. Tristeza llena de amarillos y ocres en la que, las hojas de los árboles, dibujan alfombras igualmente muertas mientras, en los cementerios, huele a crisantemo. Queda la luz pero, con el cambio de hora, se va a dormir nada más comer.
Jalogüin con Bicicrítica
Aquí tienes otra opción pero, para la tarde del jueves porque Bicicrítica Cuenca ha organizado la Noche de Halloween de una forma especial, si es que es especial montar en bici.
Este Jueves, a las siete de la tarde, se reunirán los participantes en la Plaza de España para, desde allí, y en bici, dar un paseo festivo por las calles de Cuenca con estos lemas: ¿el motor? un horror. ¿La bici? un primor