Las democracias modernas conviven en un mundo cuya concentración de la riqueza ha alcanzado niveles exorbitantes. En la economía estadounidense prácticamente el 50% de la riqueza se encuentra en manos del 1% de la población, mientras que el 80% posee menos del 7%.
El pueblo norteamericano viene observando desde hace décadas como la democracia, que efectivamente llegó al sistema político, a las burocracias estatales y los procedimientos electorales de acceso al poder, se detuvo frente a las puertas de sus hogares, de sus trabajos, de su transporte, de su educación y de su salud; es decir, el ciudadano observó silencioso, hasta el 8 de noviembre pasado, que su realidad personal no se democratizó. ¿Y que es la democracia sino la democratización real de nuestras propias vidas?
En este contexto gran parte de la ciudadanía se siente excluida y frustrada, siente que la democracia no la valora, y entonces se enoja, aparece la bronca hacia el sistema que la abandonó a su propia suerte y así lo expresó electoralmente.
Este fenómeno se replica en gran parte del mundo, por ello es que vemos que las democracias modernas están viviendo una fuerte crisis de representatividad y como, incluso, en determinados países están surgiendo sistemas políticos basados en liderazgos de tipo autocráticos, una especie de sistema de autocracias competitivas, en donde los propios pueblos desencantados o directamente enojados con sus democracias, le brindan apoyo a quienes les prometen seguridad y ultranacionalismo a cambio de parte de sus libertades y derechos civiles y políticos.
Estos lideres se presentan como fuertes críticos del sistema, lo ponen en duda y además le dicen a la gente “cuidado que tu trabajo o tu lugar en la facultad te lo puede quitar un inmigrante” con lo cual al enojo y frustración ya existentes respecto del modelo político, se suma el miedo. Y este es el gran problema de la democracia. El miedo siempre ha puesto en peligro a la democracia. El Estado moderno debió desde sus propios orígenes enfrentarse a la difícil tarea de luchar contra el miedo.
Recordemos que el miedo empuja a la gente a actuar por desesperación e irracionalmente. El miedo lleva a la agresión, pues es la respuesta instintiva de todo ser vivo que siente su existencia en peligro; pero el miedo, además, puede ser cultural. Puede ser inducido. Quiero decir, puede construirse el miedo.
A diferencia de la angustia que es una especie de temor sin objeto definido (uno siente miedo pero no sabe exactamente a que), el miedo se construye poniéndole un rostro, ropas, turbante, raza, es el inmigrante, el latino, el negro, el musulmán, es el diferente.
Ahora bien, esto no es nuevo, ya ha ocurrido en la historia, la exaltación de la xenofobia y del racismo sabemos a donde condujo a la humanidad.
Tal vez sea nuevo para las generaciones jóvenes, pero el mundo sabe que no lo es, el mundo ya lo ha sufrido.
Ojalá ese mundo tenga memoria.
