La Anunciación. Festividad del 25 de marzo.
El arcángel san Gabriel fue el mensajero escogido por Dios para presentar a María la propuesta de que había de surgir la victoria de la humanidad contra el demonio.
José María Rodríguez
Dice San Bernardo que Gabriel era ángel guardián de la Santísima Virgen y que Dios tiene costumbre de comunicarnos sus gracias por la intercesión de nuestro ángel custodio. Otra razón da san Gregorio: “es que la Encarnación del Hijo de Dios es un misterio tan sublime y tan difícil que Dios ha intervenido con todo su poder. Pertenecía, pues, principalmente al ángel Gabriel, cuyo nombre significa “la fuerza de Dios”, ser negociador en tan grande empresa”.
Llegó por fin la hora prefijada en los eternos decretos de apiadarse de los humanos la divina justicia ultrajada. Llegó la hora de la misericordia. Era la media noche del 25 de marzo: La Virgen María velaba en su oratorio, dice san Vicente Ferrer, y releía las palabras de Isaías: “He aquí que una Virgen concebirá y dará a luz a un Hijo que será llamado Emanuel”.
Detenida la lectura, comenzó a meditar esta profecía, pensando en lo íntimo de su corazón: “¡Oh Señor! ¿Quién será esta Virgen digna de concebir al Hijo de Dios, digna de ser Madre de Dios y Reina del cielo?” Suplicaba humildemente al Señor que prolongara su vida con el fin de poder conocer a esta feliz Señora y servirla: “Señor –exclamaba- conservadme la vista para mirarla, el oído para oírla, la lengua para hablarle, las manos para servirla”.
En ese preciso momento, el ángel Gabriel, tomaba la forma humana, aparece ante el oratorio de la Virgen. Había entrado sin abrir las puertas, ya que el cuerpo que lo formaba no era de materia humana como el nuestro. Entró en silencio y con profundísima humildad, pues no venía a ordenar, sino más bien, a suplicar el consentimiento de la Virgen.
Después de haber tranquilizado a la María el arcángel san Gabriel en nombre de Dios, le explica el motivo de su embajada y le propone el maravilloso pacto, el admirable contrato que el Creador quiere negociar con la criatura: “He aquí, le dice el ángel, que concebirás y darás a luz un hijo a quien llamarás Jesús. Será grande y se llamará Hijo del Altísimo. El Señor le concederá el trono de David, su padre, y reinará eternamente sobre la casa de Jacob…”
En el mismo instante que María dio su conformidad, la Santísima Trinidad operó en ella la más portentosa de sus obras. Por el poder del Padre y el amor del espíritu Santo, el Verbo, Sabiduría eterna de Dios, como el rayo del sol que atraviesa un cristal sin romperle ni mancharle, entró personalmente en el seno de la Virgen, y de su purísima sangre juntas a revertir el Verbo de la naturaleza humana; pero únicamente la persona del Verbo se despojó a nuestra vista del resplandor de la divinidad, tomó la forma de esclavo y se hizo hombre semejante en todo a nosotros, a juzgar por su apariencia externa.
Tal relato se cumple en el medallón de la reja de la capilla de los Caballeros de la Catedral conquense, cada año, en el primer domingo de Adviento (último domingo de noviembre o primer domingo de diciembre) los rayos del sol atraviesa el vitral de Torner para llevar su luz brillante al medallón de la Anunciación, sobre las 12.30h, recordándonos el misterio de la Encarnación de Cristo que se hace patente año tras año en el interior del templo magno. La Casa de Dios por excelencia. La Catedral de Cuenca.
José María Rodríguez González. Profesor e investigador histórico.