Hace muchos años, sesenta se han cumplido ya de aquel 18 de abril en el que pisé por primera vez las tierras de Guadalajara. Llegué con mi maleta, mis diecinueve años acabados de cumplir, y con la mente flotando en una nube de ilusión. Venía a tomar posesión de mi primera escuela, la unitaria de niños de Cantalojas, un pueblo cuyo nombre no había oído nunca y nada sabía de su paradero. Aquí me presenté desde Olivares de Júcar, mi pueblo natal. No había coche de línea directo, el de Campisábalos pasaría dos días después. Me instalé en una pensión de la calle Museo, donde, por suerte para mí, me encontré con un muchacho de mi edad, mediopensionista, que estudiaba Magisterio, y muchos días solía venir desde su pueblo, Barriopedro, en bicicleta. Fue la primera persona que conocí en Guadalajara y mi mejor amigo en esta tierra, por entonces para mí desconocida.
Álvaro termino sus estudios, opositó con éxito y ejerció la profesión en pueblos de esta provincia. Me sirvió de conexión por aquellos años con la oficialidad profesional en la capital de provincia; a él acudía siempre que tenía necesidad de su ayuda, hasta que la vida nos distanció por razones de trabajo. Muy de tarde en tarde nos hemos vuelto a encontrar durante más de medio siglo, aunque nos hemos recordado con afecto a pesar del tiempo. Álvaro se jubiló y se está ocupando de engrandecer, de enriquecer diría yo el campo de la Alcarria, al que en superficies cada vez mayores vemos tornar del amarillo claro del cereal, al violeta encendido, admirable, provocador de la lavanda (lavándula dice el diccionario).
Mi amigo se trajo de Francia en uno de sus viajes una insignificante cantidad de semilla aquí desconocida, la cuidó, la multiplicó por mil, por muchos miles, hasta conseguir convertirla en un producto natural no sólo de la Alcarria, sino de otras zonas más de la provincia, y aun de fuera de ella.
Me siento honrado con aquella casual y vieja amistad con Álvaro Mayoral, excelente persona que está consiguiendo no sólo cambiar el color y el olor de nuestros campos, sino el abrir las puertas a un nuevo sistema de cultivo, del que no dudo ha de ser un nuevo recurso, económico y estético también, para esta provincia tan necesitada de ideas felices que repercutan en su favor, y la de Álvaro Mayoral ha sido una de ellas.