En estos días, que no de vino y rosas, asediados por las redes sociales que nos ahogan y nos hacen reír con ocurrencias en forma de viñetas, audios de todo tipo y vídeos reales como la vida misma, nos llama la atención este escrito del decano de la Facultad de Comunicación de la UCLM, Ángel Luis López Villaverde, que bien pudiera ser el inicio de un diario de esta España en estado de Alarma. Lo escribe así:

Experimento.
Hoy es sábado. Primer día de lo que parece una pesadilla de la que me quiero despertar. En realidad, lo que me ha costado es dormir. He acudido al Mercadona de mi barrio a primera hora. No quedaban carros y conforme los empleados reponían las bandejas de productos cárnicos, estos desaparecían. Yo he podido coger una de chuletas de cordero. He tenido suerte. Las colas para pagar eran tan grandes que unían las cajas de la entrada norte y sur del súper, entre las que puede haber unos ochenta metros. Todos me miraban como a un potencial transmisor del virus. Se apartaban o bajaban la mirada. Apenas hablamos, salvo para comentar la situación. “¡La gente está loca!”, grita el que me precede, mientras arrastra un carro hasta los bordes. “Esto es un experimento sociológico”, me dice un colega al que reconozco al pasar a mi lado y que ha sido el único que se ha dignado a hablar conmigo. Asiento. Es un experimento para el conjunto del planeta. Nunca me habría imaginado vivir una situación así, aunque ya hubo amagos en el pasado (con la guerra de Irak, por ejemplo), pero nada que ver con esta. Oigo, a mi espalda, que una mujer dice “¡Y eso que no estamos en el 36! ¿Cómo lo harían nuestras abuelas para poder comprar los víveres en tiempos de guerra?”. Más que la rebelión de las masas, que temía Ortega y Gasset, es el contagio del pánico entre ellas, que llega antes y se extiende más que el virus coronado.
Desde que he llegado a casa he estado atento a la Radio. En el breve paseo que servía de despedida durante mucho tiempo, he estado atento al móvil, sin novedades. Después de comer me he puesto a preparar materiales para las clases no presenciales con un ojo puesto en las redes sociales. Escribir para no romper la rutina y dejar de darle vueltas a la cabeza. Solo veía ruido. Que si Pablo Iglesias había acudido al Consejo de Ministros pese a la cuarentena, que si había división entre los partidos de coalición. Mientras, se habían filtrado las líneas fundamentales del Real Decreto del Estado de Alarma y aplazaba para el lunes su inicio. Las especulaciones han aprovechado las horas que han transcurrido hasta que el presidente Sánchez ha hecho la declaración pública. Ha desgranado todas las medidas, algo nervioso, pero al final, en un tono que parecía sincero, ha agradecido al personal sanitario y colectivos diversos su labor y comprensión para frenar el virus. Una empatía muy necesaria para poder asumir lo que va a ser un cambio del ritmo de vida durante varias semanas. Es la crónica de una emergencia anunciada. El líder de la oposición, en lugar de echar un cable, ha simulado una comparecencia institucional, llena de reproches, mientras en los balcones de toda España se aplaudía el trabajo de los sanitarios. Él, a lo suyo, aunque lo han escuchado solo los muy fieles, pues los demás han dejado de hacerlo cuando han comprobado su ruindad. Y desde Cataluña y Euskadi, sus presidentes han criticado que Sánchez establezca un mando único en orden público y sanidad. Están en otra dimensión. Entre las acusaciones y la ausencia de un libro de instrucciones para una emergencia como esta, no le arriendo las ganancias. Pero esta guerra contra el virus la vamos a ganar. A pesar de la histeria de quienes vacían las tiendas de papel higiénico. ¡Salud para todos!
Ángel Luis López Villaverde