Tal como dijo Carmen Leñero, escribir una novela histórica es viajar al interior del sentir y pensar de los personajes, y a partir de ellos revelar su circunstancia. Una de las mejores maneras para hacerlo es confiarles la función de narradores a los personajes, por lo menos a alguno de ellos. Ella misma dijo que “Mi ficción querría ser versión de un pasado visto desde los ojos de individuos que lo vivieron en presente, no “desde fuera” o “desde arriba”, desde los anales, el registro histórico de acontecimientos o la recopilación de casos y folios”.

Fernando Recuenco ha querido, en este segundo proyecto editorial, llevar a cabo, con minuciosidad, crítica y esfuerzo –tal como lo hace un verdadero docente- un trabajo donde la “ficción documentada” marcase el objetivo de ofrecer al lector un relato de vida, con proceso didáctico en su desarrollo, aludiendo a constantes que deben definir el propio peso de cada personaje, especialmente el de Orsolya, con eso que otros llaman la intrahistoria de la historia.
Me sentí especialmente bien a su lado. El respeto, la educación y la honestidad son tres de sus loables virtudes, en un hombre sencillo nacido en Zarzuela, pero que ha dedicado su vida a la formación intelectual y al desarrollo de esa actividad docente a lo largo de toda una vida. Sentir el peso de su mirada es como sentir el don de la sinceridad, porque en sus palabras bien hilvanadas lo primero que hace es agradecer el apoyo, la ayuda o la consideración de los demás, en ese engranaje de quien sabe de la humildad como bandera de compromiso. Me sentí excesivamente aludido en su prólogo de presentación y dejó con ello, esa parte de responsabilidad que hacen “las buenas gentes” cuando ven en los demás, generosidad y compromiso. Su agradecimiento se extendió a la Diputación Provincial, al Servicio de Publicaciones por su apuesta y a quienes le acompañaban, hombres y mujeres de sencillo trazo humanista, amigos, familiares y admiradores.
Nos presentó un excelente trabajo, comprometido como todo ese espectro vital que le rodea, marcando un antes y un después en la historia, llegando a sentir el peso de la barbarie, la sinrazón y el horror, cuando los imperios o los autoritarismos se hacen dueños de la mente y el sentimiento humano. La guerra actual de Ucrania con Rusia le llevó a trasladar el reflejo de lo que fue la invasión húngara, sin olvidar el bolcheviquismo o el nazismo, espectros trágicos de un mundo revolucionario que ha rasgado las sociedades democráticas de convivencia.
Allí, entre la mentira y el terror, la vida de los seres humanos no tienen más valor que el instante que rasga la vida para llegar a la muerte, pero en esos momentos trágicos es cuando el virtuosismo, la razón de existir o el propio instinto de vida, marca caminos, esperanzas y realidades. Por eso, el violín de aquel húngaro, heredado y enroscado en esos valores que priman gracias a sensibilidades, propuestas y razones de una joven, le marcó el argumentario de un trabajo lleno de intensidad, historia, música, esperanza, razón y vida.
El mismo en su sinopsis nos expresa que “Orsolya, hija de una familia judía se educó en las directrices de la sinagoga, configurando una vida de ilusión, motivada en parte por el viejo violín de su abuelo Jacob. Por la comprometida voluntad de su padre, ingresó en el conservatorio de Viena para obtener el doctorado e intentar conseguir la plaza de concertista en la Polifónica de Viena. Tanto ella, como su marido médico del hospital general y víctima del Holocausto, vieron truncadas sus carreras por la persecución nazi”.
Una historia, donde el amor y el odio, harán renacer esperanzas de una vida entrecruzada entre Budapest, Nueva York y Viena, porque “en medio del miedo, el silencio, la confusión y el sin sentido, donde la oscuridad, al final del refugio, pudo ver esa luz que un violín y unas notas musicales lanzaban al aire del compromiso de vivir, de sentir, de ser…”
Fernando Recuenco, nacido en el seno de una familia humilde y trbajadora en tiempos de posguerra, entre los sonoros ruidos de una herrería y el brillo de un sol pegado al terruño, inició sus estudios entre los dominicos de Almagro y la Escuela Normal de Magisterio. La Pedagogía y la psicología le han permitido completar esa formación integral de un humanista del siglo XX, provocando con sus trabajos expresar sus otras virtudes de creador de palabras, publicando en 2010 su primer trabajo con el título de “Girasoles Inclinados” que la Diputación Provincial de Valencia sacó a la luz.
Ahora, ha presentado en la Feria del Libro de Cuenca 2023, su segundo título “El llanto del violín” bajo el sello editorial de Círculo Rojo, y con ese entusiasmo del deber cumplido, sin olvidar que aún le quedan fuerzas, intuición e ilusión para continuar camino en el mundo de la creación literaria, donde la historia y la literatura siempre irán de la mano.
Por Miguel Romero Saiz. Historiador, Académico y Cronista