Tras aparcar el coche a varios kilómetros del emplazamiento en Valdebebas donde se celebra ahora el Mad Cool, coger un bus, y rodear todo el perímetro del recinto para alcanzar la entrada -que se encuentra en el lado opuesto donde te dejan todos los medios de transporte-, conseguimos una hora después acceder a la amplia explanada dominada por la archiconocida noria iluminada. Esta vez, hay que reconocérselo a la organización, sin las largas colas para entrar, que también fueron muy razonables a la hora de pedir bebida, comida o ir al baño. Pasar de 80.000 a 45.000 espectadores se nota, y se agradece sentir esa amplitud de espacio sin agobios.
Nuestra idea era ver algo del concierto de Lauryn Hill antes de imbuirnos de lleno en el de Iggy Pop, pero la estrella de los Fugees tenía otro plan, como poner de telonera a una DJ y salir 30 minutos tarde al escenario. No estaba dispuesta a perderme ni un ápice del show de la Iguana, así que nos quedamos sin ver a la diva.
El cabeza de cartel
Y qué narices, mereció la pena. Con puntualidad exquisita, sin divismo ninguno, cuando aún el sol no se había ocultado, surgió el dios del punk rock. Con 72 años, más cojo que nunca –lucía un tacón más alto que otro-, su torso desnudo como siempre, solo que ahora arrugado como una pasa, sus acostumbrados pantalones ajustados, pero su icónica melena rubia intacta, abrió con toda una declaración de intenciones: I wanna be your dog, e hizo saltar a varias generaciones de fans, desde sesentañeros a veinteañeros y padres acompañados de sus hijos…
Sin descanso entre canción y canción, como una auténtica máquina del rock bien engrasada, enlazó hit tras hit: Gimme Danger, Lust for Life, The passenger, Skull ring, Search and destroy, No fun… demostrando por qué se merece todos nuestros respetos como creador de algunos de los mayores himnos de la historia del R&R. Hasta sorprendió con un homenaje a su compañero de fatigas David Bowie, acometiendo con solvencia Jean Genie, y con lo que pareció una confesión de abuelo entrañable: “He estado jodido la mitad de mi vida, y la otra mitad he intentado hacer las cosas bien, pero entonces me decían que me estaba volviendo normal. Eso apesta. Haced algo que no sea normal”.
Y entonces, el verdadero cabeza de cartel del festival se marchó en un suspiro, no sin antes lanzarnos un “I love you”, dejándonos esa extraña sensación de haber asistido a algo extraordinario quizá por última vez…
Maratón de conciertos
Después de Iggy, qué queréis que os diga, Bon Iver sonó anodino, no sé si porque ese no era su escenario más adecuado, o porque no era nuestro momento, o el suyo…Así que aprovechamos para el avituallamiento, sin colas, qué maravilla…
A continuación, decidimos asistir al espectáculo –que lo fue- de Perry Farrel, el exlíder de Jane´s Addiction, con sus canciones coloridas, bailables, a ratos contundentes y pretendidamente sexies, antes de escuchar a uno de los hermanísimos Gallagher, Noel (mientras, su hermano Liam hacía lo propio en el BBK, curioso).
El británico satisfizo a sus fieles fans, y tuvo que volver a justificar –sin necesidad- por qué tocaba esas canciones de Oasis “que había compuesto y formado parte de su vida”. Y la verdad es que disfrutamos escuchando una vez más “Wonderwall”, “Stop Crying Your Heart Out”, o “Don’t Look Back In Anger”.
¿Vampire Weekend o The Hives?
Incomprensiblemente, tuvimos que elegir entre Vampire Weekend y The Hives. La decisión de programar a estas bandas simultáneamente resulta difícil de entender, creo que a la mayoría de madcooleros nos hubiera gustado ver ambas. Acometimos primero a los neoyorkinos y no nos arrepentimos, con su música alegre, luminosa, difícilmente clasificable (¿indie rock, afrobeat, wordlbeat…?), que transmitió de inmediato buen rollo a todos los asistentes, que con cara de felicidad tarareaban y bailaban sus canciones más famosas: ‘Sunflower’, ‘Sympathy’, ‘Horchata’, ‘Cape Cod Kwassa Kwassa’, ‘Ya Hey’, y sobre todo, ‘This life’, cuya melodía resuena en mi cabeza desde entonces.
Con todo el dolor de nuestro corazón decidimos abandonar el concierto de Vampire Weekend para ver algo de The Hives antes de que terminaran. Los suecos se habían metido al público en el bolsillo con su rock garajero y enérgico, enfundados en sus ya acostumbrados trajes blancos, aunque entre la larga perorata del cantante y lo tardío de nuestra llegada, apenas nos dio tiempo a darnos cuenta de que nos hubiera gustado disfrutarlos más.
Y como nos tocaba coger un nocturno que nos acercara a nuestro coche, andar 15 minutos hasta él, volver a provincias, currar al día siguiente, y vivir otras dos jornadas maratonianas, no nos quedamos a ver a The Chemical Brothers. Otra vez será…