Hazaña del Incarlopsa Cuenca con su victoria 26-24 ante el Recoletas Atlético Valladolid. A pesar de una sequía goleadora de diez minutos y de una actuación estratosférica de Yeray Lamariano, el rey de la Serranía recuperó la sonrisa con un partido no apto para cardíacos.
Dos equipos, solo podía ganar uno. Conquenses y pucelanos se enfrentaban en un partido trascendental para olvidar malos tragos. Ambos equipos llegaban dolidos y tenían esta cita en rojo para volver a sonreír en la pista.
Anímicamente, una de las mejores formas de empezar un partido podría ser con un parcial 3-0 a favor. Dicho y hecho. Solo tuvieron que hacer falta 3 minutos para que, en superioridad numérica por la exclusión de Basualdo, Fede Pizarro, Davide Bulzamini y Thiago Alves Ponciano pusiesen a su equipo por delante. La réplica fue inmediata e idéntica. En esta ocasión el excluido fue Doldán y los goles de Basualdo y Patrianova frenaban las aspiraciones locales. Tras el gol de este último, todos los espectadores se dieron cuenta que el partido no se iba a decidir hasta el último minuto. Con su devenir, los pupilos de David Pisonero pusieron las tablas e inclusive lideraban en el electrónico.
El león conquense estaba gravemente herido. Por momentos aparecían fantasmas del pasado, que no ayudaban a revertir la situación. En los momentos cuando los pucelanos se hacían grandes y creaban diferencias, el rey de la Serranía mostraba sus zarpas para que esta última no aumente. La diferencia era mínima, pero desapareció tras una inyección de moral, con las aportaciones de Nazaré y Bulzamini. Esta fue a más con el 13-12 de Sergi Mach. Gol arriba gol abajo estaba el encuentro y fueron los azulones quienes, al descanso, mandaban (14-15).
En ese momento empezó a aparecer un nombre propio en escena: Yeray Lamariano. La mitad de la culpa de que el Incarlopsa Cuenca no aumentaba su marcador era suya. Digo la mitad por qué cerró el partido con un 50% de eficacia. Esto explica qué, desde el 39´ al 49´, el marcador local no se movió. Durante 10 minutos el meta armero había intervenido en 6 ocasiones, provocando la frustración y desesperación por parte de sus rivales. Pablo Simonet, quien no pudo terminar el partido en la pista por lesión, rompió la sequía con un disparo desde 9 metros.
Como dijo Al Pacino, en Un domingo cualquiera, el partido se decidía en cada “pulgada” y los protagonistas eran conscientes de ello. Cada pérdida, gol, detalle, parada, pase o factor del juego era capaz de modificar el ritmo del partido y, por ende, su resultado final. La exclusión de Carlos Fernández fue un punto de no retorno. No obstante, contradiciéndose con la mayoría de los casos, fue positiva para los intereses conquenses. Nacho Moya y Alex Pozzer ponían por delante a su equipo, a falta de los minutos finales.
La tensión se palpaba y se sentía en cada jugada. Esta estalló con el golpe que sentenciaba el partido. Sergi Mach unió a más de mil corazones en un único grito de gol. Con el 26-24 final, la locura se manifestó en la grada. Necesitaban ver a su equipo ganar y, de esa forma, los gritos y rabia acumulada explotaron al final del partido. Dos puntos que valen oro y han costado 60 minutos de infarto.
Por Nahuel Briscek