Vídeo. Endiablada de El Hito
Los Diablos, de forma genérica, son figuras emparentadas con otras de similares características en las fiestas, de Castillas-La Mancha, relacionadas con el culto a la fertilidad y, con ello, a la agricultura. Son figuras que recuerdan, en cierta manera, a las Botargas de Guadalajara, a los Perlés de Ciudad Real, a los personajes de la Encamisada en Menasalbas (Toledo) y, también, al personaje Zampantzar de la cultura vasca originario de los pueblos navarros de Ituren y Zubieta aunque, estos últimos, anuncien el carnaval y el despertar de la naturaleza con la expulsión de los malos espíritus tras el invierno haciendo ruido.
Dada la cercanía de Almonacid del Marquesado, con El Hito, es fácil deducir que si los personajes que describimos se extendieron por tradición oral, como las canciones populares y otras tradiciones de nuestros folclore, en este caso, por vecindad, es más que evidente el parecido y el parentesco de ambas endiabladas aunque haya voces que defiendan la mayor antigüedad de las de El Hito.
Sea como fuere, en la fiesta en honor de la Virgen de la Encarnación, la más grande del ciclo festivo anual en El Hito, el protagonismo fue para danzantes ataviados con pantalón azul claro, medias blancas, camisas del mismo color con bandas de las que destacan la bandera española, faja, y un pañuelo con una flor roja cubriendo sus cabezas, y diablos que visten una especie de mono multicolor llevando, a sus espaldas, enormes cencerros que sujetan con correas entre pecho y espalda. Llevan, en su mano derecha, unas varas de madera rematadas con pequeñas cabezas o esferas y cubren sus cabezas con gorros cilíndricos, repletos de flores, y rematados con tiras de tela.
Son los Diablos y Danzantes de El Hito en una procesión en la que, en todo momento, danzan, se cruzaban, corren, levantan sus porras ante la imagen de la Virgen y lanzan vivas sin dejar de hacer sonar sus cencerros gracias al movimiento del cuerpo.
Mientras ocurría todo eso, la gente, ofrecía dinero para la fiesta y para lo que fuera necesario y, billete tras billete, iba a parar al fondo de un pequeño baúl colocado a los pies de la Virgen.