—Señorías, ¡silencio! Tiene la palabra el diputado González, del Partido Popularísimo Popular.
—Gracias, señora presidenta. Traigo hoy una propuesta revolucionaria para resolver el hambre en Gaza.
—¿La de los alimentos caducados? —susurra el diputado Martínez, sentado a su lado.
—¡No! Esa fue la propuesta del Ministerio de Sostenibilidad, que quería reciclar restos del comedor del Congreso. Lo mío es más profundo: quiero enseñarles a plantar cosas. Agricultura de balcón.
Así comienza la gloriosa sesión del Congreso en la que dos diputados de probada ignorancia, blindada por los votos y una inmunidad parlamentaria más resistente que el titanio, deciden resolver de una vez por todas la crisis humanitaria en Gaza. Entre gritos de “¡váyase al huerto!” y aplausos desde los escaños de su propio partido (esos que aplauden lo mismo una barbaridad que una interrupción para ir al baño), se desarrolla uno de los diálogos más gloriosamente absurdos de la historia legislativa reciente.

González, el visionario rural
El diputado González, de verbo lento y neurona solitaria, toma la palabra con solemnidad:
—Miren ustedes, yo me fui a Benidorm en Semana Santa y vi cómo unos ingleses plantaban tomateras en el balcón del hotel. Y pensé: “si esto funciona en el cuarto piso del Hotel Albahía, ¡funcionará en Gaza!”.
Nadie se atreve a interrumpir. Están embelesados. No por el contenido, sino por el hecho de que González haya enlazado tres frases seguidas sin meter una metáfora sobre la reconquista.
—Lo que propongo —continúa con tono mesiánico— es enviar a Gaza kits de agricultura urbana. Tres macetas, semillas de calabacín y un manual de instrucciones traducido al gazatí.
—Eso no existe, señor González —le susurra su asesora.
—¿Cómo que no? ¡Si el otro día bajé un PDF en árabe de Google Translator!
Martínez, el realista estrambótico
Entra en escena su compañero Martínez, del Partido Liberal Conservador Progresista Antisistema Reformista Unido. El nombre lo propuso su primo durante una barbacoa.
—Lo de los tomates me parece bien, pero tenemos que ir más allá. ¡Comida rápida solidaria! ¿Por qué no montar una cadena de comida low-cost en Gaza? Lo llamamos “GazaBurger”. O mejor, “Hummus & Fries”.
Los murmullos aumentan. Un diputado de la izquierda radical se levanta para decir algo sensato, pero nadie le escucha. En ese momento, una diputada de extrema derecha sugiere que la carne de los kebabs que se reparten gratis en Gaza puede provenir de cabras radicalizadas. Se ríe sola. Le hacen trending topic por eso.
—¿Y de dónde sacamos los fondos? —pregunta una diputada seria, en un intento casi trágico de volver al tema.
González sonríe con la tranquilidad del que nunca ha leído un presupuesto público.
—¡De las subvenciones europeas para desarrollo rural! Gaza es rural, ¿no? Yo lo he visto en Google Earth. ¡Todo campo! Bueno… más bien ruinas, pero da igual.
El nivel del debate sube como la marea… del retrete
Martínez, envalentonado, decide añadir un componente tecnológico:
—También podemos enviar impresoras 3D. Así pueden imprimir comida.
—¿Comida? —pregunta alguien, incrédulo.
—Sí, hombre, vi un vídeo en TikTok donde hacían una pizza con una impresora 3D. Y si no les gusta el sabor, ¡que impriman otra! Democracia alimentaria.
González asiente, convencido de que las impresoras 3D funcionan con cartuchos de aceite de oliva y tinta de pimiento del piquillo.
Momento musical: llega la propuesta cultural
Como no podía faltar el toque inclusivo y artístico, otra diputada, amante del arte conceptual, propone organizar un festival solidario con entrada gratuita.
—Podríamos llevar a Rosalía a Gaza. Eso eleva la moral. Y si canta “Despechá”, igual se les olvida el hambre durante tres minutos.
—¡Eso es! —grita Martínez—. Y en vez de tirar flores, que tiren pan. Pan de verdad, del que alimenta.
El informe técnico de la ignorancia
Uno de los asistentes parlamentarios, obligado a tomar notas del esperpento, no puede evitar murmurar:
—Esto no es ignorancia. Esto es terrorismo intelectual.
Pero nadie le oye. Porque González ha sacado una maqueta de una jardinera de plástico con lechugas falsas para mostrar su plan maestro. Lo compró en una tienda de decoración porque “parecía real”.
—Con esto en cada balcón gazatí, ¡la revolución verde está asegurada!
Martínez lo aplaude. González se emociona. En ese momento, cree que pasará a la historia. Asegura que se está gestando “un Plan Marshall 2.0, pero sin marshall ni plan”.
La rueda de prensa posterior: más leña al fuego
En la sala de prensa, una periodista (aún con alma) se atreve a preguntar:
—¿Han tenido en cuenta las condiciones de vida en Gaza? ¿El bloqueo? ¿El acceso limitado a agua potable? ¿Los bombardeos?
Martínez sonríe:
—Claro. Por eso nuestras jardineras son de plástico resistente. Lo pone en el catálogo: “resistente a impactos y cambios de temperatura”.
González asiente, mientras enumera con los dedos sus grandes logros:
- Hummus & Fries.
- Rosalía.
- Impresoras 3D.
Críticas de la comunidad internacional
La ONU, tras enterarse del contenido del debate, emite un comunicado urgente:
“Rogamos encarecidamente que los parlamentarios españoles se abstengan de intentar ayudar. Su ignorancia es un arma de destrucción masiva”.
Israel declara que no tiene comentarios. Palestina emite un comunicado en forma de facepalm colectivo. Y la Unión Europea, tras valorar la situación, decide invertir el dinero destinado a cooperación en cursos de alfabetización legislativa para diputados españoles.
La opinión pública: entre la risa y la náusea
Las redes estallan. “GazaBurger” se convierte en meme internacional. Un influencer propone abrir una franquicia en la zona VIP del Congreso. La oposición exige que se les prohíba proponer cosas durante seis meses. Y Amnistía Internacional lanza una petición para prohibir la ignorancia con corbata.
Un joven en Twitter escribe:
“Si el hambre en Gaza dependiera del conocimiento de estos dos, tendríamos que enviar más ataúdes que comida”.
La gran frase final
Cuando la sesión termina, González se despide con una frase memorable:
—Hoy hemos hecho historia. El pueblo palestino nos recordará siempre.
Y Martínez, más lúcido que nunca, añade:
—Sí. Aunque probablemente con repugnancia.
Y así, en solo una hora y cuarenta y siete minutos, dos diputados incapaces de ubicar Gaza en un mapa, que confunden Ramala con un plato típico de Aragón y creen que Palestina es un parque temático del desierto, han resuelto el hambre con jardineras, reggaetón, impresoras y hamburguesas solidarias.
No han eliminado el hambre, pero han generado un banquete de carcajadas.
España: tierra de luz, vino… y diputados que creen que con un manual de Ikea se arregla Oriente Medio.
P.S.- Eso, poco más o menos, es como yo imagino una conversación de dos insignes diputados con algún que otro Curriculum Vitae demasiado inflado.
Firma invitada: Francisco R. Breijo-Márquez. Doctor en Medicina.

