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Cultura, identidad y educación en la escuela rural

Por Liberal de Castilla
viernes, 17 de enero de 2025
en Cuenca
Tiempo de lectura: 10 minutos
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Cultura, identidad y educación en la escuela rural

La revista Padres y Maestros, de la Universidad Pontificia de Comillas, nacida en octubre de 1965 para divulgar experiencias educativas y dar a conocer teorías de actualidad, publica este artículo de la conquense (Las Majadas,) Susana Fuentes Arcos, cuya temática, lo indica bien el título de su trabajo, se centra en la escuela rural.

 

imagrem susana 1

 

 

La desaparición de las escuelas unitarias mixtas en los núcleos de población pequeños ha dado la puntilla demográfica y social a la España vaciada. ¿Se ganó algo en el proceso de “CRAsificación” de este tipo de centros? Propongo una reflexión sobre el asunto basada en la experiencia, la observación y los datos.

 

Sobre la escuela rural

Echar  la  vista  atrás  no  tiene  que  ser,  necesariamente,  un  ejercicio  de  nostalgia;  también  puede  ser  un  acto  consciente  para  tratar  de  entender  hechos  y  realidades  que  se  dieron  en  el  ayer  y  de  los  que  sacar  conclusiones  que  nos  ayuden a proyectarnos a un mañana que es, por su propia definición, incierto. Han  sido  muchas  las  vueltas  que  he  dado a la hora de plantearme este artículo. Y en  todas  ellas  siempre  concluía  que  no  iba  a  empezarlo  hablando  de  mí,  ni  de  mi  infancia, ni de mi educación en la escuela rural  unitaria.  Pero tampoco he encontrado  una  forma  mejor  de  hacerlo  que  hablando  desde  la  experiencia,  por  lo  que,  irremediablemente y como heredera cultural (en parte) de la fórmula de la picaresca, voy  a  tirar,  al  menos  en  el  arranque,  de  la  primera persona.

El espíritu humano

Desde que en las redes sociales se pre-sume de todo, uno ya no puede presumir, en realidad, de nada. O al menos de nada que no pueda fotografiarse al instante, filtrarse   adecuadamente, publicarse y recibir el beneplácito de los seguidores de cada cual. Yo no tengo foto de aquel momento, pero si la tuviera, no creo que una  sola  imagen pudiera describir el instante. Y es que hubo un tiempo en el que yo fui niña, esos días lejanos en lo que todo renace en una constante primavera, en los  que  todo  es  nuevo,  todo  está  por  aprender  y  todo  se  aprende  jugando.  Y jugar era todo  lo  que  queríamos  las  tardes  de  la  primavera tardía, de esos mayos luminosos,  cuando  a  las  tres,  en  lugar  de  volver  a  clase,  cantábamos  en  el  patio  “de  paseo, de paseo” y las dos maestras (sí, dos  para  todos  y  todos  para  dos)  con-descendían  y,  en  lugar  de  volver  al  aula  después de comer, nos íbamos a gritar y jugar al campo. No hacía falta muchos discursos vacíos para saber que el contacto con la  naturaleza, la luz del sol y el aire libre son tan beneficiosos para el espíritu humano como la lectura de un buen libro. Aquella tarde de finales de mayo, los rebaños trashumantes   pasaban   por   la   vereda con alegría de cencerros y silbidos pastores, anunciando el buen tiempo y la bonanza de la  que  carece  aquella tierra mía cuando aprieta el frío. Yo  no  tendría  más  de  siete  años  y  llevaba una falda de cuadros   blancos y marrones  que  dejaba  al  aire  las  magulla-das rodillas; sé y recuerdo perfectamente que en mi corazón latía una alegría esperanzada  al  ver  esos  rebaños:  en  solo  un  par  de  días,  el  que  pasaría  por  allí  sería  mi padre. No hay fotografía  ni  relato  que  des-criba   mi   alegría   cuando   uno   de   esos   hombres a caballo, con su aspecto fuerte y  curtido,  se  acercó  al  grupo  de  niños  y  dirigiéndose  a  las  maestras  dijo:  “¿Hay  aquí  algún  hijo  de  Ramón  Fuentes?”.  No sé  ni  me  hago  a  la  idea  de  cuánta  emoción  supone  que  te  den  un  Nobel  o  un  Oscar, pero en ese instante fui la persona más  importante  del  mundo.  Los pastores  traían una manta que mi padre, con quien habían coincidido en su camino, les había prestado  para  protegerse  del  frío  de  la  noche.  Me dieron  la  manta,  las  gracias  y  siguieron  su  rumbo  hacia  los  frescos  pastos. Qué   olor   a   campo,   qué   alegría   de   humanidad,  qué  forma  de  ser  compañeros.  Qué lección sin,  tan  siquiera,  estar  en el aula.

En defensa de la escuela rural

imagem 1No pretendo aquí  hacer  una  apología  de una forma de vida que apenas existe y que  supone  un  exotismo  digno  de  Instagram en la vida de centenares de domingueros   disfrazados   de   deportistas   del   Decathlon, que son, a día de hoy, multitud en los abandonados pueblos de la España vaciada, que  no  de  la  España  rural.  Porque  pueblos  hay  cientos,  y  los  hay  con  miles de habitantes y con una estructura social  y,  por  lo  tanto,  educativa  similar  a  las  ciudades,  por  lo  que  estos,  en  lo  que  nos  ocupa  en  este  momento,  no  son  pertinentes. Vamos a centrar el interés en las escuelas de los pueblos pequeños, de menos de mil habitantes (si queda alguna), en lo que supusieron  para  la  educación  de  varias  generaciones  y  en  la  forma  en  la  que  las  personas formadas en las mismas se relacionan con la sociedad actual.

Las tropelías administrativas

Hablemos de su huella, de sus desafíos, de su futuro y de la brecha digital. Podemos hablar incluso de las tropelías administrativas que se han cometido en algunos pue-blos, como en el mío, en el que una ceguera sobrevenida  y  un  dinero  proveniente  del  (en  ocasiones  infame)  Plan  E  levantó  una  escuela casi catedralicia, digna de una localidad  sobrepoblada  cuando  en  ese  momento  en  el  pueblo  no  habría  más  de  cuatro niños en edad escolar. Y  es  que  los  delirios  de  grandeza  que  proporciona   el   “dinero   gratuito”   hicieron   que   los   ambiciosos   munícipes   del   momento vieran más productivo construir un  edificio,  pasto  ya  de  la  maleza,  que  recuperar los ya existentes y, con ellos, un espíritu que aún vive entre sus paredes y que  contiene  en  su  ser  la  educación  personalizada, la conexión con el entorno, el desarrollo del sentimiento de pertenencia a  una  comunidad  (tan  importante  para  practicar  la  generosidad  y  la  empatía)  y  la necesidad por parte de los maestros de adaptarse a unas circunstancias no siempre fáciles.

La huella

imagen 6¡Pero  si  no  hay  niños  en  los  pueblos!  Dirán  ustedes. Y  bien dicho,  claro.  Y no  es  momento  ahora  de  afrontar  ese  tema,  aunque más adelante sí hablaré de cómo el  cierre  de  las  escuelas  ha  herido  mor-talmente a los pueblos pequeños y los ha condenado al silencio y la grisura. De momento, un poco de utopía desde el caso que  conozco.  En  mi  pueblo  se abandonaron   las   viejas   escuelas   para   construir un mastodonte para una población que no existe (el colmo del delirio) sin trazar ningún plan para llenar esas aulas, aunque fuera imposible hacerlo con niños en edad escolar por razones obvias. Lo de mi pueblo es un caso aparte, pero la  mayoría  de  los  pueblos  que  conozco  tienen  sus  viejas  escuelas  cerradas,  edificios vacíos y fríos donde los espíritus, en breve, pasarán a ser fantasmas. ¿Por qué no cuidarlas,   reconstruirlas y  recurrir a las   Administraciones —o  incluso fundaciones    relacionadas con  organismo como  las  cajas  rurales  o  empresas  dispuestas  a  gastar  presupuesto de RSC— y preparar planes de formación para propios y foráneos en verano, un  par  de  horas  al  día,  que  mantengan  viva el alma educativa de la escuela rural unitaria? Es decir, buscar iniciativas que recuperen el espacio físico para revivir la huella, la experiencia educativa en escuelas de apoyo para  verano  e  incluso  escuelas  de  mayores.  Porque, ¿saben la  cantidad de gente mayor que vive sola en los pueblos? ¿No creen que estaría bien que “volvieran a la  escuela”  con  sus  compa-ñeros  de  entonces  como  acto  social  y  como  ejercicio  positivo  para  su  mente  y  su  salud  cognitiva?  Es solo una  idea:  mantener lo   físico   para   recuperar   lo   emocional.

El desafío

Si abandonamos el mundo de las ideas y dejamos  de  soñar  con  lo  que  haríamos  para mantener vivo el espíritu de la escuela rural, pasamos al presente dejando atrás pasado  y  futuro.  Para ello,  me  remito  a  las palabras de Marisa Usero, maestra de escuela en un pequeño pueblo de la Sierra de  Cuenca  (de  los  poquísimos  que  quedan con colegio): “Actualmente, estamos sobrepasados por  todas  las  demandas  a  las  que  tenemos  que  hacer  frente  desde  la  Administración  educativa. Y en  esto  no hay diferencia entre la escuela rural y las otras. Es cierto que a esto se le añade todas las carencias con las que cuenta la escuela rural en cuanto a medios e inversión. Si no se actúa ya, si los gobiernos no invierten y  se  implican  todo  lo  necesario  para que ocurra un cambio, el futuro tenderá  a  que  sigan  ampliándose  las  zonas  rurales  vaciadas  y  a  la  desaparición  de  muchas escuelas”. Es decir, el desafío es el de siempre: la falta de inversión por la escasez de  votantes  condena  a  los  pueblos a vivir sin escuelas y, por lo tanto, sin niños. ¿Es lógico  dejar  que  desaparezca  un estilo educativo que fortalece los vínculos  de  la  comunidad  y  hace  crecer  y  mejorar la vida de los pueblos?

El futuro

imagen 2“Si  perdemos  la  escuela  rural,  perdemos el mundo rural entero. La permanencia de  los  pueblos  depende  de  los  niños  que  crecen  en  ellos.  Si una  escuela  se  cierra, los niños tienen que desplazarse y, con ellos, muchas familias toman también la  decisión  de  cambiar  de  residencia”.  Así reflexiona  Marisa  desde  el  terreno.  Y ella mejor que nadie resume una realidad social que es ya imparable y que dibuja un futuro  no  demasiado  esperanzador. No  tenemos en  nuestras  manos  el  poder  de  revertir la situación para mañana, pero sí tenemos  un  hoy  en  el  que  reclamar  a  los  ayuntamientos y diputaciones un espacio, un  tiempo  y  un  dinero  no  para  construir  una utopía (abrir escuelas sin niños), sino para  abrir  una  vía  a  la  esperanza  reconduciendo   esa   huella   —a   la   que   hacía   mención  más  arriba—  a  las  realidades  posibles.  Es decir,  recuperar  el  alma  de  ayer  y  hacerla  latir  con  las  posibilidades  de hoy para creer en un mañana.

La brecha digital

La exclusión social y la pérdida de oportunidades son las principales consecuencias de un acceso deficiente a las nuevas tecnologías.  Pero, afortunadamente,  los  avances  y  la  lógica  de  los  tiempos  llevan  a  pasos  agigantados  infraestructuras  de  calidad a los pueblos. ¿Es suficiente? No. Además de desarrollar servicios digitales adaptados  al  medio  rural,  las  Administraciones han de preocuparse en realizar formaciones  en  competencias  digitales,  no  solo  para  los  chicos  en  edad  escolar;  también para los adultos que cada día ven con  impotencia  cómo  van  quedándose  atrás  en  un  territorio  que  está  presente  en  todos  los  ámbitos  de  la  vida  para  el  que  no  han  sido  formados  (quizá  en  esa  recuperación  de  las  viejas  escuelas  está  la  posibilidad  de  que  muchos  mayores  aprendan a manejar herramientas que les permitan comunicarse más y mejor y huir del  aislamiento).  Quizá en ese  fomento  de  la  e-inclusión  haya  también  un  rayo  de esperanza para aumentar la población de los pueblos y, con ello, el fomento de la escuela rural.

En defensa de la España vaciada

imagen 4Abandonando  del  todo  el  pasado  de  los  pueblos  pequeños,  como  el  mío,  Las  Majadas  (Cuenca),  en  el  que  el  modelo  básico  de  escolarización  era  la  escuela  unitaria   mixta   por   sus   características   demográficas,  llegamos  al  presente,  en  la  que  la  mayoría  de  los  pueblos  con  una  densidad de población baja (en España, el 48% de los municipios actuales tiene una densidad de población inferior a 12,5 habitantes  por  kilómetro  cuadrado,  umbral  a  partir  del  cual  la  Unión  Europea  considera  que  la  densidad  es  baja,  ¡y  el  mío  tiene  3,05!)  ha  perdido  la  escuela  y,  con  ello, un latido potente a la hora de mantener su estructura social. Fueron los años noventa los que remataron aquel modelo  de  escuela  unitaria  mixta para garantizar la implantación de la LOGSE, por lo que se procedió a la “CRAsificación masiva” de la escuela rural (CRA: colegios rurales agrupados, que nacen en los   setenta   y   crecen   exponencialmente   para  atender  las  nuevas  necesidades  de  especialistas  LOGSE),  lo  que  supuso  la  concentración  de  centros  y  alumnado  en  los  núcleos  de  población  más  grandes  e  importantes de las comarcas.

El discurso oficial

Este proceso concentrador trajo como consecuencia el aumento del transporte escolar, becas de comedor… y la idea de

que la desaparición  de  aquellas  escuelas  unitarias  suponía  un  aumento  de  la  calidad  educativa,  al  tener  los  chicos,  estando   en   estos   grandes   colegios   o   internados, más posibilidades de aprendizaje   y   oportunidades.   De  hecho,  el   discurso  oficial  se  basaba  en  que,  con  estas   concentraciones,   se   daba   más   oportunidades educativas y se mejoraba el sistema y la formación de la sociedad rural. Habrá que creerse el discurso oficial, pues. Pero  lo  cierto  es  que  la  desaparición  de las escuelas ha apoyado el movimiento despoblador de las zonas rurales. Si a eso sumamos el relato de los medios sobre las zonas  rurales,  que  han  condenado  a  los  pueblos  a  una  visión  y  perspectiva  totalmente  urbanita,  en  la  que  se  concibe  a  estas localidades únicamente como lugares de desconexión, bucólicos y vacíos, no como espacios en los que se vive, convive, se trabaja y se aprende, el caldo de cultivo es  ideal  para  condenar  las  zonas  rurales  a  espacios  dedicados  únicamente  al  turismo, un escaparate que poco se distingue de otros y que está borrando esencias y condenando a muchas localidades a una personalidad “única” e indefinida. Que no, que no estoy en contra del turismo, estoy en contra de que la España vaciada sea ya la España olvidada por las Administraciones y dentro de nada la España quemada. Vivir para ver.

La escuela rural como motor social

Según  un  estudio  de  Noelia  Morales  Romo, publicado en la revista AGER, que se puede consultar en el CEDDAR, el cierre de las escuelas unitarias trajo consigo un  gran  deterioro  en  las  condiciones  de  vida  de  los  pueblos  pequeños  sin  que  el  traslado  de  los  estudiantes  a  los  centros  “más importantes” supusiera una mejora significativa en la calidad de la enseñanza ni en su aprendizaje. Entonces, ¿qué  hemos ganado cerrando   las   escuelas   de   los   pueblos   pequeños?  Solo dinero  (y  ni  siquiera).  Si los chicos no mejoran en su aprendizaje y la pérdida de la escuela acarrea y acentúa aún más  el  abandono  de  estos  pueblos, ¿qué ha aportado todo esto? ¿Generaciones de estudiantes peor formadas que las anteriores aun teniendo  “más  posibilidades”?  ¿Pueblos que agonizan?  ¿Mano de  obra barata en las ciudades?

Adiós a nuestro único privilegio

imagen 3Son muchas  las desventajas  socioeconómicas de las que partimos los niños de  las  zonas  rurales,  pero  teníamos  un  privilegio:  la  escuela.  Sin transporte  que  nos  restara  una  hora  (con  suerte)  al  día;  con  más  tiempo  en  casa  y,  por  lo  tanto,  en familia; con más tiempo de juego y de calle…  Y, sobre  todo,  con  una  enseñanza  personalizada   que   permitía   individualizar los procesos, respetar los tiempos de cada  niño  según  sus  aptitudes  y  capacidades y hacer grupos de trabajo flexibles sin que tuviese importancia la edad, sino, por ejemplo, la comprensión lectora. Un proceso pedagógico rico, de continuo aprendizaje y de contacto directo con el medio. Un modo tranquilo de estar en la escuela y de  convivir. La suerte  absoluta  de tener, prácticamente, un profesor particular. A cambio, no teníamos extraescolares de inglés, ni judo, ni piano. No   somos   mejores   ni   peores,  pero   se  nos  arrebató  (creo  que  erradamente)  nuestro único privilegio: una enseñanza de muchísima calidad. Y con ello, se propició el abandono de aquellos lugares que tanto amo (sobre todo a uno, que para eso es el mío) que conforman ya la España vaciada. Sé que el proceso es irreversible, pero ojalá tuviéramos la fuerza suficiente para recuperar  la  huella  de  la  que  hablaba  al  principio.   Tenemos   los   espacios.   Quizá  nos  falten las  ganas.  En  cuanto  al  espíritu… ese nunca muere .

Tags: Cultura Cuenca
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