Nunca pensé que, alguna vez, escribiría sobre el tema que se aproxima. Pero no me resisto; quizá por la indignación que me genera todavía. Y dado que no es que perdone o no, sino que se me olvida qué es lo que debería o no perdonar, pues prefiero en ésta ocasión que no pase mucho tiempo antes de que se me remueva en el olvido, y tenga que perdonar aquello que no recuerdo. Dicen que cuando perdonas, has de olvidar el agravio; a mi me ocurre todo lo contrario: se me olvida y , por tanto, ni se me pasa por la cabeza si tengo que perdonar y el por qué tendría que hacerlo.
El intringulis del presente es llamar la atención – dentro de mis posibilidades- sobre el abuso que determinados establecimientos culinarios y de restauración se “clavan” casi impunemente con los precios finales de las viandas solicitadas para yantar en momentos puntuales, normalmente acompañados de otras personas, y sin pedir al tun-tun. Tanto me interesa el tipo de viandas apetecidas, como la calidad de las mismas, sin excluir el precio por plato de cada una de ellas. Al menos un servidor, haciendo caso total a Guadalupe que, hace demasiados años me preguntó si a mi me parecía de mal gusto el tomar la factura final y desglosar los precios por cada cosa servida. Yo no solía hacerlo, francamente, pero conteste que hacer tal cosa, lejos de ser una paletada, me resultaba muy útil y de plena corrección.
Bien pues, de esas que sin esperar leerlo, lees, ,me encuentro con un especie de ‘noticia’ en distintos medios comunicativos donde un señor “llamó a la policía porque le habían cobrado dos euros por un café sólo, le pareció excesivo, máxime que en local no aparecía por ningún sitio e precio del mismo”; es decir que cobraban – por lo visto- lo que les pasaba en esos momentos por la partes pudendas de los camareros y camareras a la sazón”. La patochada, la desidia, el el cobrar lo que buenamente le saliera de las gónadas le costo una multa de – según los medios aludidos – 1000 euros.
¡Ole por el señor que lo denunció, por la policía que atendió el esperpento y un mojón para el camarero o camarera que puso café a ese precio en virtud de su libre albedrío, sin atender a la “lista de precios” que no exista para colmo y es susceptible de multazo también!
El apoyo a sus actuaciones suele ser que han subido mucho los precios, que la guerra de Ucrania/Rusia nos trae a maltraer y que la pandemia creo estragos. Podría ser, que no digo yo que no, pero deben poner todos los precios en tablón visible, aunque fuera escrito a tiza y con terribles lesiones a la ortografía.
El establecimiento al que me refiero, va a tener la suerte de que no pueda poner su nombre porque tiré el desglose de la factura. En otro caso, la gente que me conoce y los lectores y lectoras que tiene a bien leer mis artículos, sabe que me importa un brete o mil, poner el nombre del restaurante, dónde se encuentra y mi recomendación más sincera de que nadie de bien acuda al mismo. Pero lo arrugué, lo tire a la primera papelera visible – muy pocas- de puro cabreo.
No me asusta que un restaurante sea caro, muy caro o inaccesible a mis posibilidades pecuniarias. Si voy a manducar a tales sitios es porque sé que precio voy a encontrarme y que calidad de víveres voy a comer. Normalmente, salvo situaciones como ésta, la relación precio-calidad suele ser excelente. Excelsa, diría yo.
“Le Pré Catelan”. L’Arpège”. Maxim´s. En París Alrededor de 400 euros menú por persona y calidad indescriptible de platos. Sabes dónde vas y a qué te enfrentas y disfrutas.
“Amador”. “Steirereck”. “Marz &Sohon” e incluso el “Sacher” en Viena. Precio aproximado a los parisinos. Sabes donde vas y te enfrentas y disfrutas.
“Nobu de Armani”. “Gold” (de Dolce & Gabana). “My Wiew” en Milan. Menos costosos que anteriores quizá. Sabes dónde vas y te enfrentas y disfrutas.
“Horcher”, “Alkimia”, de los muchos de España. Sabes dónde vas y te enfrentas y disfrutas (estos de bastante menor precio que los previos por persona y menú)
Pero de ahí a que una camarera, joven, con un servicio pésimo, olvidadiza , cambiando las peticiones de una mesa a otra sin el más mínimo respeto por el personal pretenda quedar bien tomándome por tonto va un abismo, y así lo manifesté, sutilmente al menos.
Sé de buena tinta que todo aquel que pretende poner a caer de un burro a alguien o algo, tiende exagerar considerablemente lo que recibió y lo que aduce. Intentaré por todos mis medios no caer en tal circunstancia.
Chelo ya me había advertido, de que era caro. Pero caro en este pueblo no alcanza ni un tercio de los restaurantes mencionados en las tres ciudades conocidas por mi anteriormente y con fama de “muy caras”. Por tanto, y puesto que ella merece todo. Le comenté la posibilidad de poner por escrito tales desmanes para ayudar – si lo leen más de un millón de personas diarias – y me contestó con e,mejor de los criterios que, al no poder demostrar – puesto que la tire – el desglose de la factura, no hubiese sido más que una palabra contra la otra. Y eso siempre sale mal.
Tres copas de un Ribera en mala copa y bien servidas. Una coca-cola natural con hielo y rodaja de limón. Dos botellas de agua sin gas. Una ensalada de tomate con otras plantas que no recuerdo. Y…dos platos de “bacalao al supuesto pi-pil. Que no aparecía el pi-pil por más que lo busqué. Una tarta de manzana. Una tarta de queso. Y chimpún.
El bacalao al supuesto pilpil fue servido en una especie de Bol, donde el tenedor y el cuchillo de pala no cabían y debías hacer maravillas para que el contenido no se desparramase. El bacalao no estaba seco, no. Estaba lo que los modernos suelen decir: “Lo siguiente”. De hecho me hacia bola en la boca. Lo comenté a la camarera contestándome que se lo comunicaría al Chef (para comunicar yo a quien fuere una mala acción, me sobran agallas y educación, amiga camarera)
Los precios sí aparecían en la carta – sin QR, lo que fue todo un detalle, eso sí), aunque nada que ver con la suma total de la factura, incluido IVA. Y Chelo debe ser la mejor contable, al menos que yo conozca.
¿A que no adivinan el montante fina? No lo creerían, pensarían que estoy exagerando, Y nanai del peluquín.
Lo dicho antes, yo voy a dónde tenga que ir sabiendo lo que me voy a encontrar, pero de ahí a que me tomen por tonto – aun siéndolo – van todas una cataratas de Iguazú, por poner un bellísimo ejemplo.
Puesto que no debo -porque poder, si que puedo – decir el nombre de tan excelso restaurante, diré que esta a unos tres kilómetros del centro del pueblo, en una especie de Poligono que llaman Campollano. Calle C – en New York, son números, aquí letras mayúsculas”, no sé el número, amplio jardín relleno de mesas y sillas. Amplios interiores revestidos de sucedáneo de cuero. Entrando a la izquierda un tugurio de callejuela bastante sórdida, en cuyo final me dijo Chelo que era su puesto.
No. No pondré el nombre del supuesto restaurante. No por falta de valentía sino porque no podría justificarlo al arrugar y tirar el ticket. O sí, si podría puesto que mi Banco me manda puntualmente la cantidad acepada y el lugar de “origen” de la emisión.
O sea que, es posible que no lo haga por el tremendo respeto que tengo hacia Chelo. En otro caso ¿de qué?
Como todo es cuestión de criterios y opiniones, les dejo a su propia elección. Pero no es que sea ya recomendable acudir, es que debería estar totalmente prohibido.
P.S.- La camarera debió ver la gesticulación de mi cara y, amablemente nos invito a una especie de mistela o algo parecido por parte de la Casa. Lo rehusamos, naturalmente.
El señor de los dos euros por café hizo bien. Yo creo que también. Demasiadas excusas con Ucrania, pandemia y demás estúpidas justificaciones.
Firma invitada: Francisco R. Breijo-Márquez. Doctor en Medicina