Las fiestas en Chillarón, como la de la Iglesia instituida hace ya 178 años, relucen más que el sol porque son suyas. Muy suyas. Y caso de que haga frío, no sé cómo se las apañan para que, siempre, por estas fechas, le cedan un lugar bajo el sol para que, quiera o no, caliente el ambiente sin dejar sombras a falta de la charanga que, por cierto, llegó tarde.
Digo, y me parece que es cosa sabida, que las fiestas son muy suyas porque, sea cuales fueren, ellos se las guisan y, ellos, se las comen y, si no, que se lo pregunten al grupo formado por Alfredo, Alfonso, Honorio, Víctor y José María que llevan años, cuando la ocasión lo requiere, amarrados al duro fogón nacido en la antigua báscula del Silo. Un lugar pequeño en el que, nada más entrar, abres la lata de una comanda que se reparte en enormes sartenes y ollas que contienen de todo lo que el presupuesto del Ayuntamiento ha dado de sí, mientras, en unas parrillas, a la brasa, termina de asarse una oreja que será recibida, a tragos, de un buen reserva. Cuando empecé, empezamos a hacer una comideja así pero, ¿antes?, antes eran unos pocos cacahuetes que se daban a los chicos y poco más, me dice José Alfredo Bermejo que ha sido alcalde de Chillarón durante 30 años. Desde 1970 al año 2000. Antes, los concejales y los demás enchufados se comían la merienda .La buena. Pero nosotros alcahuetes y el vino, continúa diciendo. Conmigo, ya como alcalde, vimos el presupuesto que teníamos y empezamos a hacerlo hasta el día de hoy que lo sigue pagando el Ayuntamiento porque, el pueblo, no paga nada. Y aquí estamos, los de siempre. Compramos un cerdo, lo apañamos y, con eso y las judías, todos apañados en un día que es especial.
A Alfonso, hermano de José Alfredo, además de gran mecánico, jubilado ya, le gusta eso de la cocina aunque, en su casa, solo coge las sartenes cuando se lo permite su mujer, Asunción. Quizá por eso, o porque a los hombres nos gusta cocinar fuera de nuestra casa, no desperdicia la ocasión de estar con sus amigos en un día como este para hacer parte de la fritura con muchos ajos, dice. Llevamos desde ayer, desde las cinco de la tarde de ayer en que llegó el cerdo y, claro, tuvimos que trocearlo, apañarlo, quitarle los huesos y, de paso, preparar una pequeña merienda como si de una matazón se tratara: con oreja, el rabo y un poco de tocino a la brasa con buen vino, claro. Sí, lo hacemos bien, me dice sin dejar de dar vueltas, con la ayuda de una enorme paleta de madera, a la carne que, con ajos, estaba a punto de terminar de freírse en una gran sartén.
No muy lejos, a metro y medio, Honorio de las Heras cuidaba de las judías como ha venido haciendo en los últimos años porque, la memoria, en este caso, es fiel a la realidad. Yo es que estoy viniendo a Chillarón desde hace ya 45 años en que me hice novio de la que hoy es mi mujer, de Hortensia. Solo nos quedamos a dormir aquí en el verano. El resto del año en Cuenca pero, eso sí, vamos y venimos frecuentemente, me cuenta Honorio al tiempo que destapa la olla de las judías de la que sale un vapor que, en un segundo, cubre el objetivo de nuestra cámara. Llevan de todo aunque el toque final lo ha hecho mi mujer, Hortensia. Llevan pata de cerdo, oreja, chorizo y lo que se les echa a las judías: ajo, cebolla, pimentón, laurel y aceite. Lo que se pone para que salgan como estas.
El alcalde, Vicente Reyes, ha lamentado en varias ocasiones que mucha gente, que duerme en el pueblo, no participa de la vida del mismo y, en este caso, uno ve siempre a los mismos en faenas como estas.
Sí, es cierto. Hay mucha gente, mucha, pero nada. La vida la harán en otra parte porque lo que es colaborar, nada de nada. Muy poca gente. Estamos nosotros que somos amigos y unos pocos más que son cercanos a nosotros pero, más allá de eso que te digo, nada de nada. Nosotros somos los que nos encargamos de estas cosas y, como te digo, algunos otros amigos pero, el día que dejemos de hacer esto no sé qué va a pasar. O se pierde la costumbre, que es lo más fácil, o se hará de otra manera. No sé. Una opinión compartida por Víctor, que se hizo vecino de Chillarón hace unos 15 años y por José María.
A las 12 del mediodía comenzaba la misa y, la iglesia, presidida por la imponente imagen del Cristo de la Luz, presentaba el cartel de no hay billetes como presagiaba ya, el pasado año, el párroco don Francisco: “habrá que traer pan de caridad todos los domingos para que se llene nuestra iglesia”, dijo. Una iglesia que se convirtió en escenario de reparto de pan de caridad o rollos de anís de los que, uno, fue a parar a las manos de Isabel González García. Ochenta y siete años viviendo en Chillarón que se dice pronto: ¡Ay que vieja ya!, sí sí. Y encima me caí el año pasado y mire cómo voy, con una muleta y con miedo, me dijo de pronto aunque, dos horas más tarde, casi bailaba en el Silo al ritmo de la charanga New Band.
Mire usté, las cosas de la iglesia las llevo bien desde toda la vida. Me gusta venir a la misa y participar, en lo que puedo, que es poco, en las fiestas del Cristo. ¿Ha visto qué Cristo tenemos…?. Es mi tesoro, nuestro tesoro. Mi fuerza dice mientras se queda mirando a la imagen del crucificado que, como he dicho en otras ocasiones, podría desfilar sin desmerecimiento alguno en cualquiera de las procesiones de Cuenca . La fiesta de la iglesia era de eso, de iglesia y de misa porque, eso de dar caridad , ná de ná. Se celebraban con misa y eso, pero sin panecillos.
Le recuerdo lo que dicen desde el alcalde para abajo. Que antes de la llegada de la democracia, había telarañas que quitarse de encima. Eso pasaba sí, a los hombres le daban pescao y un vaso de vino y na más. Un trozo de pescao salado, bacalao ,y a las chicas, nos daban cacahuetes y nada más porque, beber, no bebíamos.
Carmen González, su prima, coincide en las mismas apreciaciones: daban bacalao a los mayores y vino y cacahuetes para los pequeños. Y cómo soplaban, cómo. Pero lo del Ayuntamiento no porque, mi padre, que era del Ayuntamiento, cogía huevos de mi casa para que se los comieran pero, los huevos eran de mi casa.
Es curioso que, Chillarón, sea el único pueblo de España que festeje el Día de la Iglesia. Pues sí, dice Carmen. Vino hace dos años el señor obispo y todo. Lo celebramos, sí, y ¿sabe de dónde viene la historia…?. Pues resulta que uno de los albañiles, cuando se construía la iglesia, se cayó desde arriba, del campanario, y cayó a una artesa de amasar, a un ziezo y no se mató. Desde entonces, celebramos esta fiesta. La celebramos porque se terminó la iglesia y porque no le pasó nada al albañil. Que me lo contó mi madre, ¿sabe?. Mi madre me lo contó.
A la espera de la comida, en la plaza del Silo, se sirvió un aperitivo cuando el sol ya había puesto tareas al aire frío de la mañana. Gente alrededor de las mesas y, otros, como Antonio García, en el interior de lo que será, si los poderes lo entienden, el Centro de Tecnificación de Espeleología. La Escuela en la que aprender las técnicas de escalada lejos de las adversidades del tiempo atmosférico.
Antonio García Soria, de 91 años, está emparentado con los García de Colliguilla y los Soria de Jábaga. Hombre me acuerdo del bacalo que repartían y del vino. Como éramos pequeños, nos chispaban. Sí, nos emborrachaban. Es una fiesta ya muy antigua. Fíjate los años que tengo y la he celebrado todos. Lo del bacalao ,lo aclaro, era para los chicos de 12 años en adelante . Cogíamos el bacalao y nos daban vino a ver si nos chispaban. Les daba gusto a los mayores, por lo que recuerdo. Eran las costumbres de entonces, claro y, eso, ha cambiado mucho. Tanto que, ahora, pues mire usté, aperitivos, poco alcohol aunque hay cervezas, la caridad…y la comida. Menuda comida y no como antes.
Antonio, sentado junto a su mujer, lleva un llamativo bastón trampa que, por un momento, me pareció similar al que llevan los Diablos de Almonacid. Representa una especie de diablo con el cuerpo alargado en el que agarra la mano. Lo he hecho yo todo. Con madera de mi casa. No es un bastón al uso porque lleva trampa porque, un día, con la bici, me salió un perro y casi me mata. Por eso no me separo de este bastó, me dice. El gorro es de madera de casa, lo otro de una aletilla de un animal y, los cuerno, son dientes de un jabalí que traía Gonzalo. Ya tiene sus años, sí. Tengo más cosas por casa. Muchas cosas pero ya no hago caso porque no tengo humor para ná. Salgo al patio y ahí me quedo, tomando el sol.
Es el Día de la Iglesia en Chillarón. Todo porque, allí, existía una antigua ermita junto al arroyo debajo del pueblo que, por una riada, vio resentirse sus cimientos por lo que se decidió construir una nueva ermita en el año 1776 localizada, hoy, en lo que es la sacristía de la actual iglesia. Años más tarde, don Frutos Mingote, cura párroco, piensa construir en 1839 una nueva iglesia aunque, económicamente, las cosas no iban bien siendo alcalde D. Fulgencio Ayllón.
En el mes de septiembre, y coincidiendo con las fiestas, convoca a los vecinos para tratar el tema de la nueva iglesia pero el problema es el dinero. Un vecino del pueblo, llamado Paulino González, se dirige a la multitud y propone que, entre todos los vecinos, aportando materiales y mano de obra, se comience a levantar la iglesia. Se forma una comisión encabezada por el Alcalde y el cura para presentar el proyecto al Obispo, don Jacinto Rodríguez Rico, quien les dice que él paga los albañiles. Y así, en enero de 1840, comienzan las obras en la que colabora todo el pueblo finalizándolas el 21 de febrero del año 1841.
Pues así, desde ese año, cada 21 de Febrero (aunque la fiesta es movible al fin de semana más próximo), el Ayuntamiento de Chillarón celebra, con todo el pueblo, la Fiesta de la Iglesia. Porque se terminó su construcción y porque, como dice Carmen, un albañil se salvó milagrosamente.