Me gustó la reflexión de Lola García cuando titula «me voy p’al pueblo» y refleja cómo y por qué uno se siente unido a las raíces de nuestro origen cuando está en algunos de nuestros pueblos donde nacieron padres, abuelos o bisabuelos. Es muy bonito cuando regresas a tu lugar de «querencia» y compartes por sus callejas, la conversación de las gentes -curtidos en años- el olor a cocina rural, las rosquillas de sartén o el simple hecho de oír tocar las campanas de la iglesia parroquial. Todo tiene otro sentido.
Cañete, es el lugar originario de mi gente; es el lugar donde correteé de niño y luché a brazo partido en sus murallas y en su castillo -tal cual fuera El Jabato o Robín Hood, mis héroes preferidos-. Allí me salió el bigote, sorteé la mili, bailé en la Santa Águeda y me disfracé, año tras año, en las fiestas patronales mientras las vacas y los novillos de Mora retozaban en la plaza de carros. Dormía en el Calvillo, en la banca de mi abuela Julia, y corría por las eras del tío Maximino, por eso, Cañete es mi pueblo y como tal, lo siento.
Y dicho esto, me toca ahora, explicar el motivo de esta columna de opinión. Resaltar cómo en tiempos de pandemia, el Ayuntamiento junto a las Cofradías de la Virgen y del Señor, han decidido exponer sus imágenes en la ermita extramuros de la Virgen de la Zarza, lugar donde años tras año, se cantan los Dolores, o se produce el Encuentro mientras esperan los Judas en las calles para vapulear a todo el valiente que por allí pase.
Por eso, una magnífica «puesta en escena» nos espera a todos cuantos la visitemos. En ese lugar santo donde nuestra patrona ha rendido y rinde honores, bendice al pueblo serrano y escucha el sonido del agua en la chorrera del Pozo de la Horca, nuestras imágenes semanasanteras nos contemplan, colocadas en sus andas y dispuestas a recibir la imploración o la simple admiración de los devotos o de los interesados en su visita.
Te recibe en su hall, la Borriquilla, un complejo imaginero traído de los talleres valencianos de Rabasa, comprado en los albores del la década de los años cincuenta cuando el fervor popular era intenso y el Sagrario al ritmo del velón -hachón conquense- y la ánfora de flores. Entras, y a la izquierda, los instrumentos musicales provocan la sintonía que no escuchas pero que sientes, donde las carracas están en primer plano, aquella misma que se oía en la «Noche de Tinieblas» cuando el cielo rasgaba la muerte y luego la Resurrección.
Continúas en tu procesionar y llegas al Nazareno de Marqués Amat, especial imagen, que comprase el Jesús del Puente de Cuenca en el 1940 y que llegase a Cañete para mantener el espíritu de los fieles más devotos; después la Dolorosa, imagen de corte sereno, místico y sencillo, pero intenso en su lacrimear con ese manto que bordasen las monjitas de la Puerta de Valencia en Cuenca. Entre medias, nazarenos con capuces y túnicas, cordón al cinto, custodiando cada Paso. Ahora ha nacido ese grupo de «Costaleros» dispuestas a llevar sobre sus hombros cada peso de cada paso. Continuando, la Virgen de la Zarza con su mantilla en sufrimiento compungido por el dolor de la muerte de su Hijo, Señora de toda la villa, talla medieval del siglo XIII, de corte románico en madera policromada y ahora, vestida con sus atuendos de maravillosa presencia. Al fondo, el palio cubre y recuerda el paso por sus calles en cada procesión de una Semana de Pasión que lleva dos años sin poderse realizar.
En la parte de la derecha, el Sagrado Corazón de Jesús, obra financiada por la familia Muro Charfolé te advierte que colgado del Coro está el pelele, ese «Judas» que con tanto ahínco se hace en la noche del sábado al domingo de Resurrección para vapulear a todo «bicho viviente». Luego, el Sepulcro, obra de buena y cuidada hechura, realizada en los talleres alicantinos y adquirida por la parroquia en la década de los sesenta para recuperar su lucimiento en noche de dolor y muerte.
Sigue El Cristo y la Cruz Desnuda de Jerusalén, sin olvidar que cada momento tiene su encanto y su dolor, para que los nazarenos vestidos y sentidos, con capuz de colores diferentes, sirvan al pueblo, mientras las imágenes diminutas para niños, sigan cerrando este sentimiento pasional de Museo para un pueblo serrano, servidor de tradiciones y adornado de sentimiento popular y costumbrista.
De verdad, admírenlo, porque Cañete, bajo su puerta de la Virgen y su Fuente de la Trashumancia, la que adorna con figuras del Paisaje Ilustrado, refresca el ambiente mientras en La Torreta, el Sagrado Corazón de Jesús, te invita a visitar este lugar lleno de generosidad y buena gastronomía, riqueza de espíritu y gentes excelentes, llenas de vida y dispuestas a superar pandemias con esa templanza que tienen los serranos en nuestra Tierra de Cuenca.
Por Miguel Romero Saiz. Cronista de la villa de Cañete