La fuerte ventisca que levantaba polvo de nieve en La Zomatilla, donde los caballos y yeguas de siempre recordaban un rebaño de rapa das bestas y los buitres van a lo suyo, barruntaba lo que realmente encontré el día de La Candelaria. Unas calles del pueblo convertidas en trampa perfecta para los que no sabemos patinar en el hielo. Es que no quieren echar sal para que no se estropee el adoquín, me dijo una vecina al tiempo que recordábamos que, tras la misa de La Candelaria, dos personas se habían caído por culpa de la placa de hielo que cubría la entrada al atrio de la iglesia desde El Altozano. Pero es que, como digo, todas las calles estaban más o menos igual. Había que ir con los pies a tientas si querías evitar lo peor y agarrarse a los canalones de ciertas esquinas para poder doblarlas este día de las candelas, el de la Purificación de la Virgen. O quizás, por eso, no echaron sal en las calles porque, así como ocurre con la leyenda popular de que unos personajes estrafalarios (diablos, morraches o botargas) acompañaron a la Virgen llamando la atención de las gentes para que, ella, pasara desapercibida y no sintiera vergüenza al ir al templo, pues cabría pensar que con las calles así, la gente no saldría de sus casas a participar y celebrar su fiesta local pasando, así, desapercibida La Candelaria cosa que no ocurrió porque, en la iglesia, estábamos muchos.
Don Toribio, el cura, que ya lleva sus años en Las Majadas, recordó al inicio de su homilía a Miguel Araúz, al que enterraron ayer. Alguien, un día antes, había escrito en una de esas redes sociales que las personas buenas siempre quedan en el recuerdo mientras que, las falsas y malas, pasan rápidamente al olvido dejando un aliviado descanso. Algo así vino a decir don Toribio: Las cosas buenas tienen que seguir vivas. La fiesta, esta fiesta, sigue viva gracias a vosotros porque, si cuando vine ya estaba, fijaos la de tiempo que hace que se celebra. Esto es tradición y, por eso, sigue viva. Los antepasados la hicieron y nosotros continuamos siguiendo la tradición y haciendo historia en Las Majadas a pesar del frio, la nieve y el hielo que nos ha impedido sacar en procesión a nuestra Virgen dijo don Toribio poco antes de que, aprovechando la presencia de Francisco Javier Domenech, diputado provincial de Cultura, diera a conocer una noticia que, en día tan señalado, daba luz restauradora al futuro del retablo y artesonado.
La Diputación restaurará el retablo del año 1618 y el artesonado de la iglesia
Terminada la misa, a petición de don Toribio, Francisco Javier Doménech, diputado provincial de Cultura, tomó la palabra en la misma iglesia para transmitir el saludo del presidente, Benjamín Prieto con el mensaje de que, pronto, será una realidad la restauración del retablo y del artesonado. La obra se contempla dentro del Plan de Restauración de Obras de Arte que pusimos en marcha el año pasado, con el que ya hemos actuado o lo haremos en breve en los retablos de Portalrubio de Guadamejud, Gascueña, Valdemoro del Rey, Parra de las Vegas, Montalbanejo y Hontanaya. Retablos a los que se va a sumar el de Las Majadas. La restauración se hará, en un principio, atendiendo a la disponibilidad presupuestaria pudiendo llevarlo a cabo en una, o dos fases, teniendo que aportar el 25 por ciento del coste la parroquia y el 75 por ciento, restante, la Diputación Provincial. La intención del presidente, Benjamín Prieto, es que la restauración se va a tramitar cuanto antes teniendo en cuenta que, el retablo, es del año 1618. A ver si podemos hacerlo completo o en dos fases, terminó diciendo el diputado de Cultura ante los vecinos al tiempo que aclaraba que, el artesonado, va por otro camino al tratarse de un convenio entre Obispado- Diputación con una inversión total de 16.000 euros.
Se trata de una serie de actuaciones que, por serlas, han hecho que la Diputación Provincial de Cuenca sea de las que más invierten en toda España. Una apuesta de futuro que se mueve, entre otras, en estas recientes direcciones: patrimonio arquitectónico (castillos y fortalezas) con el de mejoras de obras de arte, y el Serranía en Vía en el que se ha invertido más de 2 millones de euros recuperando las antiguas estaciones de la línea Cuenca-Utiel, con el fin de darles uso y poner en marcha un plan turístico que dinamice esa zonas, dijo Doménech tomando el chocolate en el atrio de la iglesia, una vez terminada la función religiosa.
La Candelaria
Susana Fuentes Arcos, del pueblo, aunque el ora y el labora lo tiene en Madrid, dominaba (por ser la madrina de la fiesta de este año) un espacio ante la patrona del pueblo en el que había depositado la torta o tarta, que sería subastada al final de la misa. Iba de riguroso negro y con mantilla recordando, así, a todas las madrinas que lo han sido antes que ella. Desde la tía Nicanora en los años 50 como me recuerda Jesusa, madre de Susana, hasta su hermana Rebeca hace un par de años. Soy madrina por primera vez, dice Susana, aunque fui “pichonera” de niña pero, madrina, no.
La torta ha quedado puesta sobre una tabla que descansa entre los banzos anteriores de las andas de la Virgen mientras que, los pichones, o palomos, están en el interior de una cesta forrada de tela a la que han hecho un par de agujeros por donde asoman sus cabezas. Palomos que tiene que devolver porque son prestados. Esta fiesta, La Candelaria, tiene un peso familiar grande en mi casa. No es que sea una fiesta muy grande, como la de Septiembre, pero siempre la hemos celebrado muy bien y, por eso, si hiciera falta, pues seríamos madrinas otra vez porque, no sé si lo sabes pero, la madrina, puede repetir cuantas veces haga falta, aclara Susana.
La de La Candelaria es fiesta de mujeres. No tan arraigada como la de Santa Águeda pero casi. Claro, es fiesta femenina. Simboliza la Purificación con lo que ello conlleva. Por culpa del hielo no hemos tenido procesión pero, de haberla habido, hubiéramos llevado a nuestra Virgen las mujeres.
El papel de la madrina en la fiesta, tiene mucha relación con la familia. La madrina, lo que hace en colaboración con la familia, es entregar la tarta porque, días antes, son los niños del pueblo los encargados de vender las rifas para su posterior sorteo al final de la misa. Lo que se saca, va para la iglesia. De esa forma, ayudamos un poco a reconstruir lo que parece que va en buen camino: el retablo y el artesonado. Pero, además, la madrina organiza la fiesta y elije al niño o niña que la acompañará con los pichones siendo, en esta ocasión, mi sobrina Sofía aclara, porque no deberá pasar de los tres años. Y, por si fuera poco, tendrá que invitar al personal -que ha ido a la iglesia- a chocolate caliente con bollería, y a uno o varios vasos de zurra en el atrio de la iglesia en el que se echaba de menos la hoguera (“el castillo”) del mes de Mayo.
Retratos con Historia
En el otoño del 2014, la Diputación Provincial de Cuenca publicó su libro de relatos, “Flores Amarillas”. Un libro cargado, como ella decía, de presente porque hablaba de aquello que le da sentido a la vida: el amor y la muerte. El primero por engrandecerla, la segunda por hacerla finita y, por ello, más valiosa. Y, ¿ahora?, “Retratos con Historia”. Se trata de un proyecto, ya terminado, que he llevado a cabo con José Ignacio de Frutos, fotógrafo, muy bueno, ha trabajado en moda y también por estos lares. Me propuso el proyecto hace años, cuando me encontraba en el bache emocional de la pérdida de mi padre y, tras un tiempo, ahí está. Es una serie de retratos en el que, cada cual, lleva un relato. Hemos creado una especie de mundo, de personajes dispares, excéntrico, loco, un poco de todo. Tiene un componente macabro, distinto al de Flores Amarillas que editó la Diputación a la que estoy muy agradecida. Eran relatos más locales, ambientados incluso en lugares como este y con personajes a la medida del escenario en el que viven. Este otro es más urbano aunque se pueden identificar, también, cosas muy locales.
Retratos con Historia. Un libro sobre la vida, la contradicción y las circunstancias escribe Susana Fuentes a un supuesto editor a modo de presentación del nuevo libro. Pasiones, infidelidades, matrimonios rotos, viudas negras y hasta un terapeuta que construye en su cabeza un amante a su medida. Hijas que, en el culmen de su trayectoria profesional, sienten vergüenza de la madre que friega en el bar. Un libro sobre lo que pasa sin enterarnos y que cambia nuestras vidas, sobre el inevitable final, sobre lo cotidiana que es, sin quererlo y sin saberlo, la vulgar muerte. Un libro que verá la luz antes de que las nieves, del próximo invierno, dejen folios blancos para que puedan ser escritos.