A La Vega, a Vega del Codorno, hay que ir en cualquier época del año y no porque, cerquita, esté el nacimiento del río Cuervo que lo está, claro. En verano, flotarás en su ambiente cuando sus alrededores sudan buje y las aguas del Cuervo cortan cutis poco aptos para neveros. En otoño porque, a la primera de cambio, le sacas los colores a guillomos, avellanos, tilos, alrovinos, majuelos y sargazos bien cerquita del lugar en el que, los hermanos Cardo, guardan su ganado trashumante que toma camino en los primeros días de noviembre y, por ahondar más, cerca de La Tejera de Luis en donde sus patatas con níscalos te ponen de nuevo en el sendero. El invierno te atrapa y congela ideas que, antes, humedecían ambientes de sabinas, acebos y tejos con bayas a reventar. Queda la primavera del deshielo y del eterno devenir en una tierra acostumbrada a trillar dificultades porque, de por sí, ya es difícil su hábitat disperso convertido en un pueblo río lleno de barrios separados, unos de otros, por al menos un kilómetro. El Perchel, Los Perales, El Molino, la Cueva, El Puntal, Collado, Gregorietes, Eustaquios, Chorretas, Los Demetrios y el Tío Miguelete son los barrios que se distribuyen como a «pellás» en Vega del Codorno a unos 1.450 metros de altitud pero rodeados de alturas mayores que la cobijan.
Érase una vez hace 52 años.
Es que, antes, esto dependía de Tragacete y la gente venía aquí a llevar a cabo sus tareas. A sus huertos, con el ganao y, claro, poco a poco fueron construyendo sus chozas, pajares y corrales hasta que en 1925 se independida dejando este montón de barrios con los nombres de los colonizadores, dice Eladio Maeso que fue alcalde de Vega del Codorno durante varias legislaturas. Aquí estuvieron censados unos 600 habitantes hasta los primeros años de los sesenta en los que la gente emigró a Valencia, Madrid y Barcelona dejando esto más liso que una parva, añade. Y es que no hay gente joven. No hay mozas y la edad media blinca los cincuenta años dice Eladio.
A mitad de los barrios, en el de la Cueva, destaca una gran oquedad a la que se llega a través de una senda serpenteante iluminada por las bombillas de unos postes que lo jalonan de principio a fin. Una vez arriba, al margen de la escenificación, se abre la auténtica cueva que, en época de sequía, se puede explorar hasta un lugar en el que quieras o no, hay que escalar. Eso sí, después de haber pasado tramos con agua hasta el ombligo que te mantiene la boca abierta a grito pelao porque vamos con lo puesto.
Llevamos haciendo el Belén unos veinte años. Es que, antes, cada barrio celebraba su navidad hasta que al cura y al secretario se les ocurrió la idea de llevar a cabo una celebración conjunta que se plasmó en esto: el Belén Viviente, aclara Eladio. La ropa la hacen ellos mismos, los familiares de los niños o utilizan los trajes de los abuelos y, así, vamos tirando.
La tía Antonia
Antes de subir a la cueva conocí a la tía Antonia que partía leña con un hacha a la puerta de su casa. Hasta ahí todo normal si no fuera porque, la Antonia, era la más vieja del lugar. Había pasado ya los noventa años.
Parto la leña porque tengo frío. Es que el que la tenía que partir (la leña) se ha ido con ustés pero, ya vé. Yo me encuentro fuerte y nunca le he tenido miedo ni a los templaos ni a los destemplaos. Pero ahora ha caído encima de mí el “potaje” porque no puedo tenerme.
La tía Antonia nació en el barrio que hay más abajo y se dedicó a cocerles a tos los desgraciaos del mundo porque, ahora, somos tos riquismos, ¿sabe usté?. Entonces había que cocerles el pan a los gancheros porque estaba el río Tajo lleno de gancheros con el agua hasta aquí, dice la tía Antonia señalando la cintura. Y cuando segábamos, ni cuento. Pero ahora estamos tos riquismos. ¡Qué lástima!.
Dice que iban en mulos a llevarles el pan a los gancheros. En machos buenismos que ya no quedan, dice. Ni mozas guapas como las de antes aunque ahora van como espejos, ¿no se ha fijao usté?. No hacen más que mirarse a los espejos y darsen por aquí y por allí todo lo que pueden pero, los mozos de aquí, no van a encontrar ninguna…
Como puede, va juntando palabras que describen claramente la situación real de La Vega actual y de la de sus años mozos. Es que antes no había buena vida e íbamos comíos de mierda hasta las orejas y ahora, nos lavamos la camisa tos, tos, tos. Es más, ahora se me ha bajao la pez al culo y ya no soy ná.
Todo lo que cuenta se refiere a su mocedad, antes de casarse. A los bailes que eran grandismos porque ahora, tos son valses. Bailábamos con la vihuela, las ocas, las jotas, las seguidillas, valseábamos y había un hombre, el tío Claudio, que tocaba las geringonzas: “estas son las geringonzas del fraile, estas son las geringonzas. Salga usté que la quiero ver bailar y danzar y dar vueltas al aire”…
Al novio no se arrimaba, dice, y el novio a ella, tampoco. Nos veíamos cuando Dios quería y como no había luz, nos alumbrábamos con los ojos. ¡Miá que pacencia me está viendo!, cuando tenga usté mis años, no valdrá más que pa cagarse sentao como yo ahora.
El Belén viviente
Julián Maeso dejaba resbalar sus dedos por el teclado del acordeón nada más iniciar la subida a la cueva. Tan pronto era Rin Rin con sus remiendos como el villancico de la Vega que cantaba como nadie la Antonina: “esta noche es Nochebuena y no es noche de dormir, que ha parido la tía Chana un gorrino jabalí. Esta noche es Nochebuena y no es noche de tostones, que ha parido la tía Chana una espuerta de ratones”.
Sin darnos cuenta dejamos atrás la fuente de los tres caños y, entre villancico y villancico, llegamos a la gruta: una gran oquedad kárstica muy bien iluminada gracias una gran hoguera alimentada por buje. Los niños actores, colocados en lugares estratégicos de la gruta, esperan la llegada de San José (Fernando) con la Virgen que va a lomos de un mulo. Los niños actores del año 1986 son estos: Laura que hace de ángel, Ana Isabel de Virgen María, Nuria, Mari Luz, Fátima y David que son los pastores, Nuria de narradora y Fernando Andrés de San José.
Nada más terminar la lectura del evangelio, comienza la representación del Belén Viviente que, ese año, cumplía 30 años.
Virgen.- Llegó el ángel y me dijo, salve, llena de gracia, el Señor está contigo, Darás a luz un hijo al que pondrás por nombre Jesús
Narradora.-El emperador mandó un empadronamiento general de todo el imperio y José, por ser de la familia de David, tenía que ir a Belén. María, que fue con él, esperaba a un niño.
José.-Cuando me enteré del empadronamiento, preparé todo y salimos hacia Belén. El camino fue fatigoso pero María sonreía con una paz…
Belén estaba lleno de gente, dice la narradora, y en un pueblo tan pequeño resulta difícil hospedar a todos los llegados y mucho más si son pobres. Por eso, José, buscó otra solución.
José.- Salimos a las afueras del pueblo y encontramos una cueva, limpié, hice lumbre y preparé una cama para María saliendo después a buscar leña.
Cuando regresa José con un haz de leña, se encuentra con María que tiene al Niño Jesús entre sus brazos.
María.-¡José, ha nacido el Niño!
José.- María lo tenía en brazos y parecía un rayo de sol que brillara entre tinieblas. Lo envolvimos en unos pañales y lo reclinamos en un pesebre. El ángel nos dijo que se llamaría Enmanuel, Dios con nosotros.
Narradora.- Cerca de la cueva había unos pastores guardando sus ovejas y, de pronto, vieron un gran resplandor
Pastor.- La luz nos envolvió y estábamos muertos de miedo
El Ángel, desde un saliente rocoso dice: no temáis. Os traigo una buena noticia pues ha nacido hoy el salvador en la ciudad de David. Esto tendréis por señal. Encontraréis a un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre.
Al instante, dice el narrador, se juntó una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en las alturas
Pastores.-No sé Niño hermoso que he visto yo en ti, que no sé qué tengo desde que te ví. Nos ha nacido la alegría, pastores, nuestra vida ya tiene sentido.
Pastores.-Nació en Belén, pastores,Jesús, el Niño hermoso, vayamos presurosos, vayámosle a adorar.
A la gruta llega más gente para postrarse ante el Niño Dios.
Pastores.-Jesús es nuestra guía, nuestro maestro. ¿A dónde vamos a ir?. Si con Él vivimos, viviremos con Él. Si con Él morimos, moriremos con Él. Ahora, pastores, vamos a ofrecerle lo nuestro. Presentemos las ofrendas.
El niño Jesús, el más pequeño de Vega del Codorno, llora a pesar de los mimos de su madre real en medio de un ambiente lleno de amarillos por culpa del fuego y de la iluminación que, aunque pobre, cumple de sobra las expectativas previstas.
Le llevan al Niño lo que pueden mientras, el resto de la gente, se dispone a besar –ahora sí-, la imagen pequeña del Niño Jesús mientras cantan villancicos. Y es que los chicos de La Vega, en ese año de 1986, lo bordaron en una noche sin estrellas porque, la niebla, ponía vendas en los ojos.
Aun sin quitarle la razón a lo que dice Eladio, La Vega del Codorno surgió por la venta de una dehesa por parte del Ayuntamiento de Cuenca y que compraron varias familias, como los Ochandio. Probablemente el origen más antiguo de los barrios tienen que ver quienes los compraron. Cada familia se instaló en su terreno, de ahí los barrios separados y sus nombres.