Ágora es de esas asociaciones que sirven de foro de encuentro y especialmente, de reflexión, donde expertos en múltiples disciplinas “ofrecen su relicario intelectual” para que los interesados –hombres y mujeres- asistan con la voluntad de reencontrar un punto de inflexión en una sociedad repleta de mecanismos contrapuestos. Y digo bien o tal vez, lo diga mal, porque en la actualidad ya no existen mecanismos sociales como nosotros los entendemos porque los problemas en la actual sociedad se suelen resolver en las necesidades inmediatas a las cuales se abocan las interacciones. Las normas, por ejemplo, surgen de lo normal, de lo conocido de la experiencia, del estatus social, del dominio de las situaciones o de las prestaciones no pagadas –y todo esto de manera inintencionada-.
No quisiera filosofar porque no soy filósofo ni lo pretendo –y eso que esta materia es la que más me atrae-, simplemente pretendo con este artículo, resaltar la ponencia que el hispano-cubano-sueco, profesor Juan Parera López ofreció en la tarde de este lunes, en el espacio que Jesús Mateo ofrece para que Ágora como foro de comunicación y encuentro pueda llevarse a cabo.
Y es que, en un alarde de brevedad, compromiso y síntesis, expuso ante un público que llenaba la sala, su particular y acertada visión de la Matemática y el Lenguaje, como vínculos de existencia primaria en un qué saber o qué entender: si fue antes el número o la palabra.
La tradición no necesita mecanismos de estabilización. Su diferenciación sucede en el transcurso lento (no histórico y no necesariamente causal) unido al desarrollo de un proceso civilizatorio en diversos planos de complejidad: acciones particulares, roles, sistemas parciales de una sociedad.
Por eso, el profesor Parera hizo una descripción pormenorizada y sobre todo, justificada del lenguaje matemático, desde el mismo momento en que el ser humano será capaz de discernir y no solo en la evolución humana para adaptar un cerebro a las necesidades de aprendizaje, sino en cuanto a valorar los signos numéricos como primer escalón en esa escalera del conocimiento. No solo el Neolítico entró en acción, sino los sumerios y tierras de la Mesopotamia entre ríos, sin olvidar que cada etapa de la historia fue marcando, paulatinamente, el uso de su disección entre acción, cerebro y mecanismos de adaptación. Entre el público, siempre activo, los términos “bondad” y “conceptuación del tiempo” como premisas de diferenciación entre el animal y la persona, mientras el coloquio cristalizaba en la canalización de esa matemática –valor científico como clave de desarrollo y evolución- y el lenguaje, sin haber entrado de lleno en algo que el doctor Parera siempre ha valorado: la significación del Arte como punto de interacción entre la Ciencia matemática y el Lenguaje científico.
Y mi admiración, especialmente, en esa capacidad de síntesis que supo demostrar en una ponencia ajustada en tiempo y forma. Conceptualizar es difícil, pero desmenuzar el concepto y adaptarlo a la “sapiencia” de un auditorio multiplural es todavía más complicado, y sin embargo, este cubano enconquensado lo hizo fácil, sino cumpliendo las normas de la ética filosófica, sí bajo los parámetros de la escuela de Kant cuando entiende que el hombre es un ser autónomo, que expresa su autonomía a través de la razón y la libertad. Excelente conferencia.
Y no quisiera dejar de lado, lo que abría la tarde de este lunes. Cierto es que los conquenses no somos dados a ensalzar, corresponder, reconocer u homenajear en vivo a nuestros “socios”, “amigos”, “colegas”, “convecinos” o “paisanos”, más bien, nos gusta criticar su labor, su éxito o su trabajo, más que nada, porque la envidia suele ser mala consejera. Y, sin embargo, en la última sesión de Ágora, un grupo de personas –tal vez más leales al sentimiento que al conquensismo-, amigos y deudores de agradecimiento, supieron estar a la altura de lo que poco se lleva: reconocer la gran labor y la generosidad de un hombre que en su persona encierra términos como filantropía y humanismo, porque aúna valores casi perdidos en la sociedad actual: el respeto, el tesón y la solidaridad; apostando por enriquecer sus mecanismos sociales con su trabajo y su pasión.
Reconocer que ayudó a desarrollar la cultura en Cuenca –en sus etapas de dedicación política- y reconocer que supo estar a la altura de la demanda social en sus postulados de visión de futuro, es fácil; pero, también reconocer sus cualidades humanas, si cabe, es más fácil todavía. Por eso, Jesús Mateo Navalón recibió de un grupo de tertulianos, amigos y asistentes, un aplauso más que merecido y un pequeño recuerdo de que “no todo el mundo es igual”, afortunadamente, para que las sociedades puedan crecer, no solo en economía sino en intelectualidad y bondad.
Por Miguel Romero Saiz