Invitado por la Real Academia Conquense de Artes y Letras, hace unos días viajé a Cuenca para dar una charla sobre ese grande de la música, Segundo Pastor, tan querido y admirado en vida por aquellos ambientes. La conferencia, digamos que no fue un éxito, al menos de asistentes, no más de medio centenar; si bien, el viaje se vio sobradamente compensado con ese par de horas anteriores a la charla, que me permitieron disfrutar de la ciudad de mis años jóvenes, tan igual y a la vez tan distinta de la que yo viví.
Hablo de la ciudad de los años cincuenta; tiempos de escasez, donde la juventud estudiante nos preparábamos en un intento de abrirnos camino para el futuro y lo que menos solía contar era el dinero, sencillamente porque no disponíamos de él. Fueron los años en los que la Cuenca de nuestros amores fue descubierta como pequeño paraíso para el rodaje de películas, novedad en la que los estudiantes tuvimos algo que ver y se contaba con nosotros para actuar de extras a cambio de unos cuantos duros. “Calle Mayor”, de Bardem, apenas si contó con nosotros, solíamos disfrutar, no obstante, viendo pasear por Carretería a los actores como unos ciudadanos más: José Suárez, Betsy Blair, Manuel Alexandre, y tantos otros de segunda fila se adaptaron muy a su gusto al ambiente de la pequeña ciudad. Algo después sería “El Príncipe Encadenado”, versión libre de “La vida es sueño” de Calderón, la que precisó de una importante cantidad de extras, que en la Ciudad Encantada actuamos, unos a pie y otros a caballo, repitiendo escenas junto a Javier Escrivá, María Mahor, Luis Prendes y otros de conocido renombre, hasta que la cosa quedaba al exquisito gusto del director, Luis Lucia, amante de lo perfecto y con un genio susceptible de mejora.
Cincuenta años después he tenido ocasión de vivir, durante sólo unas horas, en el mismo escenario de aquel otro felizmente recordado tiempo. La ciudad es la misma: singular, sugestiva, extraordinariamente bella, Patrimonio de la Humanidad con pleno merecimiento. No conocí a nadie. Me sorprendió como una contrariedad notable la desaparición del Café Colón, enseña de la ciudad en pleno centro. Pienso que debo vivir aquel ambiente de juventud con mayor frecuencia; no me resultaría nada costoso Somos nosotros a los que el correr del tiempo nos ha hecho diferentes.