Me cuento entre los profesionales de la enseñanza que en su momento, y aconsejado por la propia experiencia, se opuso a la educación de alumnos y alumnas en una misma clase arguyendo razones puramente pedagógicas. Tuve que sucumbir en el empeño y aceptar de mal grado lo que desde instancias superiores, fuera de toda lógica, y echando por tierra con manifiesta irresponsabilidad lo que durante siglos -desde Herbart, pasando por María Montessori, Ovidio Decroly, Víctor García Hoz, y por los más notables maestros que ha dado la historia desde que la Pedagogía adquirió la categoría de ciencia- se había considerado como un importante avance en la educación de niños y jóvenes a la vista de los resultados.
El empuje feroz de lo novedoso, orientado por doctrinas cuya finalidad no es otra que la de convertir el mundo en un erial, y a partir de ahí trocarlo en una utopía ajena a todo valor y huérfana de perspectivas, de la cual los resultados ya se comienzan a vislumbrar en la sociedad de occidente, y muy especial en España, donde al final, y si antes no se le pone remedio, resultará imposible vivir, que es lo que en realidad se pretende.
Parece ser que en algún país de la tierra han empezado a tomarse en serio la educación de sus niños y jóvenes. No ha sido en España precisamente, como cabe pensar, sino en los Estados Unidos de América, a cuyos colegios y universidades aspiran llevar sus hijos los grandes potentados y no pocos de los políticos españoles que rigen nuestro destino, en busca de una educación de mayor calidad que la nuestra.
Pues bien, precisamente en USA están poniendo en práctica un modelo de educación distinto, creando hasta medio millar de escuelas públicas de educación diferenciada por sexos en las que niños y niñas, por un hecho tan simple como el de ser distintos, no sólo en lo físico, sino también en lo intelectual y en el desarrollo de sus aptitudes y apetencias, precisan de unos sistemas de educación diferentes, adaptados a las particularidades de cada uno, materia ésta en la que desgastaron su cerebro muchos investigadores del pasado, y que con el nombre de Pedagogía diferencial, ha venido constituyendo para estudios posteriores un capítulo de trascendental importancia dentro de las Ciencias de la Educación, y cuya ausencia en la formación integral de niños y jóvenes podría ser de fatales resultados al cabo del tiempo.
Estos razonamientos, que de manera formal preocupan muy seriamente a los padres americanos, tanto que a la vista del fracaso escolar de sus hijos varones han optado por ponerle urgente remedio, en Europa, y muy particularmente en esta España de nuestros pecados, suena a aberración, hasta el punto de que cuesta trabajo y produce cierto rubor exponerlo públicamente, aun en mi caso -docente experimentado y por tanto convencido-, con y sin educación diferenciada en mis clases durante muchos años.
Somos obstinados y quiero confiar en que algún día no paguemos las consecuencias. ¿O ya lo estamos haciendo?