Cada Navidad vengo observando un fenómeno que se ha instalado entre los católicos. No hay que volver muy atrás en el correr del tiempo para comprobar que en Navidades no muy lejanas eran de carácter religioso la inmensa mayoría de las tarjetas de felicitación, los mal llamados crismas, que solemos recibir y enviar por estas fechas. En este momento son mitad y mitad, por cuanto a temática religiosa o profana, las felicitaciones navideñas que me han llegado a casa durante los últimos días, contando con que en mis relaciones de amistad suelen ser personas de clara inclinación cristiana las que predominan, y, por tanto, las que me escriben y a las que siempre procuro corresponder.
Por otra parte, me he dado cuenta de que no resulta fácil encontrar tarjetas de felicitación con motivo religioso en una cantidad suficiente como para cumplir con los compromisos que cada año se presentan, a no ser que optes por aceptar esos lotes ya preparados en los que son mayoría las escenas y los dibujos alegóricos a la Navidad que, ni remotamente, tienen algo que ver con el hecho histórico del nacimiento de Cristo.
De que esto suceda somos los consumidores los principales culpables, los que pasamos por los establecimientos y adquirimos, casi siempre a precios abusivos, lo que nos quieren dar. En esto como en todo debiera privar la demanda sobre la oferta, de manera que si nos negásemos rotundamente a comprar ese tipo de tarjetas navideñas de carácter laico, que como tantos detalles más contribuyen a paganizar estas fiestas, por simple sentido comercial dejarían de editarlas, y como consecuencia terminaríamos de recibir en nuestros domicilios esas cartulinas ajenas a tan esperado y tan noble acontecimiento que, cuando menos, dejan en cada uno el amargo sabor de lo indebido.
Entrar en esa rueda de irreligiosidad que se nos intenta imponer con tanto empeño, y que va penetrando a través de la piel del alma en los ambientes cristianos, exige de nuestra parte un mínimo de responsabilidad. Las cosas son así, pero es preciso hacer lo posible por que no lo sean, al menos en la medida de nuestro alcance. Los católicos siempre tenemos algo que decir y algo que hacer en este mundo en el que nos ha tocado vivir. ¿No será que sentimos vergüenza de manifestarnos como tales? Aquella frase lapidaria de Cristo que aparece en la Escritura: “El que me negare delante de los hombres, será negado ante los ángeles de Dios”, que a menudo nos golpea en la conciencia, conviene recordarla, ahora también.