El título está sacado de una estrofa muy conocida. Su autor fue un poeta y filósofo catalán del siglo XIX llamado José María Bartrina. Después la ha empleado Sánchez Dragó como título de uno de sus libros. Es una frase cainita, que al leerla produce resquemor en los rincones del alma, precisamente por lo que tiene de verdadera.

Los españoles llevamos con nosotros una tendencia a infravalorar lo nuestro. Estamos hartos de comprobar con qué naturalidad y con cuanta frecuencia menospreciamos los valores propios de nuestra traza. Nuestra literatura, nuestra historia, la variadísima y riquísima gastronomía española, nuestros usos y costumbres heredados, rara vez figuran a la cabeza en la lista de nuestras apetencias, hasta que salimos al extranjero o aparece el forastero de turno y nos abre los ojos.
No es esto así entre todos nuestros compatriotas ni en todos los lugares de España, aunque con mayor o menor profusión y en distinta medida, se advierte en cualquier retazo de la ancha piel de toro. De esos valores innegables por los que no mostramos un especial afecto, tal vez sea el idioma el más perjudicado. Rico en vocabulario, flexible en formas y matices, avalado por una literatura siempre en primera línea desde hace más de diez siglos, nuestro idioma está perdiendo una parte de su calidad pretérita por el uso indebido entre muchos de los hablantes y escritores españoles, bien por la frivolidad cuando se habla o escribe, bien por la tendencia a emplear con demasiada frecuencia palabras innecesarias, procedentes de otras lenguas, mientras vamos dejando las nuestras enterradas en la tumba de lo que no sirve, al tiempo que nos esforzamos por aprender y emplear términos importados, más pobres en contenidos y en matices que los nuestros.
El español que se habla en América está mucho menos contaminado que el que regularmente empleamos en España, incluida Castilla. Los hispanoparlantes de al otro lado del Atlántico son más fieles y respetuosos con nuestra lengua que lo somos nosotros. Muy pronto perderemos, si no lo hemos perdido ya, el privilegio de ser el país con más hablantes en lengua española que existe en el mundo. En los Estados Unidos andan pisándonos los talones y nos superarán dentro de poco tiempo, algo realmente admirable. Mientras tanto nosotros a lo nuestro, erre que erre.
Fue preciso que la Selección Española de Fútbol consiguiera el título más importante que existe en el planeta, para que volcásemos hasta lo indecible el delirio patrio sobre algo nuestro. Fue un flash momentáneo, no permanente, que algún día nos hundirá el ánimo en la más dolorosa de las decepciones. Así pasan las glorias del mundo.
Perdóname, amigo lector; retiro la palabra flash, que es un anglicanismo. Ahí te dejo otras opciones que seguramente entenderás mejor: fogonazo, ráfaga, destello, fulgor, por ejemplo. Soy de esta tierra y me gusta hacer uso, siempre que tengo ocasión, de nuestras virtudes más comunes; pero también participo de los mil defectos que nos caracterizan. ¡Qué difícil resulta aconsejar, cuando no se predica con el ejemplo!