Hace años comentaba el Dr. Herrera Casado, cronista provincial de Guadalajara, una noticia interesante en la que se daba cuenta de un hecho laudable, e insólito para aquellos tiempos, como lo fue la apertura de un nuevo museo de arte en plena Alcarria, una donación sin precedentes en la que se lucía con todo merecimiento un nombre propio: el de Florencio de la Fuente, personaje de aquellas tierras que decidió donar a la villa de Huete, sin pedir nada a cambio, una nutrida colección de pinturas y dibujos del pasado siglo, entre las que se encontraban obras de Dalí, de Picasso, de Vázquez Díaz y de Benjamín Palencia, entre otras firmas que, como es sabido, componen la cúpula del arte pictórico español del siglo XX.
El Dr. Herrera advirtió en aquel estupendo trabajo, al hablar de Huete como enclave afortunado para la nueva pinacoteca, que “La Alcarria, esa región emblemática de la tierra en que vivimos, no acaba en Guadalajara, sino que se extiende más allá”. Todo es cierto; y bien que comulgamos con esa verdad los que tenemos por vicio, y casi por oficio, andar por esos mundos de Dios sin que los límites administrativos sobre el terreno nos importen demasiado. La Alcarria es una comarca natural que se extiende en un cincuenta por ciento de su superficie por tierras de Guadalajara, en un cuarenta por tierras de Cuenca, y en un diez, más que menos, por la provincia de Madrid. Partiendo de ahí, y dejando a un lado cualquier tipo de exclusivismos, se deberían estudiar con seriedad los pueblos y las tierras de la Alcarria, sin que se corra el riesgo de estrellarse, por ingenuidad o por ignorancia, contra la misma piedra en la que los alcarreños de un lado y del otro del Guadiela, suelen tropezar de manera casi sistemática.
Seria buena cosa dar a conocer el interesante contenido de esta amplia comarca castellana. El antes referido mecenas, fundador del museo de pintura que en la ciudad de Huete lleva su nombre, alcarreño por naturaleza y por vocación, nacido en las vegas del Guadamejuz por tierras de Cuenca, lucía en su solapa con orgullo la insignia del “Melero alcarreño” con el que la desaparecida Casa de Guadalajara en Madrid solía premiar a quienes se distinguían por su servicio a este hermoso país.
Cuando se escribe sobre la Alcarria, pensando en los posibles lectores de éste o de aquel otro lado del río, es lógico prodigarse en detalles de lo que nos es propio; y así, aparecerán la Pastrana palaciega y conventual; Brihuega, la de los famosos Jardines; la señorial Cifuentes de doña Mayor Guillén de Guzmán.., todo un muestrario variadísimo de excelencias que muy pocos conocen, y que es misión nuestra colocar en lugar bien visible dentro del escaparate general de las tierras de España. Mientras que al otro lado del pantano de Buendía, y en una superficie que llega casi hasta las puertas mismas de la ciudad de Cuenca, la Alcarria es Priego, villa de condes y de los alfareros; Huete, con su convento de la Merced, y su inimitable joyel de edificios platerescos (la Pequeña Florencia me gusta llamarle); Buendía, exposición al aire libre de caras esculpidas en la roca; la Ercávica romana, Valdeolivas, Alcantud, y tantas villas históricas más, que nos harían la lista interminable.