Raíces del Liberal. 1895-1970. Juan Ignacio Bermejo Gironés homenajea a la Banda de Música de Cuenca en el 75 Aniversario de su fundación. Segunda parte
Aunque se cumplen 130 años de la fundación de la Banda de Música de Cuenca, con motivo de su setenta y cinco aniversario, hace de ello 55 años, la Caja Provincial de Ahorros, nuestra añorada Caja, publicaba un folleto a través de su Obra Social y Cultural en el que, nada más abrirlo, encontrabas, como nota aclaratoria, lo que titulaban “Nota obligada” en la que se leía que, “los datos en contenidos en este folleto, a través de la Obra Social y Cultural, no constituyen ciertamente la historia completa de la Banda Municipal de Música de Cuenca pero, que sí, recogen aspectos sobresalientes de su vida y de su obra en los setenta y cinco años de existencia”.
Juan Ignacio Bermejo Gironés, nacido el 20 de Octubre de 1905, en Cuenca; tras cursar el Bachillerato en nuestra ciudad hizo los estudios de Derecho en la Universidad de Murcia ingresando, después, en el Cuerpo Nacional de secretarios llegando a ser Secretario General del Ayuntamiento de Barcelona hasta su jubilación.
Tuvo mucha relación con Cuenca fundiéndose con las figuras que, en aquella época, finales de los años cincuenta y década de los sesenta, protagonizaban la vida cultural de la ciudad. Le recordamos pregonando las fiestas de San Julián, en agosto del año 1970 y, como no, en su relación con la Banda de Música de Cuenca con la que, en 1928, estrenaba el pasodoble flamenco, “Sentir español”, aplaudido calurosamente a pesar del frío que hacía, según recuerda el autor aquella noche de septiembre.
En su “Homenaje a la banda de Música”, Bermejo Gironés destaca la labor de estas agrupaciones musicales, la Bandas pues la verdad, dice, es que las Bandas han sido, en general, a modo de escuelas de primera enseñanza musical, suscitadoras incluso de emulaciones rivalizantes, en algunos lugares y en varios casos han servido de aulas introductorias a la enseñanza superior de la música sinfónica, por lo que dijo bien Enrique Franco que así como Ortega y Gasset pensó que había que dar filosofía desde los diarios, Ricardo Villa supo ver la conveniencia de dar Beethoven o Wagner desde la calle, la plaza o el parque.
En su cronología de la creación de la Banda, todo comienza con el acuerdo adoptado en el Ayuntamiento, en diciembre del año 1895, a propuesta del alcalde don Santos Fontana y, de ahí, hace un recorrido de las actuaciones desde 1986 a 1928, año en el que se estrena su pasodoble “Sentir español”.
Juan Ignacio Bermejo Gironés
Los directores hasta 1970
¿Y de los directores? Me inclino a creer que la parroquia es el cura párroco, y la ciudad su alcalde, y la Banda de Música su director. Quiero indicar así hasta qué punto influye el dirigente en los dirigidos, en su formación y en su transformación. “Dime con quién andas y te diré quién eres”, o lo que sería muy parecido: oigamos cómo tocas y advertiremos qué maestro tienes o a qué agrupación perteneces. Porque sabido que el director que vemos subir a la tarima, al podio, antes de empuñar la batuta o extender los brazos en actitud de dar la entrada ha tenido que preparar reiterativamente los ensayos, desmenuzar la partitura, sabérsela y, en las Bandas, moldearla, adaptarla a los instrumentistas, no solo a los instrumentos, que es lo que constituye labor previa de transcripción y adaptación.
Parece ser que, en virtud del primer concurso convocado para proveer la plaza de director, fue nombrado don Arturo García Abúndez, ya curtido en el cargo por venir ejerciéndolo en la Banda de Cáceres. Mi memoria alcanza referencias de Don Casimiro Rubio, del que oí comentar que era hombre de mucho temperamento, decidido y gesticulante, de andar rotundo y giros drásticos con los que aparentaba querer significar en sus desfiles por la Carretería y al frente de la Banda: “¡abajo el sol, la luna, las estrellas!”. Al morir le sucedió su hijo Rafael Rubio, pianista como su hermana Herminia, que había saltado del Real Conservatorio de Madrid al “Círculo de la Constancia” y más tarde al “Café de la Unión”, donde una vez me pidió, de improviso, cuando lo estaba escuchando, que le acompañara al piano mientras él rosmaba el violín, ¡y así salió el dueto!… y también salieron los puños de caucho que llevaba sin engranar en la camisa, igual que se le escapaban siempre que ejecutaba la polka “Lluvia de Estrellas”, pieza de espectacular digitación y efectismos pianísticos.
Mención especialísima merece don Nicolás Cabañas, director de la Banda Provincial, primeramente, al que siguió en este puesto Antonio Guzmán Ricis, muy preparado y un tanto tremendista reñido con los pacientes entrenamientos y con el piano, aunque tenía que valerse de él en el bar Argentino para cubrir sus atenciones familiares.
“En 1922 accede a la Banda Municipal, la reorganiza y prevé de uniformes e instrumentos y consigue que se construya el quiosco del entonces Parque de Canalejas, hoy de San Julián -proyectado por el arquitecto Fernando Alcántara-, el Cabañas de los bigotes atusados, peinado a raya, de atildado porte y aspecto jovial que según lo retrataban en mi mocedad, era el reverso de la psicología y el modo de Rubio -éste el galop, aquél el vals -y por tanto el apacible prototipo del “sin correr, despacio, rallentando” y a lo más “alegretto moderato”. Pianista sin pretensiones, conocía las tesituras de los instrumentos y de las voces, el órgano y el armonio con el que actuó en la pequeña orquesta donde yo llegué a colaborar. Tenía el don de acoplamiento y una rara facilidad para urdir las adaptaciones según conviniese a los instrumentos de que dispusiera y a las posibilidades de rendimiento de los respectivos instrumentistas, con la finalidad de evitar fallos o deslices, allanando arriscadas ejecuciones. ”Eso no tiene para usted la menor importancia”, solían decir los intérpretes sabedores de su rapidez. “Sí, es verdad, pero hay que hacerlo”, contestaba.
Parafraseando a Ortega y Gasset –“yo y mis circunstancias”- definiríamos al maestro Cabañas “él y su repertorio”, porque, en efecto, gracias a la habilidad,, al tacto, la perseverancia que dedicaba al servicio de los arreglos bandísticos y de todo orden, para conseguir que sonaran bien, se fue proveyendo de un gran elenco de selecciones o fantasías de óperas y zarzuelas, de suites y, oberturas, preludios, intermedios, que extraía de los fondos editoriales de la “ Unión Musical Española” o de las obras que le prestaba su sobrino Luis, adscrito a la Sociedad de Autores, y que le dieron o configuraron una muy relevante personalidad, completada por su carácter de compositor prolífico.
En 1931, don Jesús Calleja se hizo cargo de la Banda, que fue invitada a participar en el concurso verificado en Quintanar de la Orden, ciudad toledana todavía de la diócesis conquense, donde florecían en abierta competición dos asociaciones bandísticas: “Santa Cecilia” y “Beethoven”.
Calleja modernizó la línea y el temple de la banda, aunque sin acrecer los primitivos bríos esperanzadores, impulsados por su competente, sólida y madura musicalidad formada en el estudio y el dominio de la instrumentación y la composición de la que dio pruebas considerables.
Con el maestro Calleja entró la dirección de la Banda conquense en el cuerpo técnico aludido, al amparo de la Ley de veinte de diciembre de 1932 y del Reglamento de tres de abril de 1934, que preveía el título necesario obtenido mediante oposición convocada por la Dirección General de Administración Local y los requisitos -recogidos por el artículo 213 del Reglamento de Funcionarios Locales de 30 de mayo de 1952- de ser varón y tener cumplidos veintiún años de edad sin exceder de 50, y para la primera categoría haber aprobado también, en conservatorio oficial, los cursos superiores de Armonía y Composición.
Es de esperar que desaparezca el requerimiento de varonidad ante la luz de derechos reconocidos a la mujer por la decadente galantería del hombre, que de tal modo la carga de deberes antes no compartidos. Si aun circuyéndonos a los Cuerpos funcionariales del servicio del Ayuntamiento y Diputaciones, contamos ya con número estimable e increscendo de atractivas Secretarias de Administración Local, que se desenvuelven en el cargo con inteligencia y soltura, no se asombren los profesores de esta o aquella agrupación musical de que así como en las Orquestas hay violinistas, violistas, violoncellistas y arpistas femeninos, llegue a verlas en las bandas y de que suba alguno de este género al atril directorial -una vez dotado del título correspondiente-, con lo que aquello que la batuta pudiera perder en arrestos lo ganarían dulzuras, los ensayos comenzarían puntualmente y se harían en tono amabile y dicción apasionatta y no habría para ningún instrumentista pasaje intrincado que no llegara a dominar por complacer a la gentil maestra…
Anoto la supresión de las cualidades varoniles con miras a la reforma en perspectiva del Régimen Local.
El esplendor de la Banda se refleja en 1945, cuando al conmemorar los 50 años transcurridos desde la fundación, da un concierto extraordinario que conduce el excelente compositor y catedrático del Conservatorio madrileño, don Julio Gómez -y en el que figuran sus obras “El Pelele”, “Maese Pérez, el organista”, “Suite en la”, “Cromos españoles”-, el director ilustre resigna en el atril la batuta durante el último período de la pieza final, y volviéndose hacia el público absorto da a entender con gestos sonriente y desprendido, que los intérpretes conquenses pueden concluir solo su brillante actuación. ¡Gracias, maestro, por este espaldarazo con el que un caballero andante de la Música rindió pleitesía de acogimiento y comprensión a una serrana Dulcinea benditica, que suple sabidurías con amor y mantiene encendida, contra vientos y azares, la antorcha de la fe que reaviva la ilusión!
Los que se fueron y los que quedan en el año 1970
Yo quisiera, mis queridos amigos de la Banda, que al llegar a esta cota septuagenaria nadie sienta fatiga o decepción, pues la nostalgia de los tiempos pasados, que a mí también me invadieron con remembranzas de aquellas melodías, de aquel tranquilo ambiente, de aquel paisaje humano en el que fue grato convivir con varios de los que se fueron y de los que quedan (Victoriano y Eusebio Palomo, clarinetes; Nicolás Ortega, clarinete y fagot; Luis García, requinto; Guillermo Iglesias, oboe; Enrique Armero, flauta; Lorenzo Serrano, trompeta; Francisco Zurilla, fliscorno; Francisco Martínez, trompa; Daniel Muñoz y Paulino Martínez ,saxofones; Pedro Fernández, trombón; Justiniano López, bajo; Daniel Recuenco, caja; Agustín González, bombo…) ha de valernos, no para recaer en pesimistas indolencias, sino para sacar del recuerdo emotivo fuerzas regenerantes, agruparlas alrededor del que ahora os dirige, el experto don Lucio Navarro, quien al verse asistido de colaboraciones constantes y eficaces, tomará iniciativas remontadoras de más altas cumbres, puesto que el entusiasmo es contagioso por ventura.
El mío continúa vibrando con la imagen romántica de los conciertos que dirigía Cabañas: verbenero en la Plaza Mayor, matinal en el florido quiosco de los jardines de la Diputación o nocturno en el verdoso parque de Canalejas, como el fervor musical de Fernández-Cid sigue fiel al recuerdo de su niñez deslumbrada por las actuaciones de Courtier con su banda municipal, en la Alameda de Orense.
Que la conmemoración del natalicio Beethoveniano, en la que se halla inmersa la vuestra, sea acicate enardecido de la Banda del Ayuntamiento de la ciudad, tan propicia y sensible ante empresas de difusión artística y cultura popular.
A manera de coda pensando en la gran obra del renano Ludwing dotado, para lo bello y lo sublime, hagamos de su genio inspiración itinerante por los espacios siderales, como el vuelo del alma y ya del hombre mismo, con los sentidos versos de Benito de Lucas:
“Rueda como un planeta
su música encendida
por los aires.
Beethoven ciego y sordo camina.
La noche avanza rítmica y sonora
hacia los cielos de Alemania. Silvan
himnos de paz, canciones, heroicas sinfonías.
El Rin alegremente
ensancha sus orillas
igual que el mar. Beethoven por el cielo
ciego y sordo camina”.

