Raíces del Liberal. 1895-1970. Juan Ignacio Bermejo Gironés homenajea a la Banda de Música de Cuenca en el 75 Aniversario de su fundación. Primera parte
Con motivo del setenta y cinco aniversario de la fundación de la Banda Municipal de Música de Cuenca, la Caja Provincial de Ahorros, nuestra añorada Caja, publicaba un folleto, a través de su Obra Social y Cultural, en el que, nada más abrirlo, encontrabas, como nota aclaratoria, lo que titulaban “Nota obligada” en la que se leía que, “los datos en contenidos en este folleto, a través de la Obra Social y Cultural, no constituyen ciertamente la historia completa de la Banda Municipal de Música de Cuenca pero, que sí, recogen aspectos sobresalientes de su vida y de su obra en los setenta y cinco años de existencia con una línea de actuación limpia y no exenta a veces de sacrificio siempre en el mejor servicio de Cuenca y, para su honor y gloria, no hubiera sido posible, empero, dar remate a este propósito, sin el esfuerzo de muchos conquenses y de miembros integrantes en esta Agrupación Musical multiplicados, todos, en un trabajo laborioso para la obtención de referencias históricas sin el decidido apoyo económico de la Caja Provincial de Ahorros de Cuenca cuya, contribución a la impresión y difusión de la obra, avalan su noble ejecutoria en favor de la cultura de los pueblos y de sus instituciones públicas y privadas”.
Juan Ignacio Bermejo Gironés, nacido el 20 de Octubre de 1905, en Cuenca, y viajero de espacios sin fin desde el 9 de Junio de 1981, escribía lo que tituló “Homenaje a la Banda de Música”. Un hombre, Bermejo Gironés que, tras cursar el Bachillerato en Cuenca, hizo los estudios de Derecho en la Universidad de Murcia ingresando, después, en el Cuerpo Nacional de secretarios llegando a ser Secretario General del Ayuntamiento de Barcelona hasta su jubilación.
Tuvo mucha relación con Cuenca fundiéndose con las figuras que, en aquella época, finales de los años cincuenta y década de los sesenta, protagonizaban la vida cultural de la ciudad cediendo, incluso, el jardín de su casa, en la calle de San Pedro, para que Acacia Uceta, Carlos de la Rica, Enrique Domínguez Millán, Pilar Tolosa, Raúl del Pozo y Vidal Acebrón, entre otros, pusieran en escena “Edipo Rey”, de Sófocles.
A Juan Ignacio Bermejo Gironés, le recordamos pregonando las fiestas de San Julián, en Agosto del año 1970 y, como no, en su relación con la Banda de Música de Cuenca con la que, en 1928, estrenaba el pasodoble flamenco, “Sentir Español”, aplaudido calurosamente a pesar del frío que hacía, según recuerda el autor aquella noche de septiembre.
Homenaje a la Banda de Música.
Juan Ignacio Bermejo Gironés
Las instituciones sociales comportan la idea de una obra realiza, en el pensamiento de Haurieu, y se hallan sujetas, como la vida humana que les da su aliento, a esa insoslayable curva evolutiva que va del nacer al crecer y vigorizarse para luego periclitar y, a veces, continuar su existencia o renascencia cuando aciertan a renovarse precisamente porque no quieren dejarse morir.
No otra cosa que instituciones de este tipo y de origen espontáneo se me antojan las bandas de música, que tienen como los orfeones, una fluencia netamente popular en cuanto surgen a merced del innato deseo de comunicación de sentimientos insito en el hombre, no solo en convivencia con sus semejantes sino también considerado en soledad respecto de ellos, aunque nunca podamos concebirlo, por muy ensimismado que se encuentre, en aislamiento radical, desconectado de otras criaturas o elementos de la naturaleza.
Sea cualquiera el punto de arranque que elijamos, habremos de observar en la música, en su forma, en sus modulaciones, en su ritmo y armonía una gama de palpitaciones reverberantes de épocas y planos ambientales, de captaciones históricas incluso, insobornables al paso del tiempo volantero porque ellas tienen su propio tiempo, aire y compás, su clave en la que se contiene el móvil ideal, los temas dialogantes del compositor, el hechizo de su inspiración siempre latente y propicia a revivir con efluvios poéticos que hiere la sensibilidad del auditorio expectante y lo transportan a mundos irreales.
¿Cómo ha de producirse este prodigio? Las demás bellas artes, gráficas y plásticas, muestran de suyo la analogía entre la obra y su sentido original o imaginado, de modo que la pintura y en la escultura lo hecho por el artista se parece al modelo tangible que ha procurado reflejar. Pero en la música no cabe semejante supuesto, sino que el parangón o contraste ha de establecerse en función de las combinaciones sonoras y los sentires diversos que reflejan, lo que implica un simbolismo puramente sentimental, vibratil e inaprehensible, apenas esbozado en el pentagrama con notas y signos cabalísticos de trazo misterioso, que necesitan la intervención de otro u otros artistas ejecutantes para adquirir vitalidad de melodía, arpegio, contrapunto, matiz, transición de efectivos encuentros que van de los vinculadores a los disociadores, esto es, de los acordes consonantes a los disonantes, o a la inversa, según se resuelva el periodo o el momento musical.
Estamos, pues, contemplando al intérprete, que sin ser musicólogo repleto de datos y referencias, tiene la misión dedicada de penetrar en la partitura, arañar “el espíritu del compositor”, en frase de Álvaro Ruibal, asimilarlo y procurar que su versión llegue al público oyente con la carga emocional que movió las fibras de aquel, ungido por las musas y traspasado en la mente y el corazón por delíquios de ardiente fantasía.
Los intérpretes dan vida a la obra y transmiten el mensaje del autor. La preparación, el estudio, el entrenamiento, son, desde luego, indispensables. La intuición es la escondida senda del conocimiento; la vocación, el motor anhelante de quienes sienten la tremante llamada de la música.
¡Cuanto de todo eso conserva nuestras Bandas de Música y muchas de otros países que hemos conocido por dentro! ¡Cuán admirable la labor apenas apreciada de estas agrupaciones que fueron atrayendo a los públicos de ciudades y pueblos e iniciándoles en la audición de piezas musicales, de menor a mayor entidad, como pretexto de recreo o diversión, primeramente, y luego con el rango elevado de concierto instructivo y deleitante!
Oportuno será recordar, a propósito del influjo educacional de las Bandas, lo que Ruiz Sánchez de Arévalo, citado por Sainz de la Maza, escribiera de la Música en su Vergel de Príncipes, dirigido a Enrique IV: “la principal excelencia de este noble arte y su digno ejercicio consiste en disponer y dirigir los hombres no solo a las virtudes morales, sino a las virtudes políticas, que los hacen aptos para reinar y gobernar”.
Y si tal se estimaba recomendando ese cultivo artístico a los reyes y príncipes, que no habrá de decirse en torno a la deparación del mismo a los súbditos, los ciudadanos, los vecinos de la gran urbe o del Municipio de cualquier grado condición, pues la verdad es que las Bandas han sido, en general, a modo de escuelas de primera enseñanza musical, suscitadoras incluso de emulaciones rivalizantes, en algunos lugares y en varios casos han servido de aulas introductorias a la enseñanza superior de la música sinfónica, por lo que dijo bien Enrique Franco que así como Ortega y Gasset pensó que había que dar filosofía desde los diarios, Ricardo Villa supo ver la conveniencia de dar Beethoven o Wagner desde la calle, la plaza o el parque.
La cronología de la creación de la Banda parte del acuerdo adoptado en sesión del dieciséis de diciembre de 1895, a propuesta del alcalde Don Santos Fontana
Parece que ese tríptico sugeridor de espacios en los que remansar el tránsito y el bullicio de la gente que ha de pararse a oír música, marcar a los jalones seguidos por la Banda Municipal de Cuenca, cuya cronología parte del acuerdo de creación adoptada en sesión del dieciséis de diciembre de 1895, a propuesta del alcalde Don Santos Fontana y atendiendo la instancia que mucho antes habían formulado los ejemplares alumnos de la Academia de Música solicitando únicamente instrumental para cincuenta ejecutantes, con arreglo al presupuesto de seis mil pesetas, barato aún en aquella época, al que dos años después se le sumó el importe de los nuevos uniformes, también poco costosos.
De las anotaciones registradas podemos corregir cómo la Banda empieza a actuar en 1896 con la finalidad de recaudar fondos para ayudar a las familias necesitadas de los reservistas que iban siendo movilizados y enviados a luchar por la Patria en Ultramar; en 1898 va a Tarancón a alegrar las fiestas, iniciando así los desplazamientos que habrá de hacer a las cabezas de partido y otros pueblos; el quince de abril de 1899 sugiere el Ayuntamiento a la Diputación que la Banda provincial, nacida de los educandos de la Casa de Misericordia, alterne con la municipal ejecutando piezas de su repertorio, los domingos en la Fuente de San Fernando a fin de amenizar mejor el único paseo de la ciudad; en junio del mismo año se dispone un turno de conciertos en noches del verano, por lo común los jueves y domingos, en las Plazas Mayor o de la Constitución, de Cánovas y de San Francisco, y en la Fuente del Escardillo; luego irán surgiendo diferentes intervenciones, entre las cuales destacamos la que la Banda tuvo en la emotiva Acción de Gracias organizada por los repatriados en la ermita de la Virgen de las Angustias.
Extraemos del orden cronológico la referencias atinentes a 1897 porque dos de ellas nos inducen a estimar que, antes de transcurrir el bienio de su fundación, la Banda iba elevando el vuelo, puesto que el Concejo le concedió un voto de gracia de gracias acompañado de paga extraordinaria, por su brillante actuación en las procesiones de la Semana Santa, y el que decía ser hijo de Cuenca, don Ramón Polo Gómez, remitía un pasodoble suyo al secretario del Ayuntamiento, don Evaristo Pareja, para que lo tocara la Banda de Música, al saber por noticias que le habían llegado que era “bastante buena”. Este pasodoble se titulaba “Cuenca” y fue estrenado en la festividad del Corpus.
A partir del segundo decenio del siglo que corre me basta remitirme a mis recuerdos juveniles para afirmar que la banda conquenses seguía progresando y aglutinaba ejecutantes que acudían a los ensayos en el Almudí aún en las noches invernales, superando con su afición perseverante la mortecina luz de las exiguas bompillas que apenas permitía ver las corcheas, pero no las semifusas, y el frío helador, como la nieve que a veces alfombraba las escalerillas y la rampa empedrada del Postigo, y del cual solo cabía consolarse acudiendo la autosugestión, es decir, mirando furtivamente por encima del papel instalado en el atril, a una estufa sita en el centro del local y del corro, que amenazaba a socarrar a quien la rozara y emanaba humo denso, producido por la leña húmeda capaz de provocar las lágrimas principalmente de los saxofonistas y clarinetistas, como si realmente se enternecieran cuando decían “verbi gratia”, el Andante de Ponchielli en la “Danza de las horas” de la Gioconda. Todo aquello, queridos músicos de ahora, lo hacían los aprendices de entonces gratis et amore y los aprendidos poco menos, pues ni las gratificaciones primeras ni las ulteriores remuneraciones en que después se convirtieron pasaron nunca de irrisorias.
En 1927 la Banda va a Teruel con ocasión del estrechamiento de lazos entre aquella capital y la de Cuenca, donde se han celebrado actos de hermanamiento deportivo, y en el Teatro de la Fraternal, otros de exaltación de los valores turolenses con versos de Alfredo Pallardó, Anselmo Sanz y Benedicto Barriga, estos últimos musicados por el cronista que suscribe en aire de pasodoble aragonés, “¡Viva Teruel ¡” y cantados por María Andrés, cuya copla en forma de estribillo reafirmaba:
“Si España es jardín de amores
Teruel es la flor de España:
allí por amor se muere,
más nunca el amor engaña».
El mismo año acompaña la Banda al Ayuntamiento en su viaje a Madrid con motivo del homenaje de las Corporaciones Locales a Primo de Rivera.
En 1928 daba “El día de Cuenca” noticia crítica laudatoria, que redactó el abogado y periodista Aurelio López Malo, del estrenó por la Banda Municipal, en el parque citado, del pasodoble flamenco “Sentir Español”, compuesto por don Juan Ignacio Bermejo y “aplaudido calurosamente” a pesar del frío que hacía, según recuerda ahora el autor, aquella noche de septiembre.
Nuestra Agrupación Musical, tomaba parte hacia las invocadas calendas, en los Concursos de Bandas que se celebraban en la plaza de toros y en los que competían varias de Valencia y de otras latitudes peninsulares tocando, además de la pieza de libre elección, la obra obligada del concierto (“Les Erinnyes” de Massenet”, “Peer-Gynt” de Grieg o “Pinceladas de Castilla”, de Ortega) que servía de contraste al jurado calificador, del cual formé parte con los maestros García Sanz, cofundador del Cuerpo Nacional de Bandas civiles, y Cabañas, el organista de la catedral, don Julio Briones y el concejal Andrés Tarín.

