Desde las seis de la tarde, decenas de seguidores de Amaral aguardaban impacientes en las inmediaciones del recinto conquense, deseosos de ser los primeros en entrar a un concierto que quedará en la memoria. Muchos de ellos habían viajado desde diferentes puntos de España, testimonio de la fidelidad que sigue despertando el dúo zaragozano tras más de dos décadas de trayectoria.

El escenario, cuidado al detalle, se transformaba con cada canción en un espectáculo cambiante y dinámico, lleno de proyecciones visuales. Sobre las pantallas destacaban imágenes del patrimonio natural, que dotaban al concierto de una dimensión poética y universal. La batería y el teclado se situaban en las alturas, visibles para todo el público, reforzando la sensación de monumentalidad.
Con el rojo como protagonista y el negro como contrapunto, Amaral desplegó un repertorio en el que brilló su nuevo disco Dolce Vita (2025).
Si el nuevo material encendió la chispa, fueron los clásicos los que desataron la euforia colectiva. Con “Kamikaze” y, sobre todo, “Resurrección”, el público coreó cada verso a una sola voz. En este último, cuando Eva pidió palmas, la comunión fue absoluta: todo el recinto se convirtió en un mar de manos y ritmo compartido. Y más adelante, con “Salir corriendo”, himno contra la violencia de género, la intensidad emocional se palpó en cada rincón del recinto.

El concierto concluyó de forma emotiva: Eva recibió una camiseta del Conquense como regalo, gesto que selló la conexión entre la banda y la ciudad. En la pantalla final, se proyectaron agradecimientos a todos los que hicieron posible la velada.
Más allá de la música, Amaral volvió a demostrar su compromiso con las causas sociales y ambientales, algo que atraviesa tanto sus letras como su manera de entender el arte. Desde la denuncia de la violencia machista hasta la defensa del medioambiente, Eva y Juan transmiten un mensaje claro: la música también puede ser refugio, altavoz y conciencia.
Un espectáculo de Amaral es más que un concierto: es una experiencia emocional, visual y colectiva. Asistir a verlos es contemplar a un grupo que ya forma parte de nuestro patrimonio humano. Y este día, en Cuenca, fue sencillamente perfecto.

