La noche del jueves 28 de agosto de 2025 quedará grabada en la memoria de Cuenca. No fue solo un concierto, fue el bautismo de un nuevo espacio para la música en directo, junto al estadio de La Fuensanta, y el padrino de la ceremonia no pudo ser otro que una leyenda viva del rock estatal: Enrique Villarreal, El Drogas.
La velada, enmarcada en las fiestas de San Julián, prometía ser una liturgia de decibelios y emociones, y no defraudó. El aire olía a nuevo, a cemento fresco y a las ganas contenidas de miles de almas rockeras que acudían al estreno de un recinto que nace con vocación de convertirse en templo.

Abrieron la noche los locales Expolique, que jugaban en casa y lo demostraron con un directo enérgico y sin fisuras. Con la difícil tarea de caldear un ambiente que aún se desperezaba, la banda conquense tiró de tablas y actitud, dejando el pabellón bien alto y el terreno abonado para lo que vendría después.
Le siguió la bendita locura garrapatera de El Canijo de Jerez. El de Los Delinqüentes, con su sonrisa pícara, inyectó una dosis de su personalísimo flamenco-rock, un chute de alegría y desparpajo que hizo bailar hasta al más pintado. Un puente perfecto entre la energía local y el torbellino que estaba a punto de desatarse.

Y entonces, con la puntualidad de los grandes, se hizo la oscuridad y una silueta familiar, bastón en mano y sombrero calado, tomó el escenario. Era él, El Drogas. Acompañado por su infalible banda, el navarro se erigió en maestro de ceremonias de una noche que ya era suya. Inauguró el nuevo espacio no con un corte de cinta, sino con un zarpazo de rock and roll, desgranando temas de su carrera en solitario que son ya himnos por derecho propio.
Pero la gente había ido a recordar, a sudar y a dejarse la garganta con esas canciones que son la banda sonora de varias generaciones. Y El Drogas, generoso y consciente de su legado, abrió el cofre de los tesoros de Barricada. Fue entonces cuando el nuevo recinto de La Fuensanta tembló de verdad.
Sonaron los primeros acordes de «La Silla Eléctrica» y el viaje en el tiempo fue instantáneo. Le siguieron «Balas Blancas», un disparo de realidad y crudeza que impactó como el primer día. La noche se hizo más densa, más canalla, con los acordes de «Esta noche no es para andar por estas calles», un himno a la nocturnidad y a los corazones errantes que fue coreado hasta la extenuación.
El punto álgido, el momento de comunión total entre el artista y su pueblo, llegó con «Blanco y Negro». Miles de voces se fundieron en una sola, demostrando que hay canciones que trascienden el tiempo y se convierten en patrimonio popular. El Drogas, con esa voz rasgada que es historia del rock en español, se entregó por completo, recorriendo el escenario, arengando a la multitud y dejando claro por qué, pasen los años que pasen, sigue siendo uno de los animales escénicos más imponentes del país.

Anoche Cuenca no solo estrenó un recinto. Estrenó un nuevo corazón que late a ritmo de rock. Un corazón que recibió su bautismo de fuego de la mano de El Drogas, el eterno poeta de la txantrea, que nos recordó, una vez más, que hay noches que, simplemente, son para no olvidarlas jamás.

