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Hacia adelante

Por Liberal de Castilla
jueves, 31 de julio de 2025
en Opinión
Tiempo de lectura: 4 minutos
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Yolanda Martínez Urbina

Yolanda Martínez Urbina

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De un sitio te tienes que ir, y a otro no puedes volver: la vida camina en una sola dirección.

Avanza, y no espera. Nos movemos de un lugar a otro, de un momento a otro, de una versión de nosotros mismos a otra, sin posibilidad de desandar el camino. A veces somos conscientes de ello—una despedida, una mudanza, una pérdida—y otras veces el cambio ocurre en silencio, casi sin que lo percibamos. Pero hay una constante que se mantiene: no se puede volver.

Yolanda Martínez Urbina
Yolanda Martínez Urbina

El falso consuelo del regreso

Nos gusta pensar que siempre podemos regresar: a casa, a una etapa feliz, a una persona, a nosotros mismos “de antes”. Pero aunque físicamente podamos pisar el mismo suelo, aquello que vivimos allí ya cambió. Y nosotros también. Nada se repite igual porque el tiempo transforma todo: los lugares, los vínculos y nuestros propios ojos con los que miramos.

La incomodidad del tránsito

Ir de un sitio a otro implica moverse y dejar atrás. Supone atravesar el vacío entre destinos, y esa es una fase incómoda, a veces incluso dolorosa. Es la experiencia que viven muchas personas migrantes, a quienes con frecuencia no se les da el valor que merecen en todo aquello que aportan.

Queremos seguridad, pero crecer exige soltar. Cambiar de ciudad, dejar un trabajo, terminar una relación, abandonar una creencia… todo forma parte de esa transición inevitable. Porque la vida, definitivamente, no es estática.

¿Y si no pudieras volver?

Ese “no puedes volver” puede sonar cruel, definitivo. Pero también puede tener una fuerza liberadora. Si no hay regreso posible, ¿cómo eliges vivir lo que sí tienes ahora? ¿Qué haces con este instante único?
Aceptar que no hay marcha atrás no es resignarse, sino abrirse a la posibilidad de vivir con mayor conciencia. Es reconocer que cada paso hacia adelante es también una oportunidad.

La dirección del tiempo

El tiempo solo avanza. Lo hace en la física, en la vida, en lo emocional. Cualquier intento de detenerlo o revertirlo solo provoca frustración. En cambio, aprender a fluir con él transforma nuestra experiencia. “De un sitio te tienes que ir, y a otro no puedes volver” no es una trampa, sino una invitación. A tomar decisiones con propósito. A soltar lo que fue con gratitud. A habitar el presente con todo lo que somos, porque el viaje solo tiene una dirección: hacia adelante.

Crecí entre veranos largos y calles de piedra y barro, donde el tiempo parecía estirarse como el calor de la siesta. Los días se marcaban por el sonido del trinar de los pájaros sobre los cables de la luz, el olor a pan recién horneado, el aroma a tierra mojada y las historias repetidas contadas al fresco. Pensé durante muchos años que ese lugar—mi pueblo—siempre estaría ahí, esperándome con los brazos abiertos.

Con el tiempo comprendí que no solo el paisaje cambiaba, sino nosotros también. Los rostros envejecieron o se fueron. Las casas, antes llenas de vida, se vendieron, se abandonaron o simplemente callaron. Regreso cada año aprovechando las fiestas patronales, que es lo último que desaparece en un pueblo. Pero ya no es el mismo lugar: es una versión distinta, lejana, como una foto desteñida por el sol.
Hay lugares que ahora solo viven en la memoria, porque la memoria conserva lo esencial. Y una acaba entendiendo que a los pueblos ya no se puede volver si faltan recursos, infraestructuras, servicios, empleo, y sobre todo, una comunidad involucrada en construir un proyecto común—económico, medioambiental y social.

La política ha destruido la inmensa mayoría de los pequeños pueblos en España. Y el daño es profundo, porque cuando entró por la puerta sin compromiso verdadero, el amor se escapó por la ventana, aunque se quedará vagando por sus calles vacías del mes de septiembre. ¿De qué sirve el amor a un lugar si no es un sitio apetecible para desarrollar un plan de vida?

La vivienda, el gran problema.

Si las casas ya no tienen uso, si los herederos no se ponen de acuerdo para mantenerlas o cuidarlas, el patrimonio se va deteriorando hasta caer en manos de fondos buitre. Ellos, que ahora también invaden los entornos rurales y naturales, compran barato lo que antes tuvo alma. Encontrar pueblos enteros cubiertos de carteles de SE VENDE, como ciudades decadentes, hace evidente el peligro: ya que estamos a punto de perder también la memoria de esos lugares. Es el destino que antecede al Alzheimer del mundo rural.

Llámenme nostálgica, pero nunca consideré necesaria esa forma fría de hacer publicidad en un pueblo, donde siempre se ha vendido lo que hacía falta a través del boca a boca.

Por todo lo enunciado y por muchas cuestiones mas que nos afectan, hoy se avecina un periodo oscuro, no solo para España sino también para los pequeños núcleos rurales que es urgente cambiar. Es necesaria la cooperación o el camino terminará en un “sálvese quien pueda”, por eso es necesario que nos subamos todos al mismo carro, porque ante una necesidad acuciante, debe haber siempre una ayuda inminente y una respuesta acorde, conjunta, humana y comprometida con lo que realmente hace falta.

Opinión de Yolanda Martínez Urbina

Tags: Opinión Cuenca
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