Que los suenen mama, que los suenen, que el año que viene ya los sonaré yo, nos contaba emocionada Eva, la madre del muchacho que por culpa de la mili se perdía hace treinta años la fiesta de La Endiablada en Almonacid del Marquesado, en la provincia de Cuenca. Nos lo dijo a la puerta de su casa ante el Diablo Mayor y un buen número de Diablos que iban pidiendo donativos con lo que llaman “torta”: un mazapán de buenas proporciones. Y es que, aunque estés algo puesto en esto de las tradiciones populares, siempre hay un momento en el que te quedas a cuadros porque, de repente, zas, se presentan imágenes similares que ya has visto en otros lugares. Y si no, que alguien te explique que, por San Sebastián, en Malpica de Tajo más allá de Toledo, salen los Morraches de esa guisa, con cencerros y todo colgando a sus espaldas y que, en Almonacid del Marquesado, en la provincia de Cuenca, veas a Los Diablos con uniformes similares, porras de madera y esos cencerros ensordecedores cuando suenan en el interior de la iglesia.
Luego, en la trastienda, te enteras de que el ciclo festivo se arropa con una serie de historias y personajes emparentados entre sí y que, por eso, gracias a las repoblaciones y a los movimientos migratorios, puedes ver el mismo gorro en lugares distantes como Almonacid, mañana día de la Candelaria, y el que llevan los danzantes en Valverde de los Arroyos en la Octava del Corpus, por ejemplo. Es solo un apunte a la sombra del ciclo invernal en Almonacid, junto a la fuente de la plaza en la que destaca la figura de un diablillo que, como todas las historias tiene sus versiones: una, relacionada con la Presentación en el templo y para que María no pasara vergüenza.
Por eso, cuentan, aparecieron los diablos con sus cencerros llamando la atención para que la Virgen pasara desapercibida. La otra, se refiere al hallazgo de la imagen y a la disputa de la misma con Puebla de Almenara. Como los potentes bueyes de Puebla no podían mover al carro en el que estaba la imagen de San Blas, Almonacid probó con dos escuálidos burros que, uncidos al carro, pronto arrancaron con él en dirección al pueblo que, hace treinta años, tenía 720 habitantes tras la sangría migratoria finalizando la década de los treinta del pasado siglo. Pero luego ya, después de que se centraran en sus destinos, nadie se ha ido y los que se fueron regresan, sobre todo en las fiestas, dice Abilio.
Noventa y siete niños van a la escuela en donde se imparte hasta el octavo curso. Los que quieran seguir, tendrán que hacerlo en Madrid o en Cuenca capital, nos dicen. El nivel de vida subió cuando la agricultura era agricultura y el tractor estaba barato, dice Abilio. La gente economiza y vive con lo de la casa. Y lo que es el paisaje urbano, en estos últimos 8 años se ha arreglado muchísimo. Se han arreglado casas, calles, todo, añade Abilio. Total que entre las ovejas, el cerdo y el huerto la gente tiene que comprar menos, concluye.
No lo he dicho pero, los diablos, como esas otras figuras en las que piensas, visten una especie de mono confeccionado con telas de colores llamativos que, por detrás, a la altura de los riñones, no deja ver una especie de cojín que se ponen para amortiguar el golpeo de los enormes cencerros que cuelgan a sus espaldas con correajes. En una de sus manos llevan una especie de porra que, dicen, imita el báculo del Santo. Auténticas obras de arte que representan pequeñas cabezas esculpidas a base de navaja. Cubren su cabeza con el gorro cilíndrico rematado con flores o con la mitra según sea la Candelaria o San Blas en la que se lee las iniciales del diablo: la C y la A de Celedonio Arteaga. Primitivo Martínez, la P y la M. Nos vestimos así y nadie sabe por qué me cuenta Celedonio que con 65 años lleva saliendo 33. Mi padre no quiso salir nunca pero es muy raro que no se hayan colgado los cencerros alguna vez.
Francisco es el Diablo Mayor y se le reconoce porque, a diferencia del resto, viste totalmente de rojo. Vamos con él de casa en casa llevando un mazapán bastante grande que llaman torta y que, más tarde, ofrecerá al santo pidiendo la voluntad para los diablos. Dinero que vamos echando en el bolsillo y en la caja para que podamos seguir haciendo los ranchos, dice Francisco, al tiempo que golpea la puerta de Felisa gritando: ¡Felisaaa!, buenos, días. Salud para llegar a otro.
Diablos, mitras, cencerros, pero ninguna mujer entre ellos, Felisa: Uyyyy, me dice, pero si esto es cosas de hombres. Como quiere ud que una mujer… preparamos las comidas, los desayunos…, como quiere usté que vayamos con ellos. Además los diablos fueron diablos, no diablas. No fueron mujeres lo que la Virgen inventó para que no la miraran, dice Felisa.
Aniceto va también con nosotros. Es el segundo alcalde. Es decir que, cuando muera Francisco, ocupará el puesto de Diablo Mayor. Las vísperas tuvieron lugar en la tarde del día 2 en la que, cada diablo, le lleva una vela a San Blas para que, luego, Francisco se suba a la carroza y le lave con anís la cara al santo, cosa que lleva haciendo 26 años aunque comente que van quedando pocos.
Es una tradición, la del callejeo, que sirve también para echar de menos a los que no están ahora en la fiesta: mi hijo, que está en la mili, mire usté. Es de la cofradía de Los Diablos pero no ha podido venir. Me ha llamado y me ha dicho que los suenen mama, que los suenen, que el año que viene ya los sonaré yo lo mejor que pueda, nos dice Eva, la madre del joven que no vendrá por culpa de la mili.
A la hora del almuerzo, Almonacid se queda desierto porque es hora de reponer fuerzas que, en algunos casos, son escasas. Crescencio, por ejemplo, camina lentamente sus setenta y un años de diablo aunque le pesan más los ochenta y tres que cumplirá dentro de un mes. Le correspondía a él ser el Diablo Mayor pero tenía la mujer inválida y no podía ser, dice. Crescencio ha llevado siempre buenas “sartas” (los cencerros) que ha ido pasando de hijos a nietos. Uyyy. Esto ha cambiado mucho. Ha aumentao mucho. Voy a casa de mi hija porque murió mi mujer hace unos meses y así voy…con muy poco dinero porque me han retirao la paga de la mujer.
La figura del palillero, Augusto, destaca porque es el encargado de llevar los palos de unas danzas que, en su mayor parte se ejecutan con castañuelas. Por eso lleva muy pocos palos: no, no llevo muchos y el uniforme pues es así, como lo ves. Un gorro, escarapelas, pantalón abombachado color salmón, medias blancas, alpargatas…. Se diferencia del Alcalde de Danza en que, este, lleva gorro y pantalón de color rojo, dos bandas, una vara que termina en un ramillete de flores con la que dirige al grupo, y un arado que luego, en la iglesia, irá desarmando al tiempo que canta esa canción tradicional que relata la pasión de Cristo.
Danzantes y Diablos se tropiezan en la plaza. Son muchos. Van a saltitos, levantando los brazos y haciendo sonar sus cencerros. Me llama la atención uno de ellos que lleva una careta puesta: llevo careta porque nos la podemos poner, dice.
Francisco levanta el bastón y, a la señal, se ponen a saltar y a sonar los cencerros: Careta llevarán pocos. Antiguamente siempre llevábamos careta pero las modernidades, los jóvenes, cambian las cosas, dice el Diablo Mayor.
El ruido de los cencerros en el interior de la iglesia es ensordecedor mientras se van colocando ante la imagen del Santo en cuya carroza hay un enorme cencerro, una hucha y las tortas de mazapán. Danzan levantando los brazos y con las manos abiertas sin dar la espalda a San Blas cuando Apolonio, el mayordomo, se dispone a salir con el estandarte para iniciar una procesión en la que llegan hasta el suelo las emociones: es que estoy malo. Caí malo el año pasado. Me tuvieron que operar de la cabeza y no puedo saltar. Por eso voy así, me dice entre lágrimas.
José María, el cura, ve la fiesta muy positiva porque no es solo una manifestación folklórica sino que también es religiosa.
Terminada la procesión, comienza una misa multitudinaria que sirve de descanso para muchos. Al final, el Alcalde de danza interpretará El Arado al tiempo que, de piezas, lo irá formando como dice su letra en alegoría con la pasión de Cristo: mis compañeras y yo, formaremos un arado, que por la Pasión de Cristo, de piezas la iré formando.
Luego con el himno a San Blas metido entre acordeones, llegan las rogativas: mándanos San Blas tu consuelo, a mí y a los que como yo, hoy te están pidiendo por ellos (…)
Que no hay patrón como San Blas, ni fiesta como la nuestra. Y aunque suene a despedida, yo no te dejo San Blas. Sin palos, ni castañuelas, también te puedo alabar. Y ahora ya sí, ya me despido, con un ¡viva a San Blas!. Pues eso.
Audio Francisco y Felisa
Audio Eva
Audio Rogativa